Vincenzo Camuccini: Muerte de César |
Fuente: Cuarto Poder
Manolo Monereo
Diputado Unidos Podemos Córdoba
FCSM
A la memoria de Manolo Ramiro
Terminará siendo una figura trágica. Lo intentó y no pudo. Ahora quieren asegurarle una muerte política indigna. Lo de Patxi López ha sido todo menos inesperado; a algunos nos sorprendió que no lo hiciera antes, hasta Luena –tú,
Cesar, tú– parece que cambió de bando. Amistad y política nunca fueron
cosas fáciles. Si las personas hacen la historia en condiciones dadas,
hay siempre un margen para la autonomía y para la voluntad. Si todo
estuviera determinado, la traición no tendría cabida.
He escrito mucho sobre Pedro Sánchez
y siempre me ha asombrado su capacidad para arriesgarse por y para el
PSOE; su inaudito esfuerzo por impedir la decadencia de un partido que
ha sido, en lo fundamental, el partido del régimen. Ahora que en Podemos
se abre un debate bastante viejo y simple sobre el PSOE y su futuro,
convendría no olvidar el pasado reciente. La tarea de Pedro Sánchez fue
muy clara desde el principio: frenar la caída del PSOE e impedir en la
izquierda la hegemonía de Podemos. Nunca, nunca dejó de tener esta idea
en el centro de su táctica política. Quería ser un nuevo Felipe González,
reconstruir un proyecto autónomo capaz de ser alternativa a la derecha
realmente existente y –es lo fundamental– impedir que a su izquierda
surgiera una fuerza que lo obligase a negociar y, por lo tanto,
compartir escaño y programa. Hay que insistir, el bipartidismo ha sido y
es un modo de organizar el poder para que los que mandan y no se
presentan a las elecciones, nunca puedan ser cuestionados. La clave está
en la izquierda, no en la derecha, en un sentido muy preciso: la
derecha va siempre unida y la izquierda debe unificarse en torno al Partido Socialista.
Pedro
Sánchez ha seguido siempre este guión. Por eso rechazó el gobierno de
coalición y se polarizó fuertemente con la derecha política. ¿Cuál era
la debilidad de su proyecto? Que necesitaba el apoyo de los poderes
fácticos, específicamente, económico-financieros y mediáticos. Negoció
con ellos y no logró convencerlos. Pedro Sánchez insistía una y otra
vez: el problema era la crisis del régimen y detrás de esa crisis están
Podemos y Unidos Podemos. Él era el único capaz de vencerlo, pero para
ello necesitaba autonomía y polarizarse fuertemente con la derecha. Él y
su comité federal lo tuvieron claro después del 20D: no gobernar con
Podemos desde una estrategia de erosión electoral, división interna y de
cuestionamiento de su secretario general. No era una cuestión personal,
ni siquiera partidista: salvar al régimen y situar en su eje de
recomposición al PSOE.
Nunca se intentó un acuerdo en serio con
Podemos: o aceptaban abstenerse ante un gobierno PSOE/Ciudadanos o
elecciones generales, culpabilizando de las mismas a la formación
morada. Ahí comienza una división en Podemos que llega hasta hoy. Una
parte intentó hasta el último minuto facilitar el gobierno
PSOE/Ciudadanos; otra, se opuso claramente a esta posición, ganando un
referéndum entre las personas inscritas. Este es el origen del supuesto
autoritarismo y de las prácticas plebiscitarias –¿populistas?– de Pablo Iglesias.
¿Qué hubiera pasado si Podemos hubiese facilitado un gobierno
Ciudadanos/PSOE? Que se hubiese aceptado su programa de modernización
capitalista del país, negociando sus flecos, dejando de ser oposición
alternativa. Se trataba de legitimar una nueva restauración, y poner fin
al impulso de cambio y renovación que significaron el 15M y Podemos. No
era un problema de habilidad política, el PSOE nunca renunció a ser el
partido del régimen. Cuando digo nunca, es nunca. Esta fue la gran
debilidad de Pedro Sánchez, desde el comienzo dependía de los poderes
fácticos y éstos terminaron por rechazarlo.
Los que mandan
pusieron fin a cualquier veleidad de autonomía e intervinieron al PSOE
hasta conseguir la dimisión de su secretario general. Los politicistas,
los que creen en los juegos de palacio, nunca entenderán el
funcionamiento del poder en una sociedad capitalista desarrollada. Manda
siempre un bloque político-económico y la autonomía es siempre
relativa. Cuando hay una crisis de régimen, esa autonomía se reduce
mucho y las fuerzas del mismo tienden a la homogeneidad y al acuerdo.
Tan viejo como el mundo que conocemos. Lo que vino después fue muy claro
y seria bueno tenerlo en cuenta para el futuro: los poderosos no
perdonan y no aceptan indisciplinas. Las elecciones del 26J evidenciaron
una cosa: el eje de la recomposición del régimen ahora sería el PP y Mariano Rajoy.
¿Cuál
es la fase? Esta estará marcada por la lucha –muchas veces cruenta–
entre restauración y ruptura. La hipótesis populista terminó el 20D, es
decir, la estrategia de asalto y enfrentamiento frontal. La “máquina de
guerra electoral” dio de sí todo lo posible y hasta más. Un asunto a no
olvidar: en el sur de la Unión Europea, en un país como España, crece y
se desarrolla una fuerza de impugnación al neoliberalismo y a sus
políticas, de raíz plebeya, democrática y justiciera. Cinco millones de
votos, 71 diputadas y diputados y 21 senadores y senadoras. Estamos
perdiendo hasta la autoestima. Unidos Podemos sigue siendo una fuerza
real con capacidad de veto y bloqueo, esperanza concreta de miles de
personas y forma de acción colectiva de una parte significativa de las
clases subalternas.
Guerra de posiciones para gobernar y
disputarle la hegemonía a las clases dirigentes. Primero, ser parte del
conflicto y, desde ahí, construir fuerza política de abajo a arriba con
capacidad de organizar poderes sociales; en segundo lugar, combinar
democratización de las instituciones –de todas las instituciones– con
una nueva relación entre la política y la ciudadanía; en tercer lugar,
solvencia, un proyecto de mayorías que las organice, que construya un
imaginario alternativo y que argumente válidamente que el país puede
cambiar si queremos que cambie. Un programa realista, radical y
transformador, entendible por nuestras gentes, técnicamente viable y
políticamente posible. La clave: unir cuestión social con cuestión
nacional desde una aspiración común por el control democrático de
nuestras vidas, por nuestro derecho a decidir, es decir, por la
soberanía popular y por la democracia como autogobierno de la
ciudadanía.
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