Fuente: Mundo Obrero
Recuerdo mi visita a la tumba de Gramsci en el
cementerio acatólico de Roma. No puede uno recordar a Gramsci sin pensar
en el concepto de hegemonía. No sé lo que pensó Pasolini ante aquella
tumba modesta en el cementerio donde también yace Shelley, que a partir
de su poema “Inglaterra en 1819” reclama la presencia del glorioso
fantasma que debe librarnos de los tiempos confusos. Fantasma que 20
años después, en forma de comunismo, pasearía Marx por toda Europa. Yo
siempre pienso en la misma relación, también aquella mañana fría en
Roma: Hegemonía, el sujeto histórico revolucionario, la construcción del
“Príncipe” en Maquiavelo y el concepto de coyuntura en Lenin. Y todo
resumido en un breve sintagma, directo como un flechazo: Qué hacer.
Es cierto que Gramsci identifica ideología (dominante) con cultura, y sitúa en ella el combate de la hegemonía a través, sobre todo, de la actuación de una vanguardia. Pero no se puede entender el planteamiento en toda su extensión sin leer sus notas sobre Maquiavelo y la capacidad de síntesis del Príncipe (que desemboca en la forma partido) a la hora de constituir la “agenda” del sujeto histórico. De vanguardia pasa a partido para, en la perspectiva, hablar en términos de izquierda civil y social, de pueblo.
Si uno lee “Diez días que estremecieron el mundo”, de Reed, o, sobre todo, “¿Cuándo amanecerá, Tovarich?”, de Jean-Paul Ollivier, logra seguir la pista de la conformación, no siempre prevista (mostrando a cada momento su fondo relativamente increado, en construcción), del sujeto histórico en esos momentos en que se produce su acción en forma de precipitado casi químico, al mezclarse las fuerzas y circunstancias en presencia, causal y casual a un tiempo. Comprendiéndose en todo caso que no existen las casualidades, sino que son hechos que caracterizan casi siempre el mundo de la política, sobre todo en el terreno del movimiento, que fue el terreno propio de la revolución soviética. Es decir, estamos hablando en definitiva de las condiciones subjetivas, de los hechos procedentes de la voluntad política y de la generalización de esta en un sujeto que logra ser transformador. La pregunta de Lenin, qué hacer, cobra todo su sentido en el seno de una comprensión del movimiento general: en absoluto parte de la historia concebida como el resultado de la actuación de los grandes hombres. Hablamos del pueblo, de la gente y de su poder.
En suma: todo proceso revolucionario es siempre un proceso constituyente, y en toda revolución tiene que darse la existencia y coincidencia de las condiciones objetivas y de la “creación”, a su ritmo, de las subjetivas. (¿Y tú me lo preguntas? Las condiciones subjetivas “eres tú”). Por eso a veces, a la hora de interpretar los procesos, estemos asistiendo a la tentación fácil de emitir un marxismo barato, acartonado, con los huesos secos, basado en esquemas y citas de autoridad convertidas en objetos arrojadizos.
En el tiempo histórico de la construcción del sujeto histórico transformador, hay que dejar de lado toda pereza mental. Toda resignación.
Es cierto que Gramsci identifica ideología (dominante) con cultura, y sitúa en ella el combate de la hegemonía a través, sobre todo, de la actuación de una vanguardia. Pero no se puede entender el planteamiento en toda su extensión sin leer sus notas sobre Maquiavelo y la capacidad de síntesis del Príncipe (que desemboca en la forma partido) a la hora de constituir la “agenda” del sujeto histórico. De vanguardia pasa a partido para, en la perspectiva, hablar en términos de izquierda civil y social, de pueblo.
Si uno lee “Diez días que estremecieron el mundo”, de Reed, o, sobre todo, “¿Cuándo amanecerá, Tovarich?”, de Jean-Paul Ollivier, logra seguir la pista de la conformación, no siempre prevista (mostrando a cada momento su fondo relativamente increado, en construcción), del sujeto histórico en esos momentos en que se produce su acción en forma de precipitado casi químico, al mezclarse las fuerzas y circunstancias en presencia, causal y casual a un tiempo. Comprendiéndose en todo caso que no existen las casualidades, sino que son hechos que caracterizan casi siempre el mundo de la política, sobre todo en el terreno del movimiento, que fue el terreno propio de la revolución soviética. Es decir, estamos hablando en definitiva de las condiciones subjetivas, de los hechos procedentes de la voluntad política y de la generalización de esta en un sujeto que logra ser transformador. La pregunta de Lenin, qué hacer, cobra todo su sentido en el seno de una comprensión del movimiento general: en absoluto parte de la historia concebida como el resultado de la actuación de los grandes hombres. Hablamos del pueblo, de la gente y de su poder.
En suma: todo proceso revolucionario es siempre un proceso constituyente, y en toda revolución tiene que darse la existencia y coincidencia de las condiciones objetivas y de la “creación”, a su ritmo, de las subjetivas. (¿Y tú me lo preguntas? Las condiciones subjetivas “eres tú”). Por eso a veces, a la hora de interpretar los procesos, estemos asistiendo a la tentación fácil de emitir un marxismo barato, acartonado, con los huesos secos, basado en esquemas y citas de autoridad convertidas en objetos arrojadizos.
En el tiempo histórico de la construcción del sujeto histórico transformador, hay que dejar de lado toda pereza mental. Toda resignación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario