Manuel Monereo
Fuente: Cuarto Poder
Para Salvador Allende, engarce imprescindible
entre nuestro pasado y nuestro porvenir.
entre nuestro pasado y nuestro porvenir.
Estas elecciones municipales y autonómicas están siendo muy duras
para el sujeto popular: divisiones, prepotencias, sectarismos de todo
tipo…, pero es solo una parte de la verdad. En otros muchos lugares, la
unidad popular avanza y se consolida; centenares de candidaturas,
empezando por Madrid y Barcelona, se han ido gestando con paciencia, con
inteligencia, con sufrimiento. Cuando los ‘partidos-institución’ no
responden a las demandas del ‘partido orgánico’ (las fuerzas que están
por el cambio y la transformación), los ajustes se hacen difíciles y los
muros parecen obstáculos infranqueables. Aun así, se saltan y se están
saltando, y a veces se rompen y se están rompiendo.
Mujeres y hombres, activistas, cuadros
sociales y políticos han hecho posible desde abajo lo que por arriba no
parece posible todavía: unir a las diversas izquierdas, organizar
amplios frentes democrático-populares, y hacerlo al calor de los
movimientos sociales. El objetivo es claro: construir la alternativa al
bipartidismo y gobernar para transformar. No es poco, es apenas el
inicio y queda mucho, mucho camino por delante. La experiencia va a ser
muy importante y dará fuerza, confianza y estímulo a los que han
luchado, con paciencia y coraje, por la unidad popular.
Pero, ¿qué es la unidad popular? Intentaremos delimitarla, siempre
provisionalmente, por aproximaciones sucesivas. Una primera definición
podría ser la siguiente: un conjunto de políticas dirigidas,
encaminadas, a la construcción de una sociedad de mujeres y hombres
libres e iguales, liberados de la explotación, del dominio y la
discriminación; una res pública. Se trata de una definición,
quizá demasiado abstracta, que expresa objetivos políticos que actúan
como principios, como ideas reguladoras, que sirven para criticar el
presente y prefigurar las líneas maestras del futuro a construir
colectivamente.
La unidad popular es, sobre todo, una estrategia, es decir, un modo
de hacer y organizar la política concebida como acción consciente,
colectivamente realizada. Para entender esto, es necesario hacer un
pequeño rodeo sobre el poder en nuestras sociedades. En la sociedad
capitalista, el poder es capitalista; no se trata de un juego de
palabras; lo que se quiere decir es que el capital, los capitalistas,
individual y colectivamente, tienen un poder estructural y que este está
distribuido desigualmente y asimétricamente en nuestras sociedades.
Este es y será siempre el límite objetivo de toda democratización en el
capitalismo.
El Estado unifica al bloque dominante, asegura la subalternidad
político-ideológica de las mayorías sociales y garantiza la cohesión de
la formación económico-social, desde su monopolio exclusivo de la
violencia legítima. El Estado capitalista es, pues, el espacio
contradictorio donde se expresan los conflictos básicos, se dirimen las
contradicciones entre fuerzas políticas y sociales y, esto es lo
fundamental, se organiza y reproduce la clase política dirigente. Ni es
neutro desde el punto de vista de los conflictos básicos ni un simple
instrumento-máquina de las clases económicamente dominantes; su
autonomía es siempre relativa, y cambia según condiciones. Ahora, en la
presente crisis (es señal inequívoca de ella), la autonomía es más
estrecha y su carácter de clase, más evidente.
Partiendo de esta realidad del poder en nuestras sociedades, se
entiende mejor lo que significa la unidad popular como estrategia
política emancipatoria. Gobernar es muy importante, planteárselo como
objetivo demuestra la seriedad, la consistencia y el coraje de una
fuerza política, pero debemos subrayar también que gobernar con un
programa transformador significa, hoy más que ayer, algo más que acceder
electoralmente al poder ejecutivo; hace falta fuerza social organizada
para intentar (tarea muy difícil y siempre provisional) reequilibrar el
déficit estructural de poder existente en nuestras complejas sociedades.
En el centro, el Estado, y más allá, el conjunto de instituciones
formales y no formales de eso que se ha venido a llamar la sociedad
civil.
El objetivo es combinar, en el largo y en el corto periodo, la
democratización de las instituciones del Estado con la articulación y
desarrollo de poderes sociales. Ambas cosas, trabajo institucional y
creación de poderes de base en nuestras sociedades concretas, tiene una
prioridad local-territorial. Se podría hablar de la ‘territorialidad del
poder’, es decir, de asentarse sólidamente en el espacio, crear
vínculos sociales solidarios y altruistas, y expandir formas
alternativas de producción y comercialización que aseguren el buen vivir
de las personas, nuevas relaciones sociales respetuosas y en paz con el
medio ambiente, volcadas hacia el futuro, uniendo dignidad y
autogobierno de las personas con la apropiación colectiva del
territorio.
Para no perder el hilo: ‘democratizar la democracia’ (como nos enseña desde hace años Boaventura de Sousa Santos)
implica combinar un trabajo serio y sistemático en las instituciones
(gestionar de forma alternativa es crucial) con la creación paciente,
tenaz, contracorriente (la normalidad es casi siempre pasividad,
subalternidad y dejar hacer al mercado, a los empresarios, al capital)
de diversas formas de autoorganización social, practicas sociales e
institucionales alternativas. La clave: una gestión institucional que
genere conflicto y no paz social, que fomente la autoorganización de
sujetos sociales fuertes; poderes sociales que ayuden a democratizar las
instituciones, que socialicen la política y cambien la sociedad desde
abajo.
Lo nacional-popular es la otra cara de la moneda, el contenido que
hace posible la transformación social. Ser parte de la gente, ser gente,
implicarse y aprender enseñando. Lo que hay detrás es un viejo asunto
que tiene que ver con la vida cotidiana de las personas. La sociedad
emancipada, lo que hemos llamado socialismo, implicaba una
democratización sustancial de la política, del poder, de la cultura, de
la economía. Es la democracia de la vida cotidiana, es decir, nuevas
relaciones sociales entre los hombres y las mujeres, entre las empresas y
los trabajadores, entre los servicios públicos y la ciudadanía, entre
los seres humanos y la naturaleza de la que somos irreversiblemente
parte. En definitiva, reabsorber la historia de las grandes palabras y
de los hechos trascendentales en una cotidianidad liberada.
Lo peor es el elitismo de una parte significativa de los
intelectuales, unas veces trufado de culturalismo, otras de marxismo de
andar por casa (perdón, por los palacios) y los más, puro llegar
holgadamente a final de mes. Los intelectuales tradicionales deben ser
superados por otros que sean capaces de partir de las necesidades de las
gentes, defendiendo y transformando los ‘sentidos comunes’,
construyendo una nueva alianza con las clases subalternas. El objetivo
es preciso: una nueva cultura que dé vida a un nuevo poder, a un nuevo
Estado, a una nueva república protagonizada por los de abajo, fundada en
la hegemonía política de las clases trabajadoras, de las clases
populares.
La unidad popular, hay que insistir una y otra vez, es hoy
obligatoria. Si algo pone de manifiesto la Grecia de Syriza (siempre
sola, justo es señalarlo) es que el poder de los gobiernos ha disminuido
mucho y que cualquier proyecto democrático y social requerirá
conquistar más autonomía, más soberanía, más poder. Sin una mayoría
social organizada, sin un pueblo convencido y movilizado, sin unas
fuerzas políticas y sociales unidas, no habrá transformación posible y
seremos, una vez más, derrotados, todo ello para mayor gloria de la
Europa alemana del euro y del capital monopolista financiero. Al final,
será muy importante un equipo dirigente audaz, inteligente y radical.
Se dirá que todo es demasiado genérico y que los seres normales no lo
entenderán. Creo que se equivocan. Las encuestas sirven para lo que
sirven y con restricciones. Hay, al menos, dos actitudes posibles:
quedarse en lo que opinan las gentes sin más o partir de ellas, para ir
más allá de ellas mismas. Por lo que sabemos, digámoslo con modestia,
nuestra gente tiene ideas claras y enemigos de carne y hueso: los
banqueros, los grandes empresarios, la gran patronal… Saben con bastante
precisión que los poderosos han capturado al Estado y que lo han puesto
a su servicio, y que los responsables de esta inmensa involución social
y política son los dos grandes partidos dominantes, siempre apoyados
por las burguesías nacionalistas vasca y catalana. Lo que hay que hacer
ahora es convertir la enemistad política en proyecto alternativo de
país. La diferencia entre transformación y transformismo es, muchas
veces, una delgada línea. La unidad popular servirá, también, para que
esta no se traspase.
2 comentarios:
¿Y la imagen que encabeza este artículo es ilustrativa de la Unidad Popular?...???
Cuando los de abajo nos movemos, los de arriba se caen.
Por tanto es necesario que los que estamos en la calle codo con codo en las diversas luchas, debemos forzar la unidad las diversas organizaciones de las que formamos parte.
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