Remedios Copa
Colectivo Prometeo
El progreso es uno de
esos temas que se menciona a diario y que a su vez, como dice Laura Vicente, el
término progresista se ha convertido en el cajón de sastre dónde se mete de
todo, desde un gobierno, un partido, o una propuesta.
Cuando el progresismo, “ideología y doctrina
que defiende y busca el desarrollo y el progreso de la sociedad en todos los
ámbitos, y especialmente en el político social”, toma la terminación –ista y el relato del
planteamiento de que la sociedad humana era pobre material y moralmente antes
de que la comunidad humana alcanzara el progreso técnico que la condujo del
estado salvaje al civilizado pasa a la política se distorsiona al identificar
progresista con “ser de izquierdas”. Ante esta consideración, Corcuff habla de que la “muerte cerebral de la izquierda”
pudiera ser la causa insensata de
auto-eliminarse como izquierda para meterse en el cajón de sastre del
progresismo.
La izquierda continúa reivindicando su creencia en el progreso pese a que se está produciendo paulatinamente en los últimos años una desintegración del marco de referencia que se basaba en la creencia de que el progreso y mejora de la humanidad estaba garantizado en el tiempo de forma acumulativa generación tras generación. Esa idea ha sido uno de los grandes errores de la izquierda del siglo pasado. Una creencia de evolucionismo y progreso que la realidad se está encargando de desmentir sistemáticamente. Aún así, las fuerzas “progresistas” siguen ancladas en el pasado.
El progreso nos ha llevado además a
que la distinción entre el ser humano, los objetos y las mercancías tiendan a
desaparecer y a borrarse. Cada vez está más presente e implica el uso del poder
social y político para dictar cómo algunas personas pueden vivir y cómo algunas
deben morir en función de intereses que nada tienen que ver con la evolución
moral ni social; únicamente con la mejora de los intereses de unos pocos a
costa del empobrecimiento, penurias y muerte de muchos otros. Porque el
progreso en las posibilidades de matar es terrorífico, como se está viendo
estos días en varias partes del mundo; progreso que se viene perfeccionando a
lo largo de la historia, hasta el punto de que una guerra nuclear podría acabar
con la especie humana en el planeta.
El progreso tecnológico e industrial nos ha puesto al borde del precipicio
con un capitalismo suicida que expolia el planeta, (tanto recursos como personas),
provocando una degradación medio ambiental que nos coloca ante un futuro
distópico con riesgos climáticos y biológicos, y un desarrollo de la informática y la inteligencia
artificial, (I A), cuyo avance y los peligros que conlleva ya se han escapado de
control según están advirtiendo muchos de los técnicos puntera en la materia.
A propósito del tema, los autores Daren Acemoglu y su colega Simon Jhonson, han publicado un libro titulado “Poder y Progreso: una lucha de mil años por la tecnología y la prosperidad”, en el que nos ofrecen nueva evidencia empírica del impacto de la tecnología en el crecimiento de la productividad o en los ingresos de muchos en comparación con unos pocos. En el libro y en sus notas y artículos encontramos un relato histórico global de cómo la tecnología ha llevado a la humanidad hacia adelante en términos de niveles de vida, pero también a menudo ha creado miseria, pobreza y una mayor desigualdad.
Daren Acemoglu es uno de los
principales expertos en el impacto de la tecnología en los empleos, las
personas y las economías. Afirma que, por supuesto, “el progreso científico y
tecnológico es una parte vital de esa historia y tendrá que ser la base de
cualquier proceso futuro de ganancias compartidas”. Ambos autores manifiestan
que esa mejora en la prosperidad de las generaciones no se debe solamente al
progreso científico sino gracias a que “los ciudadanos y los trabajadores de
las primeras sociedades industriales se organizaron, desafiaron las decisiones
impuestas por la élite sobre la tecnología y las condiciones de trabajo, y las
obligaron a compartir las ganancias de las mejoras técnicas de manera más
equitativa”. Se necesitó el desarrollo de las organizaciones obreras, la
legislación gubernamental y los comienzos de una cierta distribución de la
asistencia social para lograr un aumento significativo, según los autores.
Personalmente coincido con Houria
Bouteldja en que, en la actualidad, necesitamos un pensamiento global que
visualice una alternativa a una civilización occidental en declive y que ha
alcanzado su límite. Hay que salir de la «muerte cerebral» de la alternativa
progresista y encaminar el progreso a un Decrecimiento racional, justo y
equitativo.
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