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Ángel B. Gómez Puerto
Inicio
esta tribuna de opinión con la reflexión final que escribí en mi reciente libro
(Derecho y
Democracia, Ediciones Don Folio, 2018):
“Muchos derechos y libertades están escritos y aprobados en los textos
constitucionales e internacionales, y muchas instituciones representativas
están configuradas teóricamente para hacer efectivos esos sistemas de derechos.
Pero, la ciudadanía no puede delegar su responsabilidad democrática central,
estar atenta y controlar permanentemente el funcionamiento e implicación real
de los poderes públicos para dicho objetivo. No debemos esperar cada cuatro
años para actuar estrictamente con nuestro voto. Es esa nuestra principal
responsabilidad, para que los contenidos del Estado Social sean efectivos, para
que la Democracia sea una realidad y para que el Derecho esté al servicio de la
mayoría, del interés general”.
Con
esa idea central, que recorre gran parte de mis aportaciones del último lustro,
quiero compartir algunas cuestiones sobre el proceso de construcción
democrática y social de Europa. Vamos a ello. Estamos en la recta final de la VIII
Legislatura del Parlamento Europeo (2014-2019) y a 40 años de las primeras elecciones
europeas, que fueron en 1979. Hace cinco años, el 25 de mayo de 2014, los
ciudadanos de la Unión Europea (UE) elegimos a los 751 parlamentarios europeos
(54 correspondientes a España). En la
actualidad, una inmensa mayoría de estados europeos forman parte de la UE. En
concreto, son 28: Alemania, Austria, Bélgica, Bulgaria, Chipre, República
Checa, Croacia, Dinamarca, Eslovaquia, Eslovenia, España, Estonia, Finlandia,
Francia, Grecia, Hungría, Irlanda, Italia, Letonia, Lituania, Luxemburgo,
Malta, Países Bajos (Holanda), Polonia, Portugal, Reino Unido, Rumanía y
Suecia.
El
Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte aún es parte de la Unión Europea,
pendiente de materializar su salida la Unión tras el resultado del referéndum
de junio de 2016, proceso conocido como “Brexit”. El estado británico, en todo
caso, no forma parte del sistema
monetario europeo, su moneda no es el euro, sino su libra esterlina, al
igual que otros países miembros como Suecia o Dinamarca. Este proceso de salida
está creando una serie problemas políticos tanto al Reino Unido, a la propia UE
e incluso que pueden afectar a España, debido a la colonia británica de
Gibraltar, limítrofe con la provincia de Cádiz, con los problemas fronterizos
que podría conllevar para el tránsito de personas y mercancías.
Pero,
hagamos memoria histórica sobre los principales hitos del proceso de
construcción política, social y jurídica de la actual Unión Europea. La primera
fecha importante en el proceso de integración y unidad europea es el 9 de mayo
1950. En esta fecha, el Ministro de Asuntos Exteriores de la República de
Francia, Robert Schuman, inspirado por otro de los ideólogos de la unidad
europea, Jean Monnet (las Cátedras de Estudios Europeos llevan su nombre; tuve
el privilegio de ser investigador durante dos cursos académicos en una de esos
centros), planteó públicamente integrar las industrias del carbón y del acero
de la Europa occidental. De esta idea surgió la primera Comunidad Europea, la
del Carbón y del Acero (CECA), cuyo Tratado se firmó en París en 1951.
Unos
años después, el 25 de marzo de 1957, se firmaron en Roma los Tratados
constitutivos de la Comunidad Europea de la Energía Atómica (Euratom) y de la
Comunidad Económica Europea (CEE o Mercado Común). Todo este proceso de
integración europeo constituye un proceso gradual que debe abordar
necesariamente la dimensión política, económica, y social, aunque tuvo su
inicio exclusivamente con la liberalización del comercio y el diseño de
políticas económicas comunes entre los países fundadores. Se trataba de un
movimiento de unidad que se ha ido generando y potenciando en el devenir más
reciente de la historia del continente europeo.
Pero,
como trágicamente sabemos, anteriormente la historia de Europa había estado
protagonizada por enfrentamientos bélicos para dilucidar cuestiones
territoriales y de soberanía política en diferentes puntos del solar europeo. En
Europa se libraron las dos guerras mundiales del siglo XX y se perpetró un
escalofriante genocidio por el nazismo del “Tercer Reich” alemán. En ese mismo
tiempo, en España el fascismo había implantado un régimen de persecución,
cárcel y ejecuciones masivas, cuyas heridas personales y familiares sentimos
cada día.
Después
de la primera guerra mundial (1914-1918) se abre un debate político e
intelectual europeo sobre la conveniencia y necesidad de unir política y
económicamente a los Estados Europeos, que se intensificó tras la segunda gran
contienda bélica (1939-1945). No obstante, en pleno siglo XX se produjo otra
gran división en Europa, la ideológica y económica: comunismo-capitalismo, con
bloques militares enfrentados (OTAN y Pacto de Varsovia), la llamada “guerra
fría”, con muro (físico) incluido, que dividió Berlín durante décadas, hasta
noviembre de 1989.
Los
Estados integrantes de las originarias Comunidades Europeas fueron Alemania,
Francia, Italia, y los tres Estados del Benelux (Bélgica, Holanda y
Luxemburgo). En enero de 1973 se produjo la primera adhesión de nuevos estados,
con la incorporación de Dinamarca, Irlanda y Reino Unido. En 1981 se adhiere
Grecia, en virtud del Tratado de Atenas de mayo de 1979. El Reino de España y
la República de Portugal se unieron al club comunitario en enero de 1986, tras
la firma del Tratado de Madrid y Lisboa de 12 de junio de 1985. En 1995 se
configuró otra gran ampliación, con la incorporación de Austria, Finlandia y
Suecia. En esta misma fecha, los ciudadanos de Noruega decidieron en referéndum
no entrar en las Comunidades Europeas, al igual que ya habían hecho en 1972.
Pero
la gran ampliación territorial y política por el este de Europa estaba por
llegar, con el reto de integrar los pueblos y Estados desarrollados tras el muro
de Berlín, bajo la influencia de la extinta Unión Soviética (URSS). La Unión
Europea acogió a diez nuevos países en el año 2004: Chipre, Eslovaquia,
Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Polonia y República
Checa. Y finalmente, en 2007 ingresaron Bulgaria y Rumania, con lo que se
llegaba a la anterior Unión Europea de 27 Estados, ampliada a 28 con la última
incorporación, en este caso del área balcánica, Croacia, el 1 de julio de 2013.
El
actual lema de la Unión Europea es “Unida en la Diversidad”, que intenta sintetizar
todo un proceso de integración económica y político iniciado hace casi 70 años.
"Unida en la diversidad" se utilizó por primera vez en el año 2000 y
se refiere, según la UE ”a la manera en que los europeos se han unido, formando
la UE, para trabajar a favor de la paz y la prosperidad, beneficiándose al
mismo tiempo de la gran diversidad de culturas, tradiciones y lenguas del
continente”.
La
profundización del proceso de integración de Europa sólo tendrá futuro si se
abordan decididamente las preocupaciones reales que tenemos los ciudadanos
europeos, elaborando de manera participada y ejecutando verdaderas políticas de
integración comunitaria en materias como el empleo, la lucha contra la pobreza,
la defensa de los valores ambientales, la extensión de la cultura, o la
cohesión social entre los territorios de la Unión.
En
esta legislatura europea 2014-2019, el Parlamento Europeo tendría que haber
tenido como punta de lanza el objetivo de avanzar a una Europa menos
intergubernamental y más soberana políticamente, cuyo principal pilar de
legitimación sea la ciudadanía europea. En definitiva, para conseguir que
realmente la Unión Europea sea la mayor democracia del mundo, cuantitativa y
cualitativamente. Era lo que tocaba ante el gran sentimiento de lejanía de la
ciudadanía hacia las instituciones en general y a las comunitarias en
particular. Europa sigue siendo teniendo un enorme peso económico a nivel
mundial, pero sigue siendo una diminuta entidad política y social.
Para
ese objetivo, la cámara de Estrasburgo debiera haber fomentado la cercanía a la
ciudadanía por parte de las instituciones europeas, intensificando los
mecanismos de participación ciudadana y la profundización del proceso de
integración abordando las auténticas preocupaciones de los ciudadanos europeos,
como es la reintegración en el mercado de trabajo de los más de 17 millones de
personas en desempleo que ya hay en la Unión Europea, o el reforzamiento de la
política medioambiental en materia energética, propiciando el aumento del uso
de las energías renovables, la disminución del consumo energético y la
reducción de las emisiones de dióxido de carbono, elementos que tienen
necesariamente que formar parte de un nuevo modelo de desarrollo económico. Mucho
por hacer aún en los objetivos ambientales globales.
El
Parlamento Europeo sigue teniendo pendiente conseguir que realmente el
ciudadano participe con más intensidad en los asuntos europeos y que se eleve
de forma significativa su participación política en las elecciones europeas,
pues nuestros eurodiputados cada vez representan a menos europeos por la escasa
participación en estos comicios. Para este importante reto de crecimiento
democrático y social de la UE somos necesarios ciudadanos europeos más
informados y más comprometidos en el proceso de construcción europea, con el
objetivo de hacer más transparente y democrático el actual sistema
institucional de la UE. Y el Parlamento Europeo sigue sin tener el poder que
debiera, dado que es la única institución comunitaria elegida directamente por
la ciudadanía.
Pero,
además de todos estos retos y déficits democráticos que aún están pendientes,
en los últimos años Europa ha ofrecido un espectáculo lamentable con la gestión
insolidaria de la crisis de las personas refugiadas, que huyen de guerras y
miseria, y caminan hasta Europa con la esperanza de acogimiento. Y lo que
encuentran es insolidaridad oficial, muros jurídicos, rechazo en definitiva,
negación de los derechos humanos.
Europa,
que en importantes fases históricas ha sido territorio de democracia y
protección social, hoy está alejada de las personas que son víctimas de la
crisis y el saqueo de las arcas públicas. El bien común no es precisamente el
objetivo prioritario de muchas de las políticas europeas y nacionales. El
próximo 26 de mayo los europeos estamos de nuevo llamados a las urnas para
elegir la composición del Parlamento Europeo.
Tengamos
presente lo que costó alcanzar ser ciudadanos libres y con dignidad, resultado de revoluciones y declaraciones de
derechos, conseguidas con lucha intensa por parte de nuestros antepasados. No
volvamos atrás en las conquistas democráticas. La cruda realidad de este final
de década nos está demostrando que hay riesgos. Sin duda, estamos en otra
encrucijada democrática.
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