Pepa Polonio
Colectivo Prometeo
Mesa Estatal del FCSM
A partir del Tratado de Roma, caminamos hacia el IV Reich.
Al principio apenas se nota: se consolida la alianza entre los eternos
enemigos, Alemania y Francia, con otros países ribereños del Rhin
–Holanda, Bélgica y Luxemburgo- y se consigue la salida al Mediterráneo
de Alemania vía Italia. Se genera así un gran núcleo capitalista en
Europa, una alianza económica que sirve de cara limpia a una OTAN que se
enfrenta fríamente al Pacto de Varsovia de la URSS y sus satélites. Que
también son Europa, a pesar de que se oculta cuidadosamente.
Después
se amplían fronteras con los aliados naturales: las Islas Británicas
(Reino Unido e Irlanda) y Dinamarca, que incorporan una dimensión
atlántica y una avanzadilla hacia territorios escandinavos y bálticos.
Después, Grecia, asunto pendiente frente a Turquía desde siempre, y
control de la salida soviética hacia mares abiertos. Había que esperar a
la normalización democrática en la península Ibérica, y ahí le tocó
aguantar a Portugal. No le sirvió de mucho la ventaja de la Revolución
de los Claveles y de ser miembros de la OTAN. La incorporación de la
región ibérica abría paso a toda Iberoamérica y al norte de África.
Hay
que esperar a la descomposición de la Unión Soviética para que se
incorporen las nuevas repúblicas surgidas de un socialismo colonialista y
corroído por una corrupción sin control, por más que se llamaran
democráticas. Mientras tanto, Alemania se unifica. Se aúna el poderío
económico de la industria de base alemana, casi toda situada en las
orillas del Rhin, reflotada con el dinero del Plan Marshall en su
momento, con la potencia política que le otorga el liderazgo de un
Mercado Común Europeo que tarda pocos años en cambiar de nombre en
Maastricht.
En paralelo, se va gestando la hegemonía
económica alemana sin posibilidad de control político de los demás
países miembros. Al calor de las teorías neoliberales, los impuestos
directos dejan paso a los impuestos indirectos –injustos por definición-
y a los bonos del Estado para financiar la economía. De esta manera, se
institucionaliza un sistema que hasta este momento ha sido excepcional:
el de la Deuda Pública. Se empieza a escuchar, en tono triunfal, que se
han conseguido nosecuántos mil millones en bonos de deuda, como si en
el casino del pueblo se anunciaran a bombo y platillo los logros de un
pedrisco, con el aplauso de los terratenientes. Los rojos malvados
pensábamos que alguien no se enteraba de nada, e incluso llegamos a
sospechar de nuestra cordura. Cuando el Tratado de Maastricht deja paso a
la Europa de los banqueros frente a la que soñábamos de los ciudadanos y
las libertades Públicas, fuimos tachados de pájaros de mal agüero,
fundamentalistas, visionarios… Y sí, lo fuimos. Lean los escritos de
Martín Seco o de Pedro Montes de los tiempos anteriores a Maastricht, y
lo comprobarán.
Con el euro se crea un sistema monetario
no controlado desde los gobiernos que tampoco se corresponde con el
valor real de la producción, ni tiene más patrón que el que determine el
Banco Central Europeo, poder financiero independiente de todos excepto
de los bancos. El euro se estipula en el valor de dos marcos para las
diferentes monedas existentes en 2002, cuando entra en vigor. A partir
de ahí se inicia en España una vorágine de inflación no controlada y no
controlable por los mecanismos usuales. Si antes se podía devaluar la
moneda para ajustarla a su valor real y aumentar la competencia de
nuestros productos en el mercado, ahora la única forma de hacerlo es
disminuyendo los salarios, tanto el dinero que se paga como los
servicios sociales de que se disfruta por el hecho de ser trabajadores o
ciudadanos de un estado con un nivel de bienestar que disminuye por
días.
Como los impuestos no acompañan a la política
económica, la vía son los bonos de deuda. Uno de los principales medios
para conseguir préstamos es –qué coincidencia- el Deutsche Bank, que
tiene en su poder la práctica totalidad de la deuda griega. Ya sabemos
cómo se ha destruido a este país. Igual ha sucedido con los otros países
del arco mediterráneo y Portugal. Sus “rescates” han servido para
mermar la independencia. En España, el artículo 135 de nuestra intocable
Constitución fue modificado con nocturnidad para vaciar de contenido
todos los artículos que reconocen derechos sociales y económicos. Lo
primero es pagar la Deuda. Alemania, por fin, ha conquistado estos
territorios sin mover un soldado.
Y en todos estos años, a
los países del Este se les ha hecho el favor de salvarlos de las garras
soviéticas para incorporarlos a un espacio de libertad donde mantienen
sus salarios bajos pero con precios altos, pueden emigrar a Alemania o a
otros países industriales que conserven su industria, e, incluso, se
les permite elegir gobernantes si son del gusto de la Unión Europea. Si
no, puede pasarles como a Italia, que van por el quinto gobierno sin
elecciones.
1 comentario:
Da la sensación, por comentar, que el Nazismo fue una situación alentada y defendida por los capitalistas que, a posteriori, se desmadro un poquito, o igual no se desmadro tanto... quien sabe...
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