Casandra.Fresco,Pompeya |
La irresponsabilidad política, Cataluña y la
maldición de Casandra
Javier Lucena
En septiembre del presente año, los partidos y los políticos alcanzaban
un índice récord entre las principales preocupaciones de los españoles, según
la encuesta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), de modo que para
casi la mitad de la población, el 45,3%, aquéllos constituían el segundo
problema del país, sólo por detrás del paro. Cuando el CIS comenzó la serie de
encuestas al respecto, en 1985, la
desafección sólo alcanzaba el 4,7%, la décima parte que en la actualidad, lo
que da idea de la escalada sufrida. Sabido es que en la tradición conservadora
española más reaccionaria, la política y los partidos han contado con un
notable descrédito, que en el fondo revela la escasa adherencia democrática de
esa tradición y su cuestionamiento del pluralismo político. Parece evidente
que, a la vista de esos datos, tales planteamientos reaccionarios van
consiguiendo cierta hegemonía ideológica, creando así el caldo de cultivo
favorable a posicionamientos contrarios a la democracia, como los de la extrema
derecha, lo que supone un serio riesgo para el país.
Claro que la clase política viene contribuyendo abiertamente a esta
situación, con un despliegue de irresponsabilidad que, a mi entender, no es
sino un reflejo de la crisis del régimen político e institucional que se desata
en España a partir de la crisis económica del 2008 y, sobre todo, de la
revuelta de los indignados del 15M de 2011. Una irresponsabilidad que
explicaría en gran medida la centralidad que ha ido adquiriendo Cataluña en el
debate político y de la que se pretende extraer réditos a corto plazo, aunque
se hipoteque el futuro de España. Veamos.
Cataluña como coartada
En ese despliegue, es la derecha, el PP de Rajoy, quien más madrugó la
deriva hacia la irresponsabilidad cuando, tras hablar el catalán en la
intimidad, como declaraba hacer Aznar, decidió utilizar - primero para el
asalto al poder, posteriormente para encubrir la corrupción que le atravesaba
de raíz -, decidió utilizar, decía, el ataque a Cataluña, de modo que allá por
2006 denuncia el nuevo Estatut aprobado por las Cortes españolas y el
Parlamento catalán y ratificado en referéndum, y comienza con la torticera
utilización de las altas magistraturas judiciales – totalmente politizadas, en
sentido partidista – como tercera cámara donde ganar lo que no consiguiera en
las urnas y el Parlamento; y así llegamos al 2010, con la anulación de una
parte importante del articulado del nuevo Estatut por el Tribunal
Constitucional. En esa huida hacia adelante del PP, pareció importarle poco
perder casi por completo su representación en una parte fundamental del país,
si eso le aportaba réditos electorales en el resto de España, a pesar de
advertir los problemas de fractura territorial que podría generar. De hecho, el
PP ha sido la máquina perfecta de fabricar independentistas en Cataluña: cuando
comienza su campaña contra el Estatut, en 2006, el porcentaje de población
catalana proindependentista estaba en torno al 14%, según el Centro de Estudios
de Opinión de Cataluña, mientras que en la actualidad, aún no siendo todavía
mayoritario, se sitúa en torno al 45%. Como se ve, toda una gran contribución
práctica del PP a la tan cacareada por él mismo unidad de España.
También atravesada por la corrupción, hizo algo parecido luego la
derecha catalana, pero en sentido contrario: la CiU de Pujol sacrificaba el
papel que Cataluña venía jugando en el sistema político español de bipartidismo
imperfecto o asimétrico, basado en su casi obligado apoyo hacia un lado u otro
– PP o PSOE, según los resultados -, para embarcarse en una deriva de
nacionalismo irredento, aún sabiendo que era un viaje a ninguna parte. Esa
tendencia se acentuó cuando en 2011, como expresión del 15M, una avalancha de
manifestantes rodeó el Parlament en protesta por los salvajes recortes de gasto
público y servicios que abanderaba el Gobierno de la Generalitat de Artur Mas,
acción acompañada de fuertes enfrentamientos y que llevaría a la cárcel a un
puñado de jóvenes catalanes, denunciados por su Gobierno. Si se contrasta esa
situación con la actual, es fácil apreciar que la derecha catalana ha salido
notablemente beneficiada con el cambio de escenario, de uno donde predominaba
el conflicto social, a otro donde el monotema es el nacionalismo. Algo parecido
a lo que ha ocurrido en el conjunto de España.
Guerra de banderas
Con tales posiciones, la guerra de banderas estaba servida, rojigualdas
contra esteladas y viceversa, con graves consecuencias institucionales: puentes
dinamitados entre el Estado español y Cataluña; diálogo de sordos o
inexistente; judicialización de la política – que profundiza el descrédito, ya
de por sí alto, del poder judicial -; bloqueo de Gobierno – que ya dura varios
años -; legislativo paralizado; y la Corona, cuestionada por su papel de parte
en el conflicto catalán. Todo ello en un momento en que a las secuelas
subsistentes de precariedad y recortes que dejó la crisis del 2008, se suma el
impacto de la recesión en marcha actualmente – que se irá acentuando en los
próximos meses – y las importantes tensiones internacionales (Brexit y
tendencias centrífugas en Europa; reposicionamiento geoestratégico de USA,
enfrentada a China y Europa; etc.)
También en el contexto del 15M del 2011 y de toda la crisis económica y
social, surge con el apoyo de los poderes económicos y mediáticos el “nuevo”
Ciudadanos, para contraponerlo a Podemos, que había irrumpido en 2014 como una
clara amenaza para esos poderes, quienes veían en peligro sus intereses
oligárquicos y sus enormes privilegios. Y a partir de ahí, Ciudadanos, que
había nacido en Cataluña, decide jugar también la baza de la guerra de banderas
y entra en una dinámica pirómana para extraer réditos electorales. Y no sólo en
Cataluña; ya puestos, también en todos aquellos puntos donde su presencia
pudiera entenderse por la población local como una provocación y convertirlos
así en un plató de su supuesta valentía política al enfrentar a pecho
descubierto a los antiespañoles: Alsasua, Rentería… convertían a Rivera en el
Rey de los parques temáticos del conflicto y el enfrentamiento. Cuando, además,
Rivera se cree con opciones de liderar la derecha y se desentiende del mandato
de los poderes que lo habían aupado, negándose a pactar con Sánchez, a la
irresponsabilidad sumará la inutilidad política, asunto que explicaría la
profunda caída de sus expectativas electorales. Para colmo, sobre la estela
incendiaria de Ciudadanos y su propia caída quienes a la postre prosperarán
serán los pirómanos genuinos, Vox, a quienes Rivera ha servido de catapulta.
Una vez el PSOE, tras sufrir la convulsión del enfrentamiento interno
entre Susana Díaz y Pedro Sánchez, resuelve al fin el conflicto con la victoria
de éste, cabalgando por la izquierda la ola Podemos, y llega – a su pesar y
gracias a ese mismo partido, vía moción de censura – a convertirse en
Presidente del Gobierno, en abril de este año acude a elecciones con una supuesta
apuesta de izquierdas, progresista, donde ambas fuerzas, PSOE y Unidas Podemos,
pasarían a conformar un gobierno de cambio sobre leves principios socialdemócratas. Pero
celebradas las elecciones y recuperada buena parte del espacio político que le
había comido Unidas Podemos, Sánchez decide que es el momento de rematar la
faena y, tras un paripé de negociación fake, fuerza una nueva
convocatoria electoral, con un mensaje de estabilidad y orden, previendo que
coincidirá con la exhumación de Franco, para hacer un guiño a su izquierda –
guiño algo truncado por esa escenografía devaluada de funeral de estado en que
se terminó convirtiendo el acto –; pero sobre todo previendo que las elecciones
coincidirían con un escenario de inestabilidad que favorecerá ese mensaje: un
Brexit salvaje – previsión errada – y , especialmente, la sentencia del juicio
a los líderes catalanes, una combinación explosiva con unas elecciones que
denota una grave irresponsabilidad: la salida al conflicto catalán requiere de
inteligencia, diálogo, matices, acuerdos, de estrategia y proyecto de país;
mientras la propia lógica electoral suele ser, por su propia naturaleza, de
confrontación y banalización, lo opuesto a todo aquello. Es posible que además,
esa jugada de aprendiz de brujo, made in Iván Redondo, su jefe de
Gabinete, un publicista, esto es, un tacticista que dirige la campaña de
Sánchez, acabe saliéndole mal – el conflicto catalán está bastante
descontrolado, a pesar del intento de algunos por imprimirle determinada
dirección - y al final Sánchez puede
estar llevando al país hacia la derecha, la misma que en abril no tenía ninguna
posibilidad de gobernar y que hoy se sitúa a un tiro de piedra de lograr
hacerlo. Tanto mirar a la derecha, como hace Sánchez, el Sánchez postabril,
es lo que tiene: que, torpemente, terminas abriéndole pista y dejándole el
gobierno en bandeja al adversario. Hoy parece claro que Sánchez ha pasado por
la derecha a Susana Díaz.
Por una vez, hagamos caso a Casandra
En esta combinación de múltiples crisis – institucional, de régimen;
crisis económica y social; crisis de la
articulación territorial del Estado; y crisis de las relaciones internacionales
-, combinación oculta bajo la guerra de banderas en marcha, lo peor de todo es
que quienes representan las posiciones de sensatez y cordura, como a mi
entender ocurre con Unidas Podemos y gente como Pablo Iglesias o Alberto
Garzón, pueden quedar, bajo el peso de sus propias crisis internas y de la
demonización sufrida desde los poderes económico-mediáticos y sus cloacas,
pueden quedar, decía, presos del síndrome de Casandra, ese personaje mitológico
que, conocedora por anticipado de los acontecimientos por venir, sufría la
maldición de los dioses para que nada de lo que dijera fuese creído.
Sólo en Unidas Podemos, con todas sus limitaciones, aprecio un
diagnóstico con cierto rigor de la situación de España y unas propuestas
sólidas para enfrentar la desigualdad y la crisis social, con una apuesta por
una fiscalidad más progresiva, donde los ricos contribuyan con los impuestos
que les corresponde, donde se garanticen las pensiones y la subsistencia de la
mayoría y donde se refuercen los servicios públicos; una apuesta por abordar la
crisis territorial, abriendo causes de racionalidad y diálogo en Cataluña, que
desarmen los planteamientos más radicales; una apuesta por una despolitización
partidista de la justicia; etc.; etc. En definitiva, un proyecto serio de país,
más justo, igualitario e integrado. Y una clara advertencia sobre el pacto del
PSOE con el PP que se avecina, bajo el pretexto – una vez más – de Cataluña;
una gran coalición para revitalizar al moribundo bipartidismo y mantener los
privilegios de los poderosos, pacto del que hay muy claros indicios, aunque
Sánchez y Casado lo desmientan públicamente, con escasa credibilidad. Ahí
están, si no, las declaraciones recientes en tal sentido de Rajoy, Felipe
González y Cayetana Álvarez de Toledo en apoyo de la gran coalición.
Haríamos bien, por una vez, en escuchar a Casandra. Y hacerle caso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario