Julio Anguita
Colectivo Prometeo
El capitalismo globalizado está en crisis. Y ésta es de mayor
alcance e importancia que las clásicas de sobreproducción. Mientras
tanto, el proyecto alternativo desde la izquierda ni está ni tampoco se
le espera, por ahora. Dos son las causas fundamentales de esta crisis:
la hegemonía de los valores y proyectos económicos del sistema ha
alcanzado sus límites planetarios; ha llegado a todas partes y no hay
plus ultra. Pero además, la finitud de los recursos naturales,
conjuntamente con las consecuencias medioambientales de la civilización
industrial, señalan el peligro de extinción de la vida misma.
Efectivamente el capitalismo globalizado ni puede conquistar más
espacios físicos ni tampoco puede continuar depredando sin límite.
Pero,
y obedeciendo a su impulso genético, el capitalismo no puede existir
sin incentivar constantemente la producción, el comercio y las finanzas.
Obedece a su naturaleza. Ante los nuevos retos, el sistema se ha
proyectado hacia inversiones no tocadas sino muy superficialmente hasta
hoy: agua, pensiones, sanidad, educación, seguridad, aire, tierra,
investigación, alimentos, etc. Los Estados son despojados de sus
funciones y competencias y el mercado se transforma en un nuevo Leviatán
aún más inmisericorde. Una nueva Lex Mercatoria (TTIP, TICSA; etc.) ha
suplantado a las legislaciones nacionales, los Derechos Humanos y los
Pactos Internacionales sobre los mismos.
El panorama mundial nos ofrece desigualdades crecientes, explosión
demográfica en las zonas marginales y marginadas del planeta,
envejecimiento poblacional del primer mundo, guerras parciales de la ya
empezada III Guerra Mundial, refugiados, pateras, éxodos permanentes,
etc. Y junto a ello la impotencia de las instituciones internacionales
que nacieron para corregir horrores y guerras de todo tipo.
Presidiéndolo todo el enorme cinismo de las élites económicas, políticas
y mediáticas. Toma cuerpo una humanidad fallida.
El capitalismo y su centro de poder político, EEUU y satélites, ha
empezado a responder en tres direcciones. Para empezar ha renunciado al
mito del libre comercio internacional porque ya hay otros que exportan
más. Un nuevo proteccionismo disfrazado de patriotismo es el nuevo santo
y seña. La guerra explicitada sin complejos, es sopesada, nuevamente,
como la solución más radical. Las decisiones de Trump sobre la ruptura
unilateral de los tratados sobre desarme van en ese sentido. Y la
tercera no es otra que la apropiación manu militari de los recursos
ubicados en otros lugares y países (Venezuela es el caso más reciente) y
la cambiante designación del enemigo a batir: el eje del mal.
Esta nueva fase de las relaciones internacionales tiene su correlato
fiel en los nuevos fenómenos sociales, políticos y culturales que surgen
en las poblaciones víctimas de las políticas neoliberales. El negro, el
emigrante, el "otro" son el eje del mal doméstico. Se potencia el culto
a la fuerza y al simplismo mental. Todo ello inmerso en el líquido
amniótico de la cultura del espectáculo permanente. Vísperas de
barbarie.
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