Fuente: Diario Público.Otra vuelta de tuerka
Pablo Iglesias
Fernández
Díaz presidirá la comisión de peticiones para cobrar más que un
diputado raso, pero no presidirá la de exteriores. Lo conseguimos,
presionamos lo suficiente para que el PSOE se retractara. Anunciamos que
presentaríamos candidato alternativo y ni la vergonzante portada de El
País al día siguiente pudo negar lo evidente: Unidos Podemos había
conseguido que el PSOE rectificara antes que quedar retratado con el PP
una vez más. Hicimos buena oposición parlamentaria. Sin embargo
Fernández Díaz, reprobado por el Congreso, presidirá una comisión y
podrá cobrar lo que su partido le prometió cobrar. Nuestra pírrica
victoria demostró los límites de ejercer la oposición parlamentaria. Hay
periodistas que nos susurran al oído que humillamos el honor de
Fernández Díaz, pero no estamos en política para eso.
Todo el mundo sabe algo que con su lucidez habitual explicaba Enric Juliana: garrotazos de día y acuerdos estratégicos de noche.
Para las cuestiones estratégicas opera la triple alianza PP-PSOE-Cs y
lo volveremos a ver con los presupuestos, por mucho que traten de
disfrazarlo con enmiendas pactadas. Pero incluso en el caso de que,
fruto de nuestra dedicación y esfuerzo, logremos que el Congreso tome
decisiones en la buena dirección, todo el mundo debe saber que el
Gobierno cuenta con mecanismos suficientes para desoírlo; para empezar
puede vetar cualquier decisión que afecte al presupuesto ¿Cómo legislar
en favor de las mayorías golpeadas por los recortes sin tocar el
presupuesto? La actitud gubernamental respecto a la paralización de la
LOMCE decidida en el Congreso es la prueba más reciente de que el
Parlamento, en la práctica, ni manda ni legisla.
Alguien dirá y tendrá razón que, cuando
no se pueden tomar decisiones, lo importante en política se dirime en lo
simbólico y aquí el Congreso sí es un escenario político que reparte
roles, identidades y genera sentidos. Las preguntas al presidente y a
los ministros, los debates y las comparecencias en comisiones, son
ejemplos de esa actividad simbólica de disputa parlamentaria en la que
estamos obligados a competir y donde tenemos el desafío de destacar.
Pero si algo nos han enseñado estos meses es que las reglas del juego
parlamentario tienen muchas trampas y están diseñadas para dificultar no
sólo la acción legislativa sino incluso para hacer desaparecer la
verdadera política; aquella que tiene que ver con el poder real. Además
si hay un lugar donde la geografía ideológica izquierda-derecha puede
resultar engañosa hasta el absurdo, es en el Parlamento (no por
casualidad la izquierda y la derecha son categorías de origen
parlamentario). Cada día en el Congreso asistimos, entre la perplejidad y
la ironía, a que partidos que han entregado el gobierno al PP traten de
disputar con nosotros quien representa mejor los valores de la
izquierda o los valores de la regeneración. Caer en ese juego tramposo
nos obligaría a la fútil tarea de repetir una y otra vez que nosotros sí
somos la verdadera izquierda o la verdadera regeneración, al tiempo que
los usos y formas parlamentarios transmiten a la ciudadanía una imagen
de la política como actividad propia de los políticos (un grupo social
en sí mismo que tiende a vestir igual, a hablar igual, a cobrar igual de
bien y a vivir igual) localizada en lugar llamado Congreso donde
nociones cómo acuerdo, consenso o moderación se convierten en valores en
sí mismos. Hay pocas cosas más ridículas que conjurarse para buscar el
acuerdo y el consenso allí donde no hay manera de tomar decisiones,
porque las decisiones las toma el Gobierno. De hecho, si con alguien
debe ponerse de acuerdo el Gobierno con alguien es con los poderes
económicos de dentro y de fuera de nuestro país, no con el Parlamento.
Pero el pasado sábado demostramos que la
oposición puede hacerse más allá del Congreso; una oposición social y
transversal. La iniciativa Vamos! congregó a millares de personas frente
a las sedes de Gas Natural Fenosa en más de cuarenta ciudades y pueblos
de nuestro país, señalando la necesidad de que esta gran compañía deje
de cortar los suministros a familias que no pueden afrontar sus abusivas
tarifas y que cumpla así la normativa internacional en materia de
derechos humanos, así como la ley catalana contra la pobreza energética.
Aquella movilización señalaba a uno de los mayores poderes de nuestro
país; el de las empresas energéticas que han demostrado sobradamente su
capacidad de doblegar a los gobiernos, acumulando escandalosos
beneficios y retribuciones para sus directivos a costa de la gente.
Aquello señalaba al poder real (político y económico) y marcaba las
claves transversales de una movilización que dibujaba una geografía
ideológica no determinada por el reparto simbólico de posiciones
parlamentarias, sino por la condición social. Señalar que los ciudadanos
que afrontan con dificultades las facturas de la luz y el gas no tienen
los mismos intereses que las compañías que los suministran, del mismo
modo que las familias desahuciadas no tienen los mismos intereses que
los bancos, nos devuelve a las claves de la nueva gramática política
inaugurada por el 15M y el movimiento Stop desahucios. El tratamiento
mediático, sorprendentemente favorable, que obtuvo a la iniciativa, a
pesar de que algunos se apresuraran a llamarla escrache, revela las
dificultades de nuestros adversarios para diseñar un marco de ataque,
cuando realmente somos capaces de llevar a cabo una iniciativa
transversal en un escenario transversal. La exigencia de comparecencia
de Isidre Fainé en el Parlamento es el mejor complemento a la
iniciativa, entre otras cosas porque sirve para retratar al resto de
actores políticos en una clave ideológica mucho más importante que el
eje izquierda-derecha, a saber, la de si estás con los privilegiados o
con la gente. Es obvio que los dirigentes del PSOE dirán que están
contra la pobreza energética, pero es dudoso que aquellos que tienen a
sus ex ministros y ex presidentes en los consejos de administración de
las eléctricas se atrevan a movilizarse frente a ellas y apoyen que el
presidente de Gas Natural se enfrente a nuestras preguntas en la sede de
la soberanía nacional. Es probable que los dirigentes que Ciudadanos
lloren lágrimas de cocodrilo pero ¿Alguien se imagina al partido del
Ibex enfrentándose a las eléctricas?
El Podemos que necesitamos es el
que vimos el sábado, el que sabe combinar la acción parlamentaria con la
acción social practicando la transversalidad. Necesitamos un Podemos
que no se proclame a priori ganador pero que trabaje partido a partido
para terminar ganando, un Podemos que no necesite proclamarse
transversal sino que construya la transversalidad en los conflictos
confluyendo con todos los sujetos sociales y políticos que están del
lado de las mayorías. Y es que la confluencia debe florecer en los
conflictos sociales donde las diferentes militancias (de partidos y de
movimientos) deben conocerse, convivir, respetarse y finalmente
abrazarse. La confluencia no puede ser sólo una coalición electoral y el
reparto de tiempos parlamentarios, sino que debe desarrollarse por
abajo.
Hay que ser claros y dejar de disputar
absurdamente la supuesta pureza de nuestros inicios: el Podemos que
necesitamos no debe parecerse al Podemos que nació hace tres años. Aquel
pequeño grupo de activistas que contaba con un portavoz en los platós
de televisión, sirvió para abrir el camino, aprovechando la oportunidad
que unas elecciones, tan particulares como las europeas, ofrecían. Aquel
grupo tuvo que construir después una máquina comunicativa, muy
centralizada y presidencialista, para afrontar una dificilísima gincana
de pruebas electorales en medio de una compleja construcción
organizativa como partido. Pero ese Podemos ya hace tiempo que cumplió
su función. Necesitamos ahora una organización más descentralizada que
construya movimiento popular y contrapoderes sociales poniendo su peso
institucional al servicio de la sociedad civil, señalando al poder y
apoyando la autoorganización, un Podemos que entienda la política como
actividad para ganar derechos, capaz de actuar en los parlamentos sin
olvidar qué son los parlamentos, un Podemos que impulse la confluencia
no desde la lógica parlamentaria del reparto y las cuotas, sino desde el
impulso colectivo de espacios de empoderamiento popular, un Podemos que
apoye a los gobiernos municipales que representan la prueba de nuestra
capacidad de gobierno.
La definición final de estas tareas
deberá ser el eje de nuestros debates en el próximo Vistalegre. En
realidad no se trata tanto del Podemos que necesitamos, sino del Podemos
que necesitan las gentes y pueblos de nuestro país.
1 comentario:
Parece ser que ya nos vamos dando cuenta de que la lucha está en la calle. Que hay que volver a la reivindicación y al apoyo de movimientos sociales y sacar a las gentes del cómodo sillón con mando a distancia. Dura tarea será la de transmitir que sólo votar cada 4 años no es democracia. Que el capital nos tiene adormecidos y que la democracia no son los Parlamentos secuestrados por el poder. Que la lucha se hace día a día en las tiendas, en el bar, en definitiva, en la calle. Esa es la verdadera política. Lo demás es el juego de los poderosos. Hay que salir y dar verdadera voz al pueblo y hay luchar por lo que es nuestro y recordarle a los partidos que sin la gente que los vota no son nadie.
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