Jorge
Alcázar
FCSM y Colectivo Prometeo
A medida que la
posibilidad de confluencia electoral se ha ido convirtiendo en una
realidad, desde el otro lado de las barricadas ha comenzado un
campaña de difamación, calumnias y amenazas, que pretende instalar
el miedo y el desconcierto en una gran parte de una ciudadanía que,
ante los múltiples atropellos e injusticias a los que se ha visto
sometida, empieza a despertar y busca encontrar futuro en la
esperanza de esta unión.
Al grito de ¡que
vienen los rojos!, la derecha más rancia y reaccionaria y sus
aliados socialdemócratas intentan de nuevo construir el relato
falaz, apoyado en un ruido mediático desquiciante, que etiquete esta
posibilidad de cambiar nuestro negro futuro por otro mejor, con un
estigma identificable con el terror y la barbarie. Desde Rivera hasta
Montoro, pasando por Rajoy, Sánchez, González, Díaz o Aznar -en la
trinchera política-, los adocenados periodistas del régimen -ver
opinadores de Prisa, Unida Editorial o Cope-, o las élites
económicas del país, se busca identificar el movimiento de cambio
con el comunismo, a la par que se pretende alimentar el símbolo
comunista con la bazofia de siempre: retraso, trasnoche, dictadura y
barbarie, para así apestar a todo lo que se oponga al actual régimen
e impregnar este cieno por doquier y sin distinción.
De esta forma, a
todos por igual nos tildan de “comunista malo asesino quema
iglesias”, lo que forma parte de una estrategia frecuente entre
estas huestes y que a menudo y por desgracia ha servido con creces a
sus intereses. Sin embargo, frente a este ataque de la sinrazón que
pretende sumirnos en la oscuridad racional más absoluta que siga
sosteniendo el chiringuito de las élites, debemos arrojar luz, pues
como los vampiros, es la luz lo que temen.
Que una parte de los
que hoy impulsamos y queremos el cambio vengamos o seamos de la
tradición comunista es un hecho innegable que no debemos ocultar ni
nos debe hacer sonrojar, pues frente al discurso, comprado entre
otros por el sr. Rivera, que nos dice que somos lo antiguo fracasado,
hemos de oponer los argumentos irrefutables que señalan que lo viejo
conocido son las políticas liberales, conservadoras o neoliberales
que los partidos del régimen, entre los cuales se incluye el del
preferido del IBEX, han llevado a cabo desde la Transición
-situándose la novedad más en los collares lustrosos que en los
perros que los portan- y que han venido a representar el éxito de la
oligarquía española y el fracaso para las clases populares; frente
a aquellos que nos tildan de revolucionarios y antisistema, hemos de
imponer la cruda realidad de las cifras del paro, la precariedad, la
pobreza y la desigualdad, que sitúan las consecuencias de sus
políticas, sus políticas y a ellos mismos, fuera del sistema y de
la legalidad existente -baste para esto observar cómo en España se
incumplen, día sí, día también, Constitución y DDHH, entre otras
“cartas magnas” y vigas maestras del sistema jurídico español,
europeo e internacional-; frente a declaraciones como las del
Presidente de la nación, que definen la confluencia obtenida como
“coalición de extremistas y radicales que no convienen a nuestro
país”, hemos de subrayar el extremismo, la radicalidad y la
inconveniencia de sus señorías y políticas para con los intereses
de la mayoría social y de las instituciones que nos rigen, como así
ponen de manifiesto las corruptelas, mafias y demás desmanes que las
cloacas del estado han ocultado durante tantos años en sus entrañas;
y frente a la vocinglera charanga que nos llama antidemócratas,
expongamos los rudimentos del poder establecidos en el IBEX y los
mercados, en el seno de los partidos-aparato, en instituciones tan
“democráticas” como la Troika, la OTAN o el G7, en la monarquía
y su corte, o en las relaciones de estas oligarquías con regímenes
como Marruecos, Ucrania, Israel, Arabia Saudí, o los mismos Estados
Unidos.
Pero por encima de
todo, digamos la verdad sin miedo. Muchísimos otros ciudadanos y
ciudadanas hoy se identifican con este movimiento de cambio por su
hartazgo con el pasado y el presente, por su sentimiento de
indefensión e injusticia para con las instituciones, por su precario
futuro, y por su desesperanza cavada a golpes de realidad política,
económica y social concretada en los programas y acciones
conservadoras y socialdemócratas. Si esto es ser rojo comunista,
bienvenido sea, aunque para mí más bien consista en ser rebelde
contra la injusticia y la miseria que nos rodea, y no resignado
político -que es lo que sus señorías persiguen-, característica
esta la rebeldía, que no es exclusiva de los comunistas. Nosotros,
los que sí somos o pensamos como tales, con carné o sin él y entre
los cuales me incluyo, además de entender el mundo bajo un
determinado conjunto de conocimientos e ideas, participamos de esa
rebeldía de nuestros compañeros de lucha, sean de aquí o de allá,
militen en tal o en cual, no militen o simplemente desde el salón de
su casa suelten cada dos por tres un ¡qué hijos de …! cada vez
que miran el futuro de sus hijos, el suyo propio o el de sus mayores,
mientras sienten cómo los de siempre les meten una y otra vez la
mano en el bolsillo para robarles lo que cada vez les cuesta más
ganar. Además, los comunistas tenemos la extraña virtud de querer
aprender de nuestros errores, criticar y asumir nuestros males
históricos, y por ello intentar repensarnos continuamente, virtudes
estas extrañas entre las filas de los que inventaron el “y tú
más”, el pensamiento monolítico, la Restauración, el
Absolutismo, y la “herencia adquirida” –maldita ironía-, pues
que yo sepa, traicionar, corromper, vender, gobernar, amordazar,
privatizar, imponer, reprimir, mentir, asesinar y delinquir, entre
otros, son verbos de común conjugados por los que nos acusan de
rojos; y, soberbia, caciquismo, fascismo, evasión, despotismo y
tiranía, actitudes frecuentemente transitadas entre sus filas. Más
les valdría entonces acudir a su iglesia a través de aquello de
“…la viga en el ojo propio”.
A estas alturas
históricas, cuando de comunismo hablen, sepan que habrá una
comunista escuchándoles mientras crece de la mano de sus compañeros
ecologistas, pues hemos entendido que nuestra visión social y
económica es incompleta sin atender a nuestro planeta finito;
mientras difamen al comunismo y a sus militantes, sepan que otro
comunista estará completando su visión del mundo con el ojo
feminista, ese ojo que pone el dedo en la llaga de un sistema que
hace recaer todo el peso de la familia, de la economía y de la
prole, en ellas, las mujeres, produciendo la mayor de las violencias
habidas en la historia del hombre, y que por lo mismo ya es hora de
hacer la historia de la mujer. Cada vez que nos acusen, con o sin
razón, de comunistas, sepan que somos mucho más que simples
comunistas, pues junto con nuestros camaradas de lucha, con ismos o
sin ismos, con filiación o sin ella, siendo verdes, rojos, morados,
o del color que sea, nos entendemos como pequeñas herramientas de
cambio, dentro de una maquinaria más grande, que son puestas al
servicio de una obra mayor: la transformación radical de una
sociedad en la que una minoría ostenta, dilapida y acumula lo que la
mayoría necesita.
Por lo anterior y
aunque sigan blandiendo el ¡que vienen los rojos!, frente a sus
mentiras, arrojaremos la luz. Frente a su terror, les daremos con la
verdad. Frente a la sinrazón, echaremos en cara la razón. Frente a
sus injusticias, reivindicaremos nuestras justicias. Frente a la
élite, organizaremos lo popular.
Para que el miedo
cambie de bando. Para que el futuro sea nuestro.
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