Fuente: Cuarto Poder
Fuente: France 24 |
Héctor Illueca
FCSM Valencia
Manuel Monereo
Diputado Unidos Podemos
FCSM
Nunca he creído que amar a la patria impidiera amar a sus hijos;
tampoco comprendo que el internacionalismo del espíritu o de
las clases sea irreconciliable con el culto de la patria. O, más
bien, cuando interrogo mi conciencia, me doy perfecta cuenta de
que esta antinomia no existe. ¡Pobre corazón el que se prohíbe
albergar más de una ternura! Marc Bloch (La extraña derrota)
tampoco comprendo que el internacionalismo del espíritu o de
las clases sea irreconciliable con el culto de la patria. O, más
bien, cuando interrogo mi conciencia, me doy perfecta cuenta de
que esta antinomia no existe. ¡Pobre corazón el que se prohíbe
albergar más de una ternura! Marc Bloch (La extraña derrota)
Se
trata de esto, de odio, de un odio viejo y antiguo que se acentúa con
los años y que hoy parece hacerse irreversible. El odio es a la
“anomalía” francesa, a la singularidad francesa, a su específica
relación entre Estado y sociedad y, sobre todo, al republicanismo, a
unos valores basados en la igualdad, la libertad y los derechos de
ciudadanía. ¿Por qué? Las élites francesas y las élites dominantes en la
Unión Europea llevan años intentando liquidar un específico modo de
ser, de estar y de organizarse del pueblo francés. Molesta,
específicamente, el tamaño y dimensión del Estado, los mecanismos de
regulación del mercado y los derechos laborales conquistados. Molesta la
rebeldía subyacente, la capacidad de resistencia que se le supone a un
pueblo al que se teme y al que se desprecia. Molesta la Francia surgida
de la Resistencia, la Francia de los días gloriosos y de las conquistas
del Estado del bienestar. Molesta la República.
No
se trata de idealizar el pasado. Todo lo anterior, lo sabemos
sobradamente, ha sido erosionado, disminuido, limitado, pero sigue vivo y
basta movilizarlo con honestidad para que se organice y se convierta en
una opción política real. Jean-Luc Mélenchon es el mejor ejemplo de lo que acabamos de decir y, si se nos permite, Marine Le Pen es
también un reflejo de esto. No hay que confundir las causas con los
efectos. Las élites dominantes llevan años intentando imponer un nuevo
régimen político contra la Francia republicana. Llevan años criticando
la burocratización, el conservadurismo de la sociedad, los excesos de la
democracia, la baja competitividad y, sobre todo, la dotación de
derechos y libertades conseguidos por las clases trabajadoras.
El
combate ha sido y es durísimo. Tanto la derecha como la izquierda
socialdemócrata lo han intentado una y otra vez y no han podido
lograrlo, fracasaron en su empeño de hacer irreversible el
neoliberalismo. Ya no es posible ocultar que la clase política francesa
es contraria su pueblo, a los deseos mayoritarios, a las aspiraciones de
las personas comunes y corrientes que reclaman más República, más
Estado, más seguridad social, más derechos laborales y sindicales,
defensa de la soberanía popular y de la independencia nacional. Nada
nuevo, por lo demás. Son las bases de un contrato social que funda y
organiza una república. A estos derechos conquistados se les califica
hoy de frenos al progreso, de incapacidad para adaptarse a la
modernidad, a la globalización, a una Unión Europea hegemonizada por
Alemania. Es lo que los medios, con sugerente unanimidad, llaman la
Francia conservadora, la Francia atrasada. Una Francia profunda
convertida en una anomalía de la Europa neoliberal abierta al mundo y
dominada con mano de hierro por la gran Alemania.
Definitivamente, el gobierno de Hollande se ha superado a sí mismo: ha destrozado al Partido Socialista y ha engendrado a un político como Macron,
que viene a poner fin al régimen republicano tal como lo hemos conocido
hasta el presente. No hay que olvidarlo, aunque desgraciadamente se
olvida. El de Hollande ha sido el gobierno de la autoderrota de la
izquierda y el inicio de lo que podríamos llamar la tendencia
irreversible a la norteamericanización de la vida pública europea. El
actual presidente francés, no solo ha incumplido sus promesas
electorales, sino que ha cambiado varias veces de proyecto y de posición
durante su mandato. No es casualidad que en el giro derechista que
supuso el gobierno de Valls estuviera ya incrustado Macron.
Nunca salen las cosas como se piensan, pero es evidente que el joven financiero formado en la casa Rothschild
entendió a la perfección el sentido de la jugada política y se vio con
capacidad para protagonizarla él solo, sin dependencias de aparatos
partidarios, creando su propio movimiento y dirigiéndose al pueblo
directamente y sin intermediarios. Operación populista de manual; el
mejor, el más sabio, siempre acaba haciendo populismo mientras acusa a
los demás de practicarlo. La otra cara se oculta, pero tampoco conviene
olvidarla: el apoyo unánime de la gran patronal y sus poderosos medios
de comunicación; el apoyo del presidente socialista y de una parte
sustancial del Partido Socialista; el apoyo claro, nítido, de las
instituciones europeas y, sobre todo, de la jefa del gobierno alemán, Merkel.
Macron no está solo ante el peligro, viene acompañado de una enorme
fuerza que supone una amenaza inminente para la Francia republicana.
¿A
alguien le puede sorprender que, con esta clase política, con este
presidente, con este Partido Socialista, una parte significativa del
pueblo francés acabe apoyando a Marine Le Pen? En esto tampoco cabe
engañarse: lo que hay que hacer es comprenderlo para encontrar remedios
que neutralicen el fenómeno y permitan construir una alternativa al
nivel de las demandas democráticas del pueblo francés. Este es el gran
mérito de Mélenchon. Reconocer la crisis de la V República y proponer su
superación desde la conciencia y el imaginario popular, es decir, desde
el republicanismo político y social. Saber que en la Francia de hoy,
gobernando Hollande, la división entre izquierda y derecha nada dice y
oculta más que aclara. Intuir que las viejas lógicas del voto
republicano son cosas del pasado y que la crisis de la forma-partido, de
la actual forma-partido, es irreversible. Mélenchon, él sí, no tuvo
problemas para quedarse solo ante el peligro de los poderes dominantes
que lo ignoraban y lo despreciaban, sólo frente a su propio partido y
demás aliados de la izquierda francesa.
Lo que viene ahora es una
batalla muy dura que recién empieza. Que nadie se equivoque. La elección
real es entre una derecha populista que ha moderado su discurso y que
busca desesperadamente arañar votos en todo el espectro político y una
derecha neoliberal pura y dura que pretende realizar lo que Margaret Thatcher
hizo en Gran Bretaña en los años setenta. Más aún, Macron aspira a ser,
junto a una parte sustancial del Partido Socialista, una especie Toni Blair, fundador de una república basada en el capital, en el predominio de la gran empresa y en la devastación social y laboral.
Llama la atención ese antifascismo light
que une al PP con el PSOE y Ciudadanos. Se podría decir, parafraseando
un viejo eslogan, que los neoliberales de todos los partidos se hacen
partidarios de Macron y defensores de una democracia demediada y sin
contenido social. Lo que acecha, conviene tenerlo en cuenta, es la
consecuencia natural de esta Europa neoliberal en crisis: la
norteamericanización de la vida pública europea. La UE es, cada vez más,
la anti-Europa, una Europa no europea sino norteamericana y bajo
hegemonía alemana: sistemas políticos gobernables donde los que mandan y
no se presentan a las elecciones controlan férreamente a una clase
política sin proyecto ni ideología y obligan a los electores a elegir
entre la derecha y la mano izquierda de la derecha. Elegir siempre entre
variantes de un mismo tipo de capitalismo y poner fin a la historia.
¿Qué historia? La del movimiento obrero organizado y la de los derechos
sindicales y laborales; la de los grandes partidos de masas, la del
control del mercado y del capital financiero, la del Estado social, es
decir, la especificidad de una Europa permeabilizada por 150 años de
lucha de clases, por durísimos conflictos sociales y nacionales, por dos
Guerras Mundiales, por la esperanza de construir una sociedad de
hombres y mujeres libres e iguales comprometidos con la emancipación.
El
síndrome de Vichy retorna, cómo no. La unanimidad de las grandes
organizaciones económicas y de las instituciones europeas a favor de
Macron apunta algo que también está en juego en estas elecciones: el
futuro de la UE. La Francia republicana es, seguramente, el mayor
obstáculo que tiene hoy la UE dirigida por el Estado alemán. Las élites
francesas necesitan el apoyo extranjero para derrotar a su propio
pueblo. Es la gran coincidencia entre Merkel y Macron, el sueño de una
Francia no republicana, fiel aliada de Alemania, comprometida con su
proyecto europeo y subalterna a la Alianza Atlántica. Lo dicho: la
batalla de Francia recién comienza y no se debería menospreciar al
pueblo francés. Los que mandan no lo hacen.
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