Julio Anguita
eleconomista.es
La Historia nos enseña que en todos los procesos de construcción de
nuevas nacionalidades, Estados o alianzas estables con carácter
estratégico siempre ha habido un elemento constitutivo que ha gozado de
un mayor protagonismo que otros. Esta verdad no ha impedido que los
demás hayan aportado una muy significativa parte en el diseño y en la
consecución del proyecto compartido.
La Historia de la UE es la de un permanente reduccionismo desde las
hiperbólicas aspiraciones de los años ochenta hasta el presente estado
de cosas. A lo largo del tiempo han ido cayendo en el olvido la unidad
política, la política exterior común, la cohesión económica y social, la
fiscalidad común, el presupuesto comunitario digno de tal nombre y por
supuesto la vigencia y aplicación de la Carta Social Europea. Y como
omnipresente referencia de esa mudanza la férrea dirección de Alemania.
No hay Jefe de Estado o de Gobierno que se atreva a esbozar una
propuesta de futuro sin saber de antemano cuál es la posición del
Gobierno alemán. El proyecto de una unión bancaria ha significado la
enésima reposición de lo que venimos manteniendo. Todo lo que pueda
significar la UE queda reducido a la Eurozona y ésta ya sólo es el reino
del euro que convenga a los designios de la banca alemana.
Es decir, sin apenas explicitarlo el euro va conformándose como el euromarco.
La creación del fondo común de garantía para atender las crisis
bancarias queda pospuesta hasta 2026. Mientras tanto los Gobiernos
nacionales tendrán que subvenir como hasta ahora, con dinero público,
los problemas de los bancos de cada país
.
Quedan trece años para que convenientemente saneados, pasen a
disposición del poder bancario con sede real en Berlín. Por eso causa
alarma la inconsistencia del discurso europeísta oficial y la falta de
valentía política para abrir un debate sobre la salida de esta situación
de impotencia. Agarrados al euro o llevándolo sobre sus espaldas, se
asemejan cada vez más al sapo y al escorpión.
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