Otto Dix: Jugadores de cartas |
Entre la barahúnda de noticias que, siendo flor de un día,
configuran una realidad mental instalada en un permanente presente, destacan
dos informaciones que ayudan a zafarnos de la tiranía de una actualidad
centrada en el día a día sin perspectiva temporal ni secuencial. Ambas noticias
nos permiten recobrar la memoria, la evidencia de procesos, la Historia en
resumen: el mano a mano entre Felipe González y Mariano Rajoy en Vigo y la
reciente mudanza de criterio de Albert Rivera.
¿Es algo novedoso que ambos ex-Presidentes coincidan en la
necesidad y posibilidad de acuerdos, apoyos mutuos o incluso una coalición
gubernamental entre sus respectivas formaciones políticas? ¿Hay sustanciales e
irreconciliables diferencias entre ambos? A poco que hagamos memoria y desde la
aprobación de La Constitución entre PSOE y PP, vía práctica de gobierno, vía
discurso, han ido disciplinando a una mayoría social para asumir como
necesarias e inevitables las políticas económicas y sociales privatizadoras de
lo público, genuflexas ante la banca y de reforma del mercado laboral tendentes
a la desregularización del mismo y a la pérdida de calidad de vida de la mayoría social.
En
el 2011 pactaron la reforma del artículo 135 de la Constitución y, más
recientemente, Sánchez no ha tocado en nada las decisiones que en materia
económica y social aprobó Rajoy, pese a que estando en la oposición, prometió cambiarlas. No olvidemos tampoco el
giro del PSOE desde el “No es no” a la votación favorable a la investidura de
Rajoy y el posterior SÍ a la misma por parte de 65 diputados del PSOE. Ambos
partidos, como Cánovas y Sagasta, son la expresión de dos marcas para un mismo
producto. Sus discrepancias en materia de algunos derechos individuales o los
de determinadas minorías constituyen la coartada para obviar las coincidencias
en las políticas económicas, sociales y en
la inhibición compartida ante las cloacas del Estado o ante los
privilegios corporativos de alto nivel.
Si esto
es así, ¿cómo se explica el NO rotundo del PP y de Ciudadanos ante las
reiteradas y prioritarias peticiones de abstención hechas a ambos por Sánchez
para su investidura? La respuesta está en los resultados electorales de ambas
fuerzas de la derecha. Ninguna de ellas (muy cercanas en porcentaje de voto y
en número de diputados) quería ofrecer al otro el flanco débil de su pacto con
“la izquierda”. Puro y cortoplacista interés partidista.
Ha
bastado que las encuestas anuncien la subida del PP y la bajada de Ciudadanos
para que la voz del Poder por antonomasia
–el económico financiero – sea escuchada. Los señores González y Rajoy
cumplen a la perfección su papel de emisarios. El bipartidismo que tan bien ha
servido a la construcción de un discurso
único y de unas políticas comunes, quiere volver por sus fueros a fin de que la
crisis económica y la medioambiental sean abordadas desde el neoliberalismo,
como hasta hoy. ¿Y los demás?
Quedan
algunas fuerzas políticas de izquierda nacionalista, muy centradas en sus
territorios, el tigre de papel de la extrema derecha que cumple a las mil
maravillas su papel de hombre del saco para asustar a una progresía timorata e indecisa, algún experimento
novedoso de difícil encaje en el concepto izquierda y Unidas Podemos en una
etapa de cismas, rupturas y abandonos pero con ideas, valores y propuestas
clásicas (que no antiguas) en conjunción
con nuevas visiones provenientes de los grandes movimientos de liberación y de
los análisis sociopolíticos surgidos de
la nueva realidad.
Sobre
ella recae la difícil tarea de recomenzar un nuevo proyecto político, social y
cultural que comience por organizarse y por rescatar, vía ejemplo y elaboración
programática, la justa relación entre los conceptos y las palabras Izquierda y
Progresismo que llevan ya demasiado tiempo encerradas en la caverna platónica. Pero
para ello se hace indispensable situarse fuera del cauce general y construir
otro, por ardua que sea la tarea. ¿Está y estamos dispuestos?
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