Antonio Pintor
Colectivo Prometeo
Nuestro amigo José María, dada su tendencia al optimismo, nos ha ilustrado con un relato amable y, por desgracia, utópico acerca de lo ocurrido en urgencias del hospital Reina Sofía con un amigo común. Ver en su blog “Desde el breviario al vademécum” la entrada titulada “El buen camino”.
El artículo es interesante por constructivo, ya que lo habitual en estos casos es centrarnos en la crítica de lo que se hizo y olvidarnos señalar lo que debería haberse hecho. Plantea, con su ironía habitual, la conducta deseable cuando se comete un error de bulto como es el caso que nos ocupa.
En mi caso, como testigo y coprotagonista de los hechos acaecidos, me interesa mostrar lo que ocurrió realmente, poner en evidencia los fallos cometidos y, como suele decirse, aprender de los errores.
Para comprender lo ocurrido en la tarde del viernes 16 de junio de 2023, tenemos que remontarnos a dieciocho meses atrás para recoger en la historia clínica lo que llamamos Antecedentes Personales de interés.
Ese día, 24 de enero del 2022, nuestro amigo, protagonista involuntario de la historia, presentó un dolor torácico por el que acudió a las urgencias del Hospital de la Cruz Roja, pues su proveedor sanitario era la compañía ASISA. Fue atendido con la sospecha de infarto de miocardio, pero las pruebas realizadas para confirmarlo (ECG, troponina, etc.) resultaron negativas. El médico que lo atendió iba a darle el alta y derivarlo a su domicilio bajo la sospecha de crisis de ansiedad. Dio la casualidad que en ese momento había un cardiólogo en urgencias que estaba visitando a un paciente ingresado en observación y el médico de urgencias ante la duda decidió, afortunadamente para nuestro amigo, consultarle el caso. El cardiólogo, tras ver al paciente y sin tener argumentos racionales como explicó posteriormente a la familia, le pidió un TAC. Los resultados del mismo fueron diagnósticos, disección de aorta que afectaba a otras ramas. Se imponía intervención urgente para corregir el daño. Al no disponer el hospital de los medios para realizar el tratamiento, traslado urgente al Hospital Reina Sofía donde esa misma noche fue intervenido y su vida salvada.
Entre el listado de fármacos prescritos se incluye, de por vida, el anticoagulante SINTROM y consecuentemente la advertencia del riesgo de hemorragias, tanto externas como internas. Ahora centrémonos en los hechos del reciente episodio.
El paciente, en compañía del autor del escrito y sus respectivas parejas, viaja al balneario de Ariño situado a más de 100 Kms al norte de Teruel. A los pocos días de llegar nos refiere tener unas molestias en la región occipital del cráneo. La tensión arterial, que se tomaba diariamente, era normal por lo que lo achacamos a tensión muscular por las nueve horas que estuvo conduciendo.
Las molestias fueron ligeramente en aumento y los dos últimos días se acompañaron de tendencia al sueño, aunque no de forma alarmante. Fue durante el viaje de vuelta, cuando el cuadro se hizo más preocupante, pues no solo no se encontraba en condiciones de conducir sino que se quedaba dormido con facilidad. A esta somnolencia se añadió, al inicio del viaje, un vómito espontáneo que nos obligó a parar. Más adelante se volvió a repetir, aunque en esta ocasión fue después de haber comido.
Las nueve horas de vuelta se hicieron eternas, pues como médico con amplia experiencia en urgencias, con los antecedentes y el cuadro clínico: anticoagulado, cefalea, somnolencia y vómito en escopetazo, la sospecha de posible hemorragia cerebral era alta. Por ello, al llegar a Córdoba nos dirigimos a urgencias del hospital. Entramos en la consulta a las 18.30 y nos atendió un médico joven que supuse era R1. Me presento como médico, le cuento los antecedentes del paciente, el tratamiento con sintrom y los síntomas por los que acudimos.
Unos minutos después se incorpora una médica, posible R2 o R3, que asume la atención e inicia de nuevo la historia que es la que queda registrada. En ella, a pesar de los reiterados reproches que nos hizo por acudir a urgencias para un control de sintrom, no se hace alusión al tratamiento con este fármaco. De nada sirvió mi insistencia en que ese no era el motivo de consulta sino un dato a tener en cuenta ante los síntomas que presentaba. Ni caso.
Extracto de la historia clínica:
Exploración neurológica, analítica y Rx de tórax (¿?) normal.
Diagnóstico al alta: cefalea. Tratamiento Paracetamol 1 gr/8 horas.
Anota al final: Supervisado por el adjunto de guardia.
La supervisión de este señor consistió en escuchar a la médica residente y decidir que era todo correcto. Sin mirar al paciente y mucho menos hablar con él o su acompañante. Una supervisión cojonuda.
Han cometido un error grave en el manejo diagnóstico de este paciente. Error, por otra parte, evitable, si los médicos en cuestión hubiesen atendido al relato que, tanto yo primero y su esposa después, les facilitamos. No lo hicieron, le dieron de alta y pasaron por alto nada menos que una hemorragia cerebral. Afortunadamente, dos días después, en una nueva visita a Urgencias del mismo hospital, se pudo aclarar todo. Se le realizó el TAC, se diagnosticó adecuadamente y se le intervino. Todo bien.
El final feliz, sin embargo, no me deja satisfecho. Resuelto el proceso, en una reunión de conciliación amistosa con la médica residente que nos atendió y su jefe, tanto la esposa del paciente como yo, esperábamos lo que José María irónicamente refleja en su artículo, un reconocimiento de los errores cometidos, aprender de ellos y ¿por qué no? una disculpa. Nada de eso.
Contra lo que cualquier razón médica entendería, estos señores se enrocaron en una postura unitaria y corporativista del "se ha actuado según protocolo". ¡Tócate los cataplines!!! Si siguiendo el protocolo el paciente podría haber sufrido consecuencias irreversibles, es porque no funciona. Pero es que no es verdad, el protocolo no se siguió porque lo primero de cualquier acto médico es preguntar ¿Qué le pasa? y recogerlo en la historia tal como el paciente, o en su caso acompañante, lo exponen. Algo que obviamente no se hizo, pues de haberlo hecho la actuación hubiese sido otra.
¡Lo que nos cuesta a los médicos reconocer los errores!! Y no entiendo el por qué. Con lo fácil y liberador que resulta asumirlos y disculparse y así poder dormir con la conciencia tranquila... Pues no. Estoy convencido de que en su fuero interno estos médicos saben que se han equivocado gravemente. Y sin embargo, de puertas afuera se resisten a confesarlo. En fin, estaríamos una vez más a lo de no dar su brazo a torcer, agarrarse a cualquier argumento por fútil que sea con tal de "salirse con la suya". En suma: falta de humildad. Algo que en los hospitales debería cuidarse, especialmente con los que están formándose.
La humildad, que no el servilismo, es una cualidad de las personas que les hace sentirse en igualdad con sus semejantes, que les reconoce como imperfectas y vulnerables, capaces de equivocarse. Resultan admirables aquellas personas que, dotadas de talentos portentosos, consiguen destacar por su sencillez sin proponérselo siquiera. Les sale del natural. Esta cualidad es especialmente importante en los médicos, tan dados, por una parte, a endiosarse por sus logros, algunos de ellos ciertamente meritorios, y por otra, a cometer errores, incluso negligencias, como personas humanas que son. La humildad es el fiel de la balanza, aquello que nos proporciona la grandeza de ponderar con prudencia los halagos y asumir con dignidad nuestros fallos. En este caso, una actuación que puso en riesgo la vida del paciente se hubiese evitado con un baño de humildad.
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