Fuente: El Viejo Topo.Topo Express
Joaquim Sempere
Joaquim Sempere
Barcelona,
29 de enero de 2017. Un millar largo de personas de todas las edades se
reúnen en las viejas cocheras de Sants, barrio obrero emblemático de la
ciudad, para asistir a la convocatoria de un proceso de debate que debe
culminar el 1º de abril en una Convención fundacional de la nueva
formación política que está surgiendo de las confluencias (Barcelona en
Comú, Catalunya Sí que es Pot) en las que habían convergido las personas
movilizadas del 15M, el Procés Constituent y Podemos con los militantes
y simpatizantes de viejas formaciones herederas directas del PSUC (ICV,
EUiA) y de otras procedencias. El clima es de emoción y esperanza,
contenida pero indudable. Los deseos de que el proyecto se consolide son
evidentes. El marco y el estilo del encuentro son juveniles, como
corresponde a las generaciones jóvenes que llevan la iniciativa. Y el
protagonismo también: todos los intervinientes tienen menos de 40 o 45
años, con acentuado predominio de las mujeres. Algunas se revelan
excelentes oradoras, como la diputada Lucía Martín, la alcaldesa de
Castelldefels Candela López o la propia Ada Colau, promotora destacada
de la iniciativa.
Joaquim Sempere |
Cuando en las elecciones municipales de 2015 irrumpieron con fuerza
confluencias radicales –en Barcelona, pero también en otras ciudades de
Cataluña, y en Madrid, Valencia, Zaragoza, Cádiz, A Coruña, etc.—, esos
“ayuntamientos del cambio” anunciaban un giro importante en la política
tanto catalana como española. La tendencia se consolidó en las
elecciones generales de 2016, en las que Podemos (con las confluencias
de distintos territorios del país) sacó un 20% de los votos y, en
Cataluña, En Comú Podem alcanzó el 24,5%. Nunca en la etapa
postfranquista fuerzas radicales de izquierda habían logrado estos
resultados, que, en Cataluña, superaban aquel (efímero) 18% alcanzado en
las primeras elecciones de 1977 por el PSUC. Los más viejos del lugar
nos tentábamos la ropa, algo desconcertados. La interpretación parecía
evidente: con la crisis del 2007 entrábamos en una nueva fase
sociopolítica. El capitalismo financiarizado desbocado había llegado
demasiado lejos y ponía al descubierto una esencia íntima que durante
los años de la “prosperidad” de la segunda mitad del siglo XX quedaba
oculta tras una abundancia precaria pero real para una mayoría de la
población. La crisis desveló que esa prosperidad no era un efecto
buscado por el sistema, sino un efecto colateral. Y que cuando para
mantener las condiciones de acumulación de capital convenía precarizar a
millones de personas, eliminar las condiciones contractuales de los
trabajadores, privatizar todo lo privatizable, reducir los salarios y
acabar con los derechos adquiridos durante decenios de luchas obreras y
populares, a los que mandan no les temblaba el pulso.