viernes, 29 de diciembre de 2023

Energía y alimentación: un binomio en problemas



Remedios Copa

Colectivo Prometeo 


Hablar de escasez energética y de la elevación de su precio o de los problemas que las energías fósiles provocan con su contribución al calentamiento global y a la crisis climática ya nos viene sonando desde hace tiempo y, quien más quien menos, ya todos hemos experimentado la repercusión en nuestros bolsillos y en los fenómenos climáticos anormales con los que nos sorprende la naturaleza.

De lo que se viene hablando muy poco, pese a que la energía es su talón de Aquiles, es del sistema agroalimentario  al que la dependencia de los recursos energéticos pone en graves riesgos. Tanto la escasez energética de los recursos no renovables de los que depende para el transporte y la obtención de los fertilizantes agrícolas como la incidencia del cambio climático en la producción agrícola, nos coloca en una posición de vulnerabilidad que puede alcanzar dificultad extrema para garantizar la soberanía alimentaria en un tiempo no muy lejano.

A quienes llevamos años intentando llamar la atención sobre esta cuestión y el riesgo de hambrunas provocadas por la confluencia de ambos factores y su interrelación en nuestro complejo sistema alimentario se nos consideraba alarmistas, exagerados, carentes de base real que provocara tal amenaza, o bien se argumentaba que si tales situaciones se produjeran la tecnología las resolvería. En este punto centraría la reflexión en dos aspectos: el energético y el complejo sistema de abastecimiento de las largas cadenas de suministro de alimentos.

Si analizamos ambos veremos que el sistema agroalimentario actual es cada día más insostenible, tanto desde el punto de vista energético como medioambiental. Puesto que al tema energético se le ha venido prestando más atención comenzaré en esta ocasión centrándome en su repercusión sobre el sistema alimentario.


El movimiento decrecentista lleva años llamando la atención sobre los riesgos y la insostenibilidad del actual modelo de sistema alimentario. En la medida en que comenzó el desacople entre el territorio de la producción de los alimentos y el de consumo, impulsado por el modelo industrial basado en combustibles fósiles, la bola de nieve se fue agrandando hasta que el desarrollo agroalimentario y el industrial, consumidores masivos de energía, se fueron retroalimentando hasta convertirse en un entramado insostenible y autodestructivo para la vida en el planeta.

La llamada Revolución Verde intensificó el consumo de energías fósiles para la producción de alimentos, a la vez el aumento del rendimiento de las superficies de cultivo permitió disponer de alimentos suficientes para una población que aumentaba progresivamente desde los 2.000 millones en 1900 hasta los 8.700 millones registrados en por el informe de la ONU en 2022 (y prevé que al final de este siglo se alcance la cifra más alta, 11.000 millones de personas, porque estima que la explosión demográfica está llegando a su fin).

Si nos preguntamos por qué el sistema agroalimentario consume alrededor del 30% de la energía mundial, mayoritariamente fósil, (el 80%), de la que el 70% se destina a las cadenas de distribución y consumo, es fácil de entender cuando vemos que del coste total de la producción agrícola el 40% se lo lleva la energía empleada en la producción de fertilizantes nitrogenados y pesticidas químicos, el empleo de maquinaria pesada, los sistemas de riego tecnificados y otras innovaciones tecnológicas aplicadas a la agroindustria de forma masiva, hicieron que el consumo de energía aumentara progresivamente hasta alcanzar un incremento del 20% entre los años 2000 a 2018 y la FAO estima que a este ritmo el consumo de fertilizantes nitrogenados sintéticos tendrá un aumento del 50% para el año 2050.

El modelo de agricultura industrial y toda la industria petroquímica que necesita para sostenerse es imposible de mantener porque emite gases de efecto invernadero y contribuye al cambio climático, que a su vez tiene consecuencias catastróficas para la producción de alimentos.

Entre los gases de efecto invernadero directo están el dióxido de carbono (CO2), metano (CH4),óxido nitroso (N2O), hidrofluorocarburos (HFC), perfluorocarburos (PFC) y el exafluoruro de azufre (SF6).

El más importante es el CO2, que ingresa a la atmósfera a través  de la quema de combustibles fósiles, residuos sólidos y otros materiales biológicos, así como el resultado de ciertas reacciones químicas como por ejemplo las que se producen en la obtención del cemento. El modelo de nuestro sistema alimentario supone ⅓ de las emisiones de gases de efecto invernadero, resultando un modelo de producción insostenible. 

Por otra parte, la contaminación del suelo y los acuíferos provocada por los agrotóxicos provoca daños a la salud humana y pérdidad de biodiversidad imprescindible para la vida humana y la regeneración del planeta.

Es obvio que ni el consumo energético ni el sistema agroalimentario pueden continuar como hasta ahora; el primero tiene que decrecer y el segundo enfocarse en la producción y el consumo de proximidad porque tenemos un modelo de producción y distribución insostenibles.

No podemos continuar consumiendo alimentos producidos a una media de 4000 kmde distancia del consumidor y no es por capricho sino por razones bien fundamentadas cuyas consecuencias ya son evidentes.

Hay experiencias en marcha que, como afirma David González, ( interesados pueden acceder a http:77cadenaser.com/audio/ 1697546440335) que aún siendo conscientes de tenerlo todo en contra, toca intentarlo.

Es hora de implementar cambios sostenibles y un Decrecimiento paulatino si queremos evitar el colapso y tener futuro.



 

 

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