Manolo Monereo
¿Cómo queda la correlación de fuerzas dentro del Gobierno? Intuyo que Pedro Sánchez gana capacidad de maniobra y la pierde Pablo Iglesias. El PSOE se recompone como partido empezando por unas nada fáciles elecciones autonómicas en Cataluña y en medio de una crisis que ha puesto en cuestión todos los dispositivos del Estado. Añadiría un dato más, la gestión de los fondos de recuperación rompe la dinámica del gobierno y convierte a la señora Calviño en la auténtica protagonista, junto con la ministra de Hacienda. La tensión va a ser enorme entre el factor tiempo (hay que aprobar rápidamente los proyectos para salir lo antes posible de la crisis); una administración en muchos sentidos obsoleta (que hay que reformar sobre la marcha); las exigencias de una crisis social y sanitaria cada vez más dramática y, sobre todo, el cumplimiento de las estrictas directrices políticas de la Comisión Europea.
Se suele decir que Pedro Sánchez es un político sin principios y sin proyecto. Nunca lo he creído. El presidente del Gobierno es un político normalizado que se adecua al discurso dominante, que crea su propio espacio y que concede a las ideas un papel no demasiado relevante. Como todos. Ahora bien, siempre ha tenido un proyecto: convertir de nuevo al PSOE en la centralidad política del país garantizándole una larga permanencia en el Gobierno. La palabra clave es reconocimiento. Pedro Sánchez lo que ha pretendido siempre es ser reconocido como el interlocutor indispensable de los grandes poderes económicos, el hombre capaz de asegurar la estabilidad de la Monarquía parlamentaria, neutralizar el conflicto social e impedir el surgimiento de una alternativa al sistema de poder dominante. Lo ha tenido que hacer en condiciones muy difíciles en un país que cambiaba, con un movimiento social como el 15M, con una fuerza política como Podemos; frente a un aparato de partido viejo y amanerado, demasiado escorado a la derecha y, esto es decisivo, en un momento que la historia se acelera y muta.
Quizás merezca la pena buscar una perspectiva más amplia haciendo referencia a la “operación Draghi”. Siempre sorprende Italia. Ver al “fascista” Salvini, a los “populistas” del Movimiento 5 Estrellas gobernar con los “corruptos” políticos de Berlusconi en sagrada unión con la casta política republicana, impacta. Los intelectuales sistémicos y los guardianes de lo políticamente correcto tendrán que aprender que los dispositivos del poder son los que delimitan y definen el peso real de las ideologías y los proyectos políticos. Los que mandan ponen de nuevo a uno de los suyos al frente de un gobierno (de amplísimo espectro) para restructurar por enésima vez un capitalismo en crisis permanente, domesticar a una sociedad que ya no se reconoce a sí misma y suspender la democracia en nombre de unas reglas económicas únicas y verdaderas. Bonapartismo de manual al servicio del capitalismo monopolista-financiero, la verdadera cara del populismo realmente existente.
Italia siempre fue laboratorio estratégico y antecedente político para los países del sur de Europa. La “operación Draghi” enseña: a) que el alineamiento férreo con las instituciones de la Unión y sus directrices es la política, la única, de los poderes económicos y de las clases dirigentes; b) que las decisiones fundamentales se toman por un aparato tecnocrático especializado en sintetizar los proyectos de las grandes corporaciones y fondos de inversión compatibles con los intereses de una todopoderosa Alemania; c) La democracia tal como la hemos conocido está desapareciendo a marchas forzadas. Cada crisis ahonda la contradicción entre las lógicas de los poderes fuertes y los procedimientos constitucionales legitimados por la soberanía popular.
Pedro Sánchez conoce “el consenso de Bruselas” de primera mano y lo asume como la única política posible. Todo lo demás es secundario, incluido ya el Gobierno de coalición. La tarea ahora es la gestión de los fondos de recuperación, asegurar el trasvase de fondos públicos a las grandes corporaciones empresariales-financieras, realizar la reconversión tecnológica del aparato productivo industrial y de servicios, garantizando (Draghi dice) que los fondos no impidan la necesaria y urgente “destrucción creativa” de las empresas ineficientes y poco competitivas. Colocar en el centro los derechos de los asalariados y asalariados; poner fin a un modelo laboral basado en bajos salarios, en la precariedad y pretender, además, reforzar el Estado Social es algo que está bien como enunciado siempre que no se pretenda realizar en momentos de crisis. Más adelante. Ahora toca alinearse con la Comisión, disciplinarse en torno a ella. Europa lo exige. Continuará.
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