Fuente: Cuarto Poder
Manolo Monereo
FCSM
Diputado Unidos Podemos Córdoba
Manolo Monereo
FCSM
Diputado Unidos Podemos Córdoba
¿Qué es lo que me ha salvado de convertirme en un pingo
almidonado? El instinto de rebelión, que desde el primer
momento se dirigió contra los ricos porque yo, que había
conseguido 10 en todas las materias de la escuela elemental,
no podía seguir estudiando mientras que sí podían hacerlo el
hijo del carnicero, el del farmacéutico, el del negociante en tejidos.
Antonio Gramsci
almidonado? El instinto de rebelión, que desde el primer
momento se dirigió contra los ricos porque yo, que había
conseguido 10 en todas las materias de la escuela elemental,
no podía seguir estudiando mientras que sí podían hacerlo el
hijo del carnicero, el del farmacéutico, el del negociante en tejidos.
Antonio Gramsci
Para muchos de nosotros Antonio Gramsci (1891-1937)
se ha convertido en una figura entrañable, más que un referente
intelectual y moral, más que un referente político. Se ha ido
transformando en algo nuestro, personal, en un acompañante de nuestra
vida política. Es el consejero al que periódicamente acudimos para
aprender a pensar, para enfrentarnos a los retos dramáticos de nuestras
vidas (la biografía de Fiori es imprescindible), para sacar fuerzas de
flaqueza ante tantas derrotas, ante tantos desengaños personales y
políticos. Sus Cartas de la cárcel, sus Cuadernos,
pulcramente traducidos, lo convierten en un clásico que nos sigue
hablando, que nos comunica inteligencia y voluntad, que nos sigue
diciendo que la verdad es revolucionaria y que hay que seguir odiando a
los indiferentes. Su derrota personal, la catástrofe psíquica y moral
de la que fue víctima, nos lo hace más próximo y, a la vez, más lúcido
para ver lo que no se ve, para desvelar una realidad que nos confunde y
anula.
Gramsci es seguramente el autor
más leído, comentado, discutido y vivido de la tradición marxista del
movimiento obrero. Desde luego, el más universal que, paradójicamente,
ha superado más que ningún otro las connotaciones eurocéntricas de su
tradición que se lee y se estudia con provecho en todos los mundos de
nuestro mundo, por lo demás, cada vez más ancho y ajeno. El misterio
sigue sin aclararse del todo. ¿Por qué Gramsci? Quizás por su persona,
por su vida, por un compromiso político llevado hasta el final, una
lucidez inmensa unida a una enorme capacidad de sufrimiento. Una mente
que fue condenada para impedirle pensar produjo de forma fragmentaria y
asistemática una obra imponente que nos sigue hablando, de la que,
periódicamente, sacamos nuevas cosas y que siempre, siempre, nos
interpela a aquellos que seguimos pensando en la necesidad de superar el
capitalismo y construir una sociedad emancipada del mal social de la
explotación y del dominio.
Gramsci fue, seguramente, el discípulo más competente que tuvo Lenin y,
en muchos sentidos, fue su continuador principal. Gramsci pensó con
Lenin y su propia tarea le obligó a ir más allá de él. En esto está
seguramente su grandeza: alguien tan alejado de las raíces culturales y
políticas del revolucionario ruso, terminó, no solo por comprenderlo,
sino traducirlo e ir más allá. El joven dirigente comunista sardo tuvo
que vérselas, desde los años 20, con el retroceso del movimiento
revolucionario en occidente, con la reacción fascista y con la derrota
de una perspectiva socialista que se fue convirtiendo en el dato
fundamental de una época histórica en la que seguimos. Explicar y
explicarse el por qué del fracaso de la revolución en Occidente fue el
tema central que obligó a Gramsci a usar el instrumental analítico
disponible (básicamente Lenin) e ir más allá. Aquí aparece toda la “caja
de herramientas” que el fundador del Partido Comunista Italiano nos
legó: Oriente y Occidente, en sus complejas relaciones entre el Estado y
la sociedad civil; el papel “ampliado” del Estado y de sus aparatos de
hegemonía; los intelectuales y sus complejas relaciones con las clases
trabajadoras y las diversas formas de organización del partido obrero;
las dificultades y dilemas de una estrategia de guerra de posiciones que
se iría organizando en un cerco mutuo, más allá y más acá de un simple
conflicto electoral; la hegemonía entendida, no solo como alianza
histórica de la clase obrera con otras capas sociales, con otras clases,
sino como dirección moral e intelectual que, de pronto, nos situaba en
una nueva idea del socialismo superadora de la experiencia soviética. En
definitiva, pensar la transición como proceso que tendencialmente
superaba la división entre gobernantes y gobernados en una larga marcha
que anudaba socialización de la economía con democratización de la
sociedad y la superación de la división del trabajo.
Manolo Sacristán
señaló una paradoja que conviene siempre tener en cuenta cuando se
intenta estudiar a fondo a Gramsci; me refiero al hecho de que los
fundamentos idealistas presentes en el joven revolucionario sardo que
empieza a relacionarse orgánicamente con el movimiento obrero turinés y
el Partido Socialista italiano, le cualifica de una singular forma para
entender la revolución bolchevique y, específicamente, el pensamiento de
Lenin. Diría algo más, Gramsci rompe con las bases hegelianas de su
pensamiento pero conserva, a la vez, su temática, los problemas no
resueltos. El leninismo de Gramsci le ayuda a depurar sus claves
idealistas hasta ir más allá de él. Los Cuadernos, de ahí su
inmensa fuerza, nos enseñan, nos muestran de primera mano el cómo se
forja un pensamiento, cómo se entrecruzan las ideas y cómo se
fundamentan. Algo así como el ”laboratorio” Gramsci, todo ello, es
obligado señalarlo, en la cárcel, sufriendo enfermedades, teniéndose que
ocultar de sus censores y en una soledad creciente.
Gramsci sigue
siendo objeto de múltiples controversias. Como todo clásico de la
emancipación, su obra está y estará siempre en disputa. Ocurrió con Marx y,
en parte, ahora ocurre con él; se pueden valorar positivamente ideas,
hipótesis teóricas y formulaciones sin, necesariamente, estar por la
revolución o por el socialismo. En Gramsci, en su vida y en su obra,
esta desarticulación entre lo teórico y lo político es más difícil, más
complicada, hasta un punto que la hace casi imposible. Claro, todo se
puede sostener; ahora bien, desligar al Gramsci revolucionario del
Gramsci teórico y del Gramsci filósofo no parece posible. Leer los Cuadernos de la cárcel
junto con sus cartas desde el penal nos dice como su vida era una y
solo una que se anudaba en una persona libre, lúcida, comprometida con
la transformación social que, por serlo, estaba en la cárcel y que se
negó hasta el final a pedir perdón a sus verdugos.
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