No creo que sea exagerado decir que el impulso reformista del gobierno se está agotando; mejor dicho, está en cuestión. Cada vez que el fenómeno Díaz se hace más fuerte, la preocupación del PSOE se incrementa. Esto significa que las negociaciones en el gobierno serán cada vez más difíciles en un contexto en el que la presión de la UE crece, la patronal y los poderes económicos se envalentonan y refuerzan y, bueno es reconocerlo, con una situación económica que limita mucho los márgenes de maniobra. Dicho con más claridad: el conflicto -toda unidad es conflicto- se traslada a un espacio acotado y reservado como el Consejo de ministros; es decir, el peor territorio posible para UP. Si intervienes públicamente, desacreditas al gobierno y si te callas, acabas por fortalecer al PSOE. Esto ya lo vivió Pablo Iglesias y al final no le quedó otra que irse del gobierno y hasta de la política.
Esperanza y temor. Las encuestas, sus tendencias básicas, nos dicen que las derechas pueden ganar y que Vox está en un proceso de construcción, de movilización y de ampliación de espacios electorales. La izquierda está estancada y el PSOE, a pesar de los esfuerzos de Pedro Sánchez, no se recupera. Empieza a haber una asimetría entre la expectativa que genera la vicepresidenta segunda y los votos de UP que marcan las encuestas, asimetría que hemos conocido en otras épocas. Las encuestas evidencian un humor social muy contradictorio en las que la rabia y la frustración conviven con una potente aspiración a que la crisis acabe y que volvamos a la normalidad. Este juego tiene un tiempo limitado y al final se impondrá una u otra tendencia. Lo que falta en la izquierda es una esperanza posible, realista, que pueda afrontar unos riesgos sociales que, de una u otra forma, están en la conciencia colectiva. Ese es el territorio de Yolanda Díaz.
El gobierno entra en un proceso difícil y extremadamente contradictorio. Las derechas van a continuar con una política de acoso y derribo contra una coalición que da señales de agotamiento y un escenario internacional marcado por una fortísima crisis de oferta, el incremento de la inflación y el miedo a la subida del tipo de interés por los bancos centrales. El PSOE no acaba de encontrar una táctica adecuada y actúa contradictoriamente. Su aspiración es la de siempre, volver a ser el partido del régimen; conforme la situación económica se hace más difícil, tiene menos capacidad de maniobra para satisfacer a la vez a los poderes económicos (apoyados siempre por la UE) y las demandas de los sindicatos de clase y los movimientos sociales. No es casualidad que sean la reforma laboral y las pensiones el centro del conflicto en el gobierno. Lo menos que se puede decir es que las presiones sobre Pedro Sánchez son enormes y que esta vez está obligado a definirse.
El proyecto que encabeza Yolanda Díaz, hay que insistir, tiene un tiempo fechado. La dialéctica entre expectativa y necesidades tiene límites mediados siempre por la coyuntura política. No se puede eternizar en el tiempo ni quedarse solo en gestos. No es la primera vez que una situación política dada cambia expectativas y arruina proyectos, mucho más en un mundo en el que los medios tienen una influencia tan determinante como ahora. La vicepresidenta está obligada a ganar los debates de la reforma laboral y las pensiones y, en paralelo, construir un proyecto; es decir, programa, alianzas sociales y electorales y fuerza política. Los desafíos son enormes y los dilemas estratégicos, determinantes. La pregunta es si es compatible ser vicepresidenta de un gobierno en estas específicas condiciones y ser la cabeza visible de un proyecto que requiere dedicación, tiempo y una fuerte autonomía del PSOE.
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