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Manolo Monereo *
“Sin homogeneidad social, la más radical
igualdad formal se torna la más radical
desigualdad, y la democracia formal, la
Dictadura de la clase dominante”.
Hermann Heller, 1928
igualdad formal se torna la más radical
desigualdad, y la democracia formal, la
Dictadura de la clase dominante”.
Hermann Heller, 1928
Son
señales elocuentes, datos de una profunda involución social, de crisis
de la política y de decadencia cultural. Lo que estamos oyendo y leyendo
sobre Grecia supera con mucho lo conocido hasta el presente. Se está
defendiendo casi unánimemente el derecho y el deber a la injerencia de
las instituciones de la Unión Europea (especialmente Alemania) en las
elecciones griegas. Las amenazas peores, la mentira convertida en verdad
oficial y el chantaje practicado como modo usual contra aquellos
pueblos que se atrevan a cuestionar, aunque sea moderadamente como es el
caso de Syriza, las reglas del juego dominantes de esta Europa alemana
del euro.
No sé si a estas alturas nos estamos dando cuenta todos y todas qué
tipo de construcción política y de forma de dominio es la Unión Europea,
esto que en el lenguaje usual se llama Europa. Por lo pronto, el
pensamiento único ha devenido en política única y con ello, el
neoliberalismo y sus técnicas de poder se convierten en obligatorio para
todos los Estados. Las poblaciones, sobre todo las del Sur, ven como se
degradan sus condiciones reales de vida y sus libertades materiales se
recortan sistemáticamente y, más allá, un tipo de democracia que ya no
significa el autogobierno del pueblo.
El caso griego se ha convertido en un ejemplo de lo que son las
políticas de austeridad impuestas por los poderes fácticos europeos, es
decir, por eso que se llama la Troika. Con el pretexto de rescatar al
país de una grave crisis económica y financiera, se le impone un
conjunto de medidas de ajuste que supone una enorme degradación de las
condiciones de vida y de trabajo de la población, un recorte brutal de
las prestaciones públicas y una sustancial disminución del papel
regulador y redistribuidor del Estado. Sí, se trata de una guerra y no
es nada extraño que viejos resistentes griegos a la invasión alemana así
lo pongan de manifiesto. Una guerra de clases declarada por los
poderosos e impuesta a las poblaciones bajo el chantaje de la deuda.
En Grecia se ha ido construyendo una alternativa. No ha resultado
fácil. Cuando un régimen político se hunde y el sistema de partidos
estalla, la confusión crece y el desencanto se generaliza, no resulta
fácil organizar la esperanza y convertirla en política. Syriza parece
que lo está consiguiendo y que puede ser la ganadora de las próximas
elecciones con un programa, hay que insistir sobre esto, realista y
hasta moderado pero defendiendo la dignidad de un pueblo y la
independencia del país.
Crece el temor a que Syriza gane y que con ello entre en crisis el
conjunto de la eurozona. Sorprende que un pequeño país ponga en cuestión
a la primera potencia económica del mundo. Lo que Grecia pone de
manifiesto es la debilidad estructural de esta Europa del euro y, sobre
todo, el enorme poder de decisión y de acción de eso que se llaman los
mercados y que no es otra cosa que el dominio del capitalismo
monopolista financiero.
Sin embargo, desde un punto de vista democrático y desde las mayorías
sociales lo que debería preocuparnos es qué pasará en Grecia si no gana
Syriza, es decir que el chantaje haya tenido éxito y que las élites
gobernantes de la UE se hayan impuesto. ¿Qué quedará de la democracia en
Grecia? ¿Quién defenderá las libertades democráticas cuando estas se
disocian de la justicia social y de la igualdad? ¿Quién protegerá al
pueblo de la codicia de las clases dominantes?
Estas preguntas hay que hacérselas también pensando en la masacre de
París. Francia no es cualquier país. Tiene un Estado fuerte y ha tenido
una gran capacidad de integración social. Una sociedad civil robusta,
grandes sindicatos y partidos de izquierda y un proyecto como el
gaullista, que aseguraba cohesión social e identidad nacional. Veinte
años de políticas neoliberales lo han cambiado todo, los grandes sujetos
sociales y políticos se han ido disolviendo y desintegrándose las
identidades. De los grandes proyectos colectivos no queda mucho y la
sensación es de decadencia y de orfandad. Las nuevas generaciones, los
hijos de la emigración, tienen enormes dificultades para sentirse parte
de una comunidad de hombres y mujeres libres. La relación con el Estado
ha ido cambiando y la vida pública se ha degradado mucho.
Francois Hollande llegó a la presidencia prometiendo
nuevas relaciones con Europa y con Alemania, reindustrializar el país y
poner fin a las políticas de austeridad. Nada de esto se ha hecho y, lo
que es peor, con su nuevo primer ministro Valls, está
haciendo unas políticas que nunca se atrevió a practicar la derecha.
Ahora viene el inmenso mazazo de los asesinatos en París. ¿Qué ocurre
cuando en una sociedad no hay alternativa? ¿Qué ocurre en un Estado
democrático cuando derecha e izquierda hacen las mismas políticas
contrarias a la vida y a la dignidad de la ciudadanía? Marie Le Pen está cerca.
No hay que engañarse. Lo vivimos en los años treinta y esa lección no
ha sido aprendida. Toda sociedad reaccionará y lo hará con mucha fuerza
cuando sus condiciones como pueblo y Estado son amenazadas
radicalmente. Son las políticas neoliberales impuestas por esta Unión
Europea alemana las que están poniendo en peligro las libertades y la
democracia en nuestros países. No hay nada más que mirar las encuestas
para ver que las poblaciones de los países del sur de la UE lo que
quieren es protección social, un futuro plausible para las nuevas
generaciones y dignidad para sus naciones. Desde los poderes formales e
informales se les dice que esto no es posible y que si quieren seguir
perteneciendo al selecto club de los países de la Unión Europea tienen
que sacrificar sus libertades, degradar sus derechos sociales y
convertir la democracia en un simple mecanismo para elegir a aquellos
gobernantes que los poderes fácticos desean.
Este es el verdadero dilema griego y, cada vez más, lo será el
francés. Las autodenominadas izquierdas cada vez tienen un problema más
grande, las relaciones con sus pueblos, con la ciudadanía. Mejor dicho,
que tienen que escoger entre seguir siendo serviles administradores de
los intereses generales de la burguesía financiera o convertirse en
garantes de los derechos de las mayorías. Al final aparece la vieja
historia del movimiento obrero organizado, que para defender las
libertades y la democracia hay que empeñarse en una lucha dura y
terrible contra la plutocracia que nos gobierna.
¿Y si España fuera el eslabón más débil de la cadena del Sur?
1 comentario:
Al final aparece la vieja historia del movimiento obrero organizado, que para defender las libertades y la democracia hay que empeñarse en una lucha dura y terrible contra la plutocracia que nos gobierna.<zz<z<<<
Como siempre muy bien, compañero Manolo Monereo, en hora buena. pero al clase trabajadora necesita una alternativa al sistema capitalista y hasta el momento no hay nada.
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