Como cada año, con la estación invernal llegan las fiestas de la Navidad para conmemorar el supuesto nacimiento de Jesucristo en esa época, algo totalmente falso como después explicaré.
Un año más que el derroche económico y parafernalia luminosa de las calles y de las ciudades, suponen un despilfarro no sólo para las arcas municipales, sino para las familias, con las contradicciones de alegría y tristeza, riqueza y pobreza, algo totalmente alejado de lo que la tradición o enseñanzas mesiánicas pretendían.
Las fiestas de Navidad, como tantas otras religiosas de la antigüedad, no dejan de basarse o inspirarse en mitos de dudosa credibilidad histórica y hay que remontarse al año 354 de nuestra era, durante el papado de Julio I, quien fijó la fecha de dichas celebraciones el 25 de diciembre, con la intención de reducir y debilitar el impacto de otras festividades paganas romanas, con el apoyo del emperador Constantino el Grande, convertido al cristianismo y haciéndolas coincidir con las fiestas del solsticio de invierno, las conocidas Fiestas Saturnales, para conmemorar el nacimiento de Jesús, quien supuestamente, de haber existido, podría haber nacido en septiembre o tal vez a finales de primavera, pero nunca en diciembre, como se venera. No existe constancia real en los Evangelios, que por otra parte los más antiguos, los de San Marcos, fueron escritos un siglo más tarde del origen del cristianismo.
De este inciso histórico, se desprende que también estas celebraciones se basan en mitos para el festejo y el consumo.
La historia, recuerda que cuando se producen desigualdades abismales en la sociedad, se originan grandes cambios. Recordar por ejemplo, que en el siglo XVIII, cuando en Versalles la realeza y los nobles estaban distanciados de la realidad del pueblo, la situación económica y política se hizo insostenible, dando lugar a la Revolución Francesa y apenas ciento veintiocho años después, en 1917, situación parecida se producía en Rusia, cuando el régimen imperial del zar Nicolás II y sus allegados, alejados de la realidad social, bélica y alimentaria de la población y la precariedad económica, así como la escasez de alimentos, hacían fallecer de frío y hambruna a millares de personas en las calles, dando lugar al levantamiento popular que sería origen de la Revolución Rusa.
Un año más que el derroche económico y parafernalia luminosa de las calles y de las ciudades, suponen un despilfarro no sólo para las arcas municipales, sino para las familias, con las contradicciones de alegría y tristeza, riqueza y pobreza, algo totalmente alejado de lo que la tradición o enseñanzas mesiánicas pretendían.
Las fiestas de Navidad, como tantas otras religiosas de la antigüedad, no dejan de basarse o inspirarse en mitos de dudosa credibilidad histórica y hay que remontarse al año 354 de nuestra era, durante el papado de Julio I, quien fijó la fecha de dichas celebraciones el 25 de diciembre, con la intención de reducir y debilitar el impacto de otras festividades paganas romanas, con el apoyo del emperador Constantino el Grande, convertido al cristianismo y haciéndolas coincidir con las fiestas del solsticio de invierno, las conocidas Fiestas Saturnales, para conmemorar el nacimiento de Jesús, quien supuestamente, de haber existido, podría haber nacido en septiembre o tal vez a finales de primavera, pero nunca en diciembre, como se venera. No existe constancia real en los Evangelios, que por otra parte los más antiguos, los de San Marcos, fueron escritos un siglo más tarde del origen del cristianismo.
De este inciso histórico, se desprende que también estas celebraciones se basan en mitos para el festejo y el consumo.
La historia, recuerda que cuando se producen desigualdades abismales en la sociedad, se originan grandes cambios. Recordar por ejemplo, que en el siglo XVIII, cuando en Versalles la realeza y los nobles estaban distanciados de la realidad del pueblo, la situación económica y política se hizo insostenible, dando lugar a la Revolución Francesa y apenas ciento veintiocho años después, en 1917, situación parecida se producía en Rusia, cuando el régimen imperial del zar Nicolás II y sus allegados, alejados de la realidad social, bélica y alimentaria de la población y la precariedad económica, así como la escasez de alimentos, hacían fallecer de frío y hambruna a millares de personas en las calles, dando lugar al levantamiento popular que sería origen de la Revolución Rusa.
La pobreza es el resultado de políticas capitalistas, de injusticias y desigualdades.
Según datos oficiales, España tiene aproximadamente el 26´4 % de su población en riesgo de pobreza, hay unos 12´5 millones de personas en riesgo de exclusión y pobreza.
Cuando en el pasado mes de septiembre se presentaba el II Informe de Lucha contra la pobreza y la exclusión social, el “Mapa de la pobreza severa en España. El paisaje del abandono”, reflejaba que al inicio de la pandemia, casi el 10 % de la población vivía bajo el umbral de la pobreza severa.
Cuando en el pasado mes de septiembre se presentaba el II Informe de Lucha contra la pobreza y la exclusión social, el “Mapa de la pobreza severa en España. El paisaje del abandono”, reflejaba que al inicio de la pandemia, casi el 10 % de la población vivía bajo el umbral de la pobreza severa.
Decir pobreza, no es decir desempleo, que también, si no que existe más del 31 % de personas mayores de 16 años que trabajan, pero con unas condiciones laborales tan precarias, que no les da para vivir dignamente, siendo imposible llegar a fin de mes y teniendo que prescindir de necesidades básicas como luz, ropa, alimentación, sanidad o vivienda.
En la actualidad, en España como consecuencia de la pandemia existen más de tres millones de personas en estado de pobreza extrema que se ven privados de una alimentación adecuada, de carnes, pescados, verduras o frutas, salvo quien puede acceder a comedores sociales, así como de luz, calefacción u otros gastos imprevistos.
Según el relator de la ONU, Philip Alston, quien aseguraba que existen zonas en España en condiciones mucho peores que en un campamento de refugiados, donde la pobreza es extrema y los derechos humanos no existen. Aseguraba que los beneficiados de las crisis económicas y sanitarias son las empresas y los ricos.
Por otro lado la pobreza infantil en España, se concentra fundamentalmente en barrios marginales de todas las ciudades.
Los pronósticos para la infancia en nuestro país, son extremadamente preocupantes, siendo el tercer país de la Unión Europea con mayor tasa de pobreza infantil y riesgo de exclusión social, detrás de Rumanía y Bulgaria, con el 31´3 % alrededor de dos millones de niños pobres, según la ONG Save the children, cifra que de no poner remedio, seguirá aumentando dramáticamente en la próxima década.
Es muy fácil hablar de estadísticas, de tramos de pobreza por edades, sexos o profesiones, sin embargo no se hace referencia a soluciones políticas reales, sociales y empresariales.
La prestación del Ingreso Mínimo Vital, es algo temporal y no la solución definitiva al problema, si no se diseñan otros modelos con reformas laborales justas y estables, favoreciendo el mercado laboral público y privado, creando empleo fijo y de calidad e implicando a empresarios, sindicatos y Gobiernos.
Casi la mitad de las solicitudes de Ingreso Mínimo Vital han sido denegadas y sólo se han abonado este año aproximadamente el 18´6 % de los 2728 millones de euros previstos. Ante esta realidad social y económica, llegamos un año más curiosamente a las fiestas de Navidad y ver como se embrutece a la población con una falsa imagen de opulencia y bienestar, sin importar quien no llega a fin de mes y sobrevive de la caridad de los comedores sociales.
Mientras miles de personas tienen grandes dificultades para llegar a fin de mes, de alimentarse, mantener su vivienda o calentarse y pagar la factura de la electricidad, debido al desorbitado aumento de su precio, que independientemente del coste de producción, sigue enriqueciendo a compañías eléctricas privadas y a sus consejos de administración, saturados de políticos retirados, un año más se vuelve a repetir el hipócrita espectáculo luminoso del capitalismo en Navidad, en un alarde de derroche lumínico como es el caso de muchas ciudades de todo el país.
La prepotencia del alcalde de Vigo, continúa un año más en su competencia del espectáculo luminoso, que alcanza una altura de 400 kilómetros y más de once millones de luces y un gasto próximo al millón de euros, afectando a más de 350 calles, así como su gigantesca noria de 60 metros de altura, para lo que ha gastado 733.951 euros, frente a otras ciudades como Madrid, Barcelona, Málaga, Sevilla o Córdoba, en las que igualmente el derroche es alarmante.
El reclamo turístico de Madrid, la ciudad de “la libertad ayusiana”, ha invertido 3.600.000 euros, para los cinco millones de luces que utilizarán, que van desde Plaza de España, Gran Vía, Preciados, Montera y centenares de calles, donde luces y atracciones engatusan a una población ingenua, ignorando la precariedad de millares de pobres.
Igual ocurre en Barcelona, que ha aportado 2.148.500 euros, con más de cien kilómetros de plazas, calles y grandes avenidas iluminadas como Paseo de Gracia, Plaza de Cataluña y tantas otras, en las que miles de personas embobadas pasean.
En Andalucía, donde el paro ronda las 909.300 personas, lo que supone el 22´4 %, de los que más del 13% tiene a todos los miembros de la familia desempleada, igualmente se incluye en el triste mapa del derroche y la pobreza, donde ciudades como Málaga se jacta de ser una de las mejor iluminadas, gastando sólo en la calle Larios casi 800.000 euros, sin contar el gasto del resto de itinerario, según recoge el Best European Destinations, Sevilla o Córdoba, donde el Ayuntamiento del PP ha destinado este año 458.435 euros en luminaria festiva, pretendiendo sumarse al club navideño, con 800.000 luces en la calle Cruz Conde y las atracciones infantiles y la enorme noria de 27 metros de altura situada en el Bulevar.
Mientras la población se deja sorprender por el resplandor de estas festividades, autoridades, empresarios y asociaciones podrían proponer una decoración más humilde, colorista con macetas, árboles o guirnaldas y destinar millones de euros a mejorar la calidad de vida de miles de indigentes, facilitar el derecho a la vivienda, calefacción, alimentación o salud, en vez de tanto derroche eléctrico.
Está bien fomentar la ilusión y la alegría en una población castigada por crisis y pandemias, pero deberíamos pensar en esos que nada tienen y ser solidarios.
2 comentarios:
Es una auténtica vergüenza.
Una desfachatez capitalista, pro-consumo, dónde se obvia la realidad de un porcentaje grande del pueblo que las pasa canutas.
Pero aún hay más, el colmo de los colmos es...
Al margen de olvidar los índices de población que no llegan a cubrir necesidades básicas, se suma la explotación de tenderos, camareros que se convierten en esclavos de mal llamados empresarios, banderas caretas de una realidad putrefacta
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