Colectivo Prometeo
Es curioso que en un país en el que tanto la Iglesia católica como algunos partidos políticos están en contra de que las personas tengan una muerte digna, elegida voluntariamente y asistida para evitar sufrimiento, consientan que se practique con nuestros mayores algo, como ya ocurrió en la primera ola de la pandemia, que les privó del derecho a la asistencia sanitaria y les condenó a morir abandonados y en soledad.
No sé cómo se sentirán quienes firmaron esos protocolos que negaban la asistencia a los ancianos para dejar las camas libres para los más jóvenes y de mejor salud. Sí sé del sufrimiento y el trauma que causó en muchos profesionales que se vieron forzados a cumplirlos. Profesionales que se jugaron la vida a diario, extenuados por el trabajo y rotos por el dolor que con el que convivían, al que tuvieron que añadir muchas veces la renuncia a sus principios éticos y morales para cumplir las órdenes recibidas. Algunas de esas personas comentaron llorando “esa persona que se abandonó a su suerte podía haber sido mi padre o mi madre”.
No es mi intención ahondar en aquel horror que hubo quién catalogó como eutanasia consentida a nuestros mayores, porque de haberles prestado asistencia muchos de ellos se hubieran salvado, o cuando menos, habrían tenido una muerte más digna, con menos sufrimiento. A estas alturas ya solo imploro que aquello no se repita.
Cuando días pasados leía en la prensa que Suiza había dado una orden de ese tipo, deseé con todas mis fuerzas que se tratara de un bulo; pero desgraciadamente, puede que no sea tal y que, simplemente, forme parte de esa nueva filosofía mercantilista que permite un tipo de genocidio, eutanasia o como quieran llamarle, destinado a nuestros mayores por razones económicas. Y sí, por razones económicas están muriendo muchas personas, también en EE UU, el país “modelo de desarrollo”, “democracia” y otros términos rimbombantes pero que ocultan graves miserias de las que no se habla, aunque cada vez resultan más difíciles de tapar.
Cada día son más las personas que traen a colación las declaraciones de políticos y magnates influyentes que en su momento, si alguna vez transcendían, apenas se les dio importancia y no despertaron recelos en la población general. A día de hoy, sus palabras comienzan a calar profundo porque mucha gente empieza a vincularlas a situaciones reales que les afectan.
Aquellas palabras de Christine Legarde, presidente del Banco Central Europeo y en su día, directora del Fondo Monetario Internacional, inquietan profundamente a nuestros mayores: Eso ocurre porque su afirmación de que “Los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global. Tenemos que hacer algo, ¡y ya!”, cobra significado real cuando a los ancianos, en situación de vulnerabilidad real y sin capacidad para actuar, se les negó el derecho a la hospitalización en la primera fase de la pandemia, se mermó la atención sanitaria para cualquier patología reduciéndola a consultas telefónicas, ineficaces y que están causando agravamiento de patologías y muertes por falta de atención a tiempo y, aunque afecte a todos, vuelve de nuevo a repercutir sobre los mayores porque son los que tienen una mayor carga de patologías crónicas que dicha situación agrava.
Si la longevidad de los españoles se lograba en base a la prevención temprana y la buena asistencia sanitaria de nuestro país, el deterioro y progresivo desmantelamiento de la atención primaria, sin necesidad de pandemias, es obvio que acorta la vida de las personas y su calidad mientras dure.
Cuando en una situación como la actual, se intenta sin piedad presionar al Gobierno para que se ocupe de la economía y se ponen todo tipo de trabas a las medidas que imponen restricciones con el fin de preservar la salud, me surgen dos reflexiones.
Una que me recuerda a Ted Turner y Bill Gates, ambos llevan tiempo hablando de la necesidad de reducir la población mundial. Bill Gates incluso anunció pandemias en varias ocasiones. La otra me retrotrae a D. Rockefeller cuando dice que “Estamos al borde de una transformación global. Todo lo que necesitamos es una gran crisis y las naciones aceptarán el nuevo orden”. La gran crisis ya la tenemos con la pandemia pero también con la nueva crisis financiera y con el agotamiento de los recursos del planeta, la contaminación y el cambio climático, que se están llevando por delante la vida de mucha gente y eso, en gran medida se lo debemos al “eficiente desarrollo” de la voraz economía capitalista.
Por último, retrocediendo en la historia, otra personalidad de la política, Henry Kisinger, admitía que cuando se estableciera el Nuevo Orden Mundial moriría mucha gente, pero que el mundo sería mejor para los que sobrevivan. Que cada cual llame como quiera a lo que está sucediendo, pero pienso que otro mundo es posible y otro modelo de economía también. Puede que la clave esté en centrarnos en ser y no tanto en tener, porque tal vez sea el único modo de que tengamos cabida todos en este expoliado planeta.
No sé cómo se sentirán quienes firmaron esos protocolos que negaban la asistencia a los ancianos para dejar las camas libres para los más jóvenes y de mejor salud. Sí sé del sufrimiento y el trauma que causó en muchos profesionales que se vieron forzados a cumplirlos. Profesionales que se jugaron la vida a diario, extenuados por el trabajo y rotos por el dolor que con el que convivían, al que tuvieron que añadir muchas veces la renuncia a sus principios éticos y morales para cumplir las órdenes recibidas. Algunas de esas personas comentaron llorando “esa persona que se abandonó a su suerte podía haber sido mi padre o mi madre”.
No es mi intención ahondar en aquel horror que hubo quién catalogó como eutanasia consentida a nuestros mayores, porque de haberles prestado asistencia muchos de ellos se hubieran salvado, o cuando menos, habrían tenido una muerte más digna, con menos sufrimiento. A estas alturas ya solo imploro que aquello no se repita.
Cuando días pasados leía en la prensa que Suiza había dado una orden de ese tipo, deseé con todas mis fuerzas que se tratara de un bulo; pero desgraciadamente, puede que no sea tal y que, simplemente, forme parte de esa nueva filosofía mercantilista que permite un tipo de genocidio, eutanasia o como quieran llamarle, destinado a nuestros mayores por razones económicas. Y sí, por razones económicas están muriendo muchas personas, también en EE UU, el país “modelo de desarrollo”, “democracia” y otros términos rimbombantes pero que ocultan graves miserias de las que no se habla, aunque cada vez resultan más difíciles de tapar.
Cada día son más las personas que traen a colación las declaraciones de políticos y magnates influyentes que en su momento, si alguna vez transcendían, apenas se les dio importancia y no despertaron recelos en la población general. A día de hoy, sus palabras comienzan a calar profundo porque mucha gente empieza a vincularlas a situaciones reales que les afectan.
Aquellas palabras de Christine Legarde, presidente del Banco Central Europeo y en su día, directora del Fondo Monetario Internacional, inquietan profundamente a nuestros mayores: Eso ocurre porque su afirmación de que “Los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global. Tenemos que hacer algo, ¡y ya!”, cobra significado real cuando a los ancianos, en situación de vulnerabilidad real y sin capacidad para actuar, se les negó el derecho a la hospitalización en la primera fase de la pandemia, se mermó la atención sanitaria para cualquier patología reduciéndola a consultas telefónicas, ineficaces y que están causando agravamiento de patologías y muertes por falta de atención a tiempo y, aunque afecte a todos, vuelve de nuevo a repercutir sobre los mayores porque son los que tienen una mayor carga de patologías crónicas que dicha situación agrava.
Si la longevidad de los españoles se lograba en base a la prevención temprana y la buena asistencia sanitaria de nuestro país, el deterioro y progresivo desmantelamiento de la atención primaria, sin necesidad de pandemias, es obvio que acorta la vida de las personas y su calidad mientras dure.
Cuando en una situación como la actual, se intenta sin piedad presionar al Gobierno para que se ocupe de la economía y se ponen todo tipo de trabas a las medidas que imponen restricciones con el fin de preservar la salud, me surgen dos reflexiones.
Una que me recuerda a Ted Turner y Bill Gates, ambos llevan tiempo hablando de la necesidad de reducir la población mundial. Bill Gates incluso anunció pandemias en varias ocasiones. La otra me retrotrae a D. Rockefeller cuando dice que “Estamos al borde de una transformación global. Todo lo que necesitamos es una gran crisis y las naciones aceptarán el nuevo orden”. La gran crisis ya la tenemos con la pandemia pero también con la nueva crisis financiera y con el agotamiento de los recursos del planeta, la contaminación y el cambio climático, que se están llevando por delante la vida de mucha gente y eso, en gran medida se lo debemos al “eficiente desarrollo” de la voraz economía capitalista.
Por último, retrocediendo en la historia, otra personalidad de la política, Henry Kisinger, admitía que cuando se estableciera el Nuevo Orden Mundial moriría mucha gente, pero que el mundo sería mejor para los que sobrevivan. Que cada cual llame como quiera a lo que está sucediendo, pero pienso que otro mundo es posible y otro modelo de economía también. Puede que la clave esté en centrarnos en ser y no tanto en tener, porque tal vez sea el único modo de que tengamos cabida todos en este expoliado planeta.
1 comentario:
Hola! para tener en cuenta estas dos iniciativas potentes:
Javier Padilla y Pedro Gullón, autores del libro «Epidemiocracia. Nadie está a salvo si no estamos todos a salvo» abren esta interesante Convocatoria de la XX Jornada sobre Desigualdades Sociales y Salud. Cádiz, 3 al 17 de noviembre de 2020.
Cortita y clarita. (15.44 min)
http://saludaccionyequidad.es/0-conferencia-inaugural
COVID 19: Una respuesta comunitaria para una pandemia social – Manifiesto completo
http://www.alianzasaludcomunitaria.org/covid-19-una-respuesta-comunitaria-para-una-pandemia-social/
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