Mesa: Pepe Esquinas (dcha), Mónica García y Juan Rivera |
Asistentes |
“La Historia es el estudio de
todos los crímenes del mundo”, decía Voltaire. A lo largo de tres décadas, me
he especializado precisamente en eso: documentar y estudiar los crímenes que se
cometen en el contexto de la guerra. Entre las conclusiones que he sacado, se
cuenta un hecho: para la mayor parte de individuos, es mucho más fácil asumir
verdades absolutas con las que sentirse cómodos antes que admitir la enorme
complejidad de las cosas. Y eso lleva a no hacer el esfuerzo de informarse, en
saber, lo cual nos condena a graves consecuencias.
Me asombran las reacciones cada
vez que se desata un conflicto armado, cuando muchas personas adoptan una
postura -a favor o en contra- dependiendo de sus simpatías o antipatías hacia
el agente estatal que comienza el conflicto. Estados Unidos suscita odio y amor
a partes iguales, como ocurre con Rusia o con Israel. Pero el análisis que
suelen hacer es simplista y nace marcado por la idea de que el enemigo de mi
enemigo es mi amigo, como si tuviésemos la obligación de tomar partido por uno
u otro, en lugar de tener derecho a exigir algo mejor, mucho mejor, que los
actuales agentes internacionales.
Es algo que me ha pasado a lo
largo de toda mi carrera: cuando cubría la invasión de Irak o de Afganistán y
denunciaba el aventurismo norteamericano que sólo pretendía asegurarse
influencia y recursos estratégicos, parte de la sociedad me aplaudía, como hacían
cuando denunciaba la represión y el estado de Apartheid impuesto por Israel en
Palestina. Pero esa misma parte de la sociedad me criticaba por cubrir las
revoluciones árabes que se levantaron contra dictadores, muchos de ellos
impuestos por Occidente, y caídos en desgracia porque compraron una versión
peculiar de los hechos según la cual las revoluciones habían sido instigadas,
orquestadas y armadas desde Estados Unidos. Como si la atroz represión que se
vive en todas las dictaduras árabes, sumada a la propaganda que hacemos en
Occidente de la democracia, la justicia o la igualdad no justificara que los
pueblos se levantaran por pura dignidad.
Os cuento todo esto porque las
dos últimas grandes guerras de nuestro tiempo nos han llevado a una
circunstancia disparatada: hay personas que justifican la invasión de Ucrania
por parte de Rusia al tiempo que denuncian la agresión con visos de genocidio
que lleva a cabo Israel en Gaza. Conociendo ambos contextos, no entiendo dónde
está el matiz.
Ambos regímenes, el israelí y el
ruso, son democracias sólo en la forma: Israel carece de Constitución, el
actual Primer Ministro, investigado por incontables casos de corrupción, ha subyugado el
poder judicial por lo cual no se puede hablar de la tradicional separación de
poderes que caracteriza a toda democracia y los extremistas, los judíos
ultraortodoxos, han tomado el Gobierno mediante pactos políticos. Es decir, se
sirven de la base formal de una democracia para reventarla por dentro y
justificar así barbaries que nunca se admitirían en democracia, esgrimiendo
mentiras y sometiendo a su población a un lavado de cerebro transmitido desde
los medios de comunicación y los curriculum escolares que deforma el espíritu
crítico de la sociedad israelí, con una larga historia de activismo detrás
prácticamente extinto hoy en día.
Lo mismo que hace Rusia, que
lleva sin ser una democracia plena desde que Vladimir Putin se instaló en el
poder a fuerza de silenciar de muchas formas a la oposición, de manipular
procesos electorales y de turnarse con sus acólitos entre el cargo de primer
ministro y el de presidente. El lavado de cerebro es una característica de la
Rusia actual, porque Rusia, como Israel, sabe muy bien que una mentira repetida
mil veces se termina transformando en verdad. Y hoy en día, se trata de
subvertir la democracia a nivel global.
Y sin embargo, si vemos o leemos
los medios de comunicación hay un discurso absoluto y lamentable que está
minando la escasísima credibilidad que nos quedaba a los periodistas: Rusia es
mala, Israel es buena. Rusia envenena a disidentes e invade países en un
arrebato imperialista propio de la Unión Soviética, e Israel (que también
envenena y asesina a líderes políticos, como ocurrió con Yasir Arafat o el
líder político de Hamas, Khaled Meshal, por no hablar de las incontables
ejecuciones extrajudiciales y cientos de daños colaterales por las que no
responde) siempre tiene “derecho a defenderse”.
Rusia miente cuando habla de nazis en Ucrania, pero damos eco a declaraciones de altos cargos israelíes que acusan de nazismo a los palestinos aunque Benjamin Netanyahu se comporte poco mejor que Heinrich Himmler, el arquitecto del Holocausto.
Rusia arresta
disidentes, pero cuando Israel arresta a académicos incluso israelíes o a
civiles y activistas que denuncian el genocidio en ciernes no lo publicamos.
Rusia “asesina” civiles, Israel “bombardea posiciones” de Hamas. Los ucranianos
son masacrados por tropas rusas inmisericordes, mientras que los palestinos
mueren, así, de forma espontánea o causa natural, a juzgar por las
informaciones occidentales. Rusia argumenta que Ucrania, o Georgia, o Chechenia
le pertenecen históricamente, como Israel argumenta que Palestina es su tierra
prometida y eso le da derecho a la ocupación. En el primer caso nos reímos, en
el segundo aplaudimos al ocupante.
Ambos son procesos colonizadores
que buscan conquistar territorio y recursos estratégicos, cambiar las
influencias regionales y subyugar al pueblo nativo. La única diferencia es el
apoyo occidental a uno y a otro: Rusia es percibido como el antiguo enemigo de
la Guerra Fría y por tanto es aislado con sanciones por su postura belicista,
mientras que Israel, como lo definió José Luis Sampedro, es un estado “rentista
del Holocausto” y requiere un apoyo incondicional para purgar los pecados de
Alemania antes de la IISGM.
Lo más inquietante es que ese aliado y rentista europeo, “la luz de las naciones” según la Torah, que presume de ser el más democrático, más justo, más moral de Oriente Próximo se ha desvelado como un Estado genocida según muchos académicos israelíes y no israelíes, que esgrimen datos que constituyen evidencias empíricas, y regido por fanáticos religiosos que emplean un lenguaje y unas tácticas de actuación fundamentalistas más parecidas al ISIS que a Occidente. Y que usa, como Rusia, un mantra: una mentira repetida mil veces termina convirtiéndose en una verdad.
Rusia no tiene aspiraciones
genocidas pero constituye igualmente una seria amenaza para la población
agredida y por extensión para muchos otros países que temen -con razón- ser los
siguientes en la expansión rusa. Nos horrorizamos por las muertes de ucranianos
pero no nos inmutamos por los asesinatos en masa de civiles palestinos
sometidos al hambre inducida, un crimen de guerra. Sólo se me ocurre una
explicación: los ucranianos son caucásicos y tienen capital económico y
recursos necesarios para Occidente. Es decir, apoyamos los Derechos Humanos
sólo de los blancos y de los ricos, porque el racismo y la aporofobia son
inherentes a los países occidentales.
Para mí, ambos son dos casos de
libro de ocupación militar ilegal, sujetas a las convenciones internacionales
que regulan las guerras. Y por cierto, dichos documentos hablan explícitamente
del derecho a la resistencia del pueblo ocupado, ya sea el ucraniano o el
palestino. Pero hay diferencias sustanciales entre ambos procesos que hacen de
la reacción occidental algo asombroso. Pensemos, por ejemplo, en las cifras: en
dos años de ocupación rusa, 545 niños ucranianos han muerto en los bombardeos y
1.200 han resultado heridos. En Gaza, en las primeras tres semanas de ofensiva,
ya fueron asesinados 3.450 niños. En los primeros 100 días ya habían perecido
1000 niños y en seis meses, sólo en medio año, ya han muerto en los ataques
14.000 niños. Se calcula que al menos 19.000 han quedado huérfanos. Cada 10
minutos es asesinado por las bombas un niño en Gaza: en estas dos horas de
charla y debate, serán 12 los críos que habrán perdido la vida bajo el fuego
israelí.
Como los acontecimientos que están ocurriendo en Gaza son de una magnitud no vista desde la IIGM, me permitiréis que me centre más en esa ocupación alargada en la Historia y en las manipulaciones periodísticas que han logrado que aún hoy, haya gente que albergue dudas sobre lo que ocurre en Gaza, aduciendo que es complicado.
Decía Ghassan Abu Sitta, conocido cirujano británico-palestino recientemente deportado de Alemania para impedirle relatar su experiencia como médico voluntario en Gaza, que el principal responsable de la ceguera internacional y por tanto de nuestra complicidad con el genocidio es la prensa. Y no puedo estar más de acuerdo, porque la información sobre esta guerra contra civiles, esta guerra contra la infancia, no puede estar más tergiversada.
Nos hacen creer que todo comenzó el 7 de octubre, cuando grupos armados palestinos atacaron Israel, pero no nos hablan de 75 años de ocupación militar de la Palestina británica, del estado de Apartheid creado en Cisjordania donde Israel lleva décadas construyendo colonias ilegales y cercando en cantones a la población árabe, ni tampoco de la enorme prisión al aire libre en la cual Israel convirtió Gaza cuando la victoria electoral de Hamas en 2005 cambió sus cálculos ni tampoco de las limpiezas étnicas anteriores. El desplazamiento forzoso y el asesinato de la población árabe ha sido parte inherente de la creación del Estado de Israel como un “estado judío”: en 1940, Joseph Weitz, jefe del Comité de Colonización Judía, afirmó: “no hay lugar para ambos pueblos juntos en este país. La única solución es una Palestina sin árabes. Y no queda otro camino que transferirlos a todos: no debería quedar ni una aldea, ni una sola tribu”. Cabe también recordar la infame frase “Una tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra», acuñada por el periodista británico de origen judío, Israel Zangwill, a principios del siglo XX. La presidenta Golda Meir llegó a decir que “no existe el pueblo palestino”. En aquella época Palestina, de 25.000 kilómetros cuadrados, era una zona agrícola con un millón de habitantes, el 90% de ellos árabes.
Los medios tampoco mencionan que
el Estado de Israel se fundó precisamente gracias a varios grupos armados como
el Haganá o el Irgun, cuyas bombas volaron estaciones de tren, hoteles, cines y
mercados árabes después de que en 1917 la Declaración Balfour promoviera la
creación de “un hogar nacional judío en Palestina” iniciando una inmigración
masiva mundial que se aceleró con la llegada del nazismo, en 1933. Tras forzar
la partición de Palestina y fundar unilateralmente el Estado de Israel en 1948,
la violencia de los grupos armados sionistas creció y se extendió a todo el
territorio: de hecho, el grupo Irgún -creado en 1937- tenía como objetivo
desalojar “la tierra prometida” de los árabes y las tropas de ocupación
británica. Y adivinad qué: de aquellos grupos considerados en su día
terroristas, cuyas hazañas son recordadas hoy en día gracias a placas
conmemorativas en las calles de Israel y la Palestina ocupada, son el embrión
de las actuales Fuerzas de Seguridad Israelíes.
No nos hablan de aquellos
atentados -por cierto, llegaron a asesinar a un cónsul honorario español- pero
sí nos hablan profusamente de todo atentado cometido por árabes con víctimas
blancas. Los medios publican páginas y páginas sobre los rehenes del 7 de
octubre pero no nos hablan de los más de 9.000 de palestinos detenidos muchas
veces sin cargos -entre ellos 80 mujeres y 200 niños- en prisiones israelíes,
sin garantías legales y sometidos a torturas, como han denunciado ONG israelíes
como B'tselem o Breaking the Silence, una organización formada por ex soldados
israelíes. Todos esos detenidos bien podrían ser considerados rehenes de
Israel. No nos hablan de los pogromos en Cisjordania, donde los colonos armados
aterrorizan a la población palestina, como no nos hablan de la concienzuda
campaña para despojar, expropiar y desplazar a la población a fuerza de
arrancar cultivos, expropiar tierras, desviar agua vital para la comunidad o
arrebatarles sus casas y ponerlas a la venta.
El 7 de octubre, todo el contexto
quedó eclipsado en los medios por un ataque espantoso contra civiles, que sin
duda constituye un crimen de guerra. Pero no nos lo contaron todo. Por ejemplo,
la incongruencia de que el Estado más poderoso de Oriente Próximo, con unos
servicios de Inteligencia sólo comparables a los estadounidenses, o al servicio
ruso, no avisaran de la operación orquestada, ensayada y preparada durante
meses. Tampoco explicaron cómo era posible que un asalto de cientos de
palestinos que llegaban en parapente, o en coches tras derribar una parte del
muro erigido por Israel para acantonar Gaza, pudieran provocar las escenas de
destrucción que pudimos ver: coches incendiados, kibbutz reducidos a cenizas,
más de un millar de muertos en pocas horas: pensad que en los kibbutz, o
comunas agrícolas, los residentes están siempre armados y disponen de búnkeres.
Recuerdo cuando se dio por capturado a un ciudadano español, con doble nacionalidad israelí, porque había desaparecido de Kissufim, donde residía. Dos meses después del ataque, dos meses, se anunció que había muerto el primer día. No daba crédito al hecho de que no se le pudiera haber identificado antes: ¿sabéis por qué? Su cuerpo estaba tan carbonizado que era irreconocible y requirió pruebas de ADN. Cabía preguntarse ¿ qué causa fuegos o incendios, qué causa la destrucción que se vio en las imágenes? Sólo dos cosas: RPG o cohetes antitanque, que según los vídeos del asalto eran más bien escasos, o bien helicópteros artillados, de los cuales sólo dispone Israel. Pronto se supo, porque lo explicaron los rehenes israelíes liberados en el primer intercambio, que no sólo los palestinos habían disparado contra los kibbutz o contra los coches que se llevaban a los rehenes: dispararon los helicópteros israelíes siguiendo la Directiva Hannibal, un protocolo que data de los años 80 y estipula que, en caso de que un soldado sea secuestrado o lo esté siendo, se debe emplear fuerza máxima para evitarlo, incluso si eso significa causarle la muerte. “Equivale a ordenar que se fusile al capturado para evitar que sea hecho prisionero”. En una investigación publicada hace semanas, se reveló que el Ejército atacó 70 vehículos con rehenes y asaltantes, y que al menos 27 cautivos israelíes murieron antes de llegar a Gaza.
Aquel día, en casa nos echamos a
temblar. Tras haber vivido en Jerusalén y Beirut durante una década y haber
cubierto varias guerras de Israel, sabemos que en cada operación militar de los
últimos años, Israel ha multiplicado por 100 las bajas que le ha ocasionado un
ataque enemigo. En esta ocasión, casi el 5% de los habitantes de Gaza han sido
asesinados o están heridos. Más de 34.000 están muertos -de ellos, 25.00o son
mujeres y niños- y más de 72.000 están heridos: si sumamos las cifras, estamos
hablando de 100.000 bajas, lo cual casi implica multiplicar por cien
precisamente los 1.100 israelíes trágicamente asesinados en el ataque de Hamas.
Una de las cifras que más me pone los pelos de punta es que más de 7.000
palestinos siguen bajo los escombros, dado que es una cifra que no se revisa
desde finales de 2023, y sólo hay que mirar los vídeos para saber que se ha
multiplicado forzosamente.
Como vosotros bien sabéis, una
guerra -toda guerra- tiene normas regidas por el derecho internacional
humanitario (DIH), una rama del derecho internacional público que busca
proteger a quienes no participan en las hostilidades, es decir, a civiles,
prisioneros de guerra o heridos. El DIH posee dos cualidades primordiales. La
primera es que rige la conducta de las partes en cualquier conflicto armado, en
todo momento, independientemente del casus belli. No importa si se trata de una
agresión ilegal, como la de Rusia en Ucrania, o la de Estados Unidos y sus
aliados occidentales en Irak, o bien de un acto de legítima defensa. Las partes
en conflicto deben acatar las reglas del DIH, consagradas en los cuatro
Convenios de Ginebra de 1949, sus protocolos adicionales y el derecho
internacional consuetudinario. Estas normas no son derogables bajo ninguna
circunstancia. Además, las leyes de la guerra no imponen obligaciones
recíprocas, es decir, el incumplimiento por una parte no exime a la otra de su
cumplimiento. Dicho de otra forma, el ataque de Hamas no da carta blanca a
Israel, así como los crímenes de Rusia no dan carta blanca a Ucrania.
Según esos convenios, toda guerra
debe ajustarse a varios principios, entre ellos la distinción de objetivos
civiles y militares y la proporcionalidad de los ataques, lo que implica que la
respuesta debe ser proporcional respecto a la acción inicial. Las reglas que
regulan las guerras prohíben el uso de armas especialmente crueles y los
ataques indiscriminados contra la población civil, como las armas químicas o
las minas antipersona, que son usadas en Gaza, y obligan a las partes del
conflicto a abstenerse de atacar a la población civil y a proteger espacios
como escuelas y hospitales y exigen garantizar la asistencia a heridos y
enfermos y proteger al personal sanitario.
Exactamente lo contrario de lo
que está ocurriendo en Gaza, donde se dispara a heridos y hambrientos, a
médicos y enfermeros, incluso a los rescatadores que intentan llevar heridos a
los hospitales. Se bombardean ambulancias y hospitales, universidades y
cementerios, iglesias y mezquitas, colegios y campamentos de refugiados, y no
nos inmutamos. Las 12 universidades de Gaza han sido dinamitadas, condenando a
generaciones a la ignorancia, y casi un centenar de académicos, entre ellos
tres rectores, han sido asesinados en lo que para algunos expertos supone un
“academicidio”, la aniquilación deliberada de la herencia cultural de un
pueblo. Es una estrategia de hace décadas que consiste en limpiar cualquier
rastro de la cultura palestina: tras la destrucción israelí del Centro de
Investigación Palestina en el Líbano en 1982, el poeta Mahmoud Darwish dijo:
“El que roba tierras no sorprende robando una biblioteca. Quien mata a miles de
civiles inocentes no sorprende matando cuadros”.
Al menos 150 instalaciones de
Naciones Unidas han sido bombardeadas y 244 empleados de la misma fueron
asesinados. En total, ya han muerto 500 trabajadores humanitarios en Gaza en
seis meses, desde médicos a rescatadores civiles: eso triplica las cifras de
humanitarios muertos en cualquier conflicto mundial durante un año. Sólo nos
afecta si muere un voluntario occidental. El número de víctimas es tan
inabarcable -en las primeras semanas morían más de 250 personas al día, hoy en
día la cifra está en torno a un centenar- que muchas zonas del norte de Gaza se
han convertido en un gigantesco cementerio, con el riesgo de enfermedades que
eso supone: la franja ha pasado de su habitual condición de campo de
concentración al aire libre a un campo de exterminio.
Pero todo forma parte de un plan, que pasa por la limpieza étnica que ya se está consumando y por el exterminio de una parte significativa de los palestinos de Gaza. Esta es una guerra contra la infancia, y por eso algunos académicos sustentan precisamente la acusación de genocidio. Tras el 7 de octubre, se cortó el acceso de ayuda humanitaria, de agua y de combustible, así como de productos básicos a Gaza -por cierto, debéis saber que incluso el cruce desde Egipto lo controla Israel, a pesar de que no es su territorio- y en la lista de productos prohibidos figura la anestesia, puntos de sutura, oxigenadores o pastillas purificadoras de agua, y por cierto, este domingo se alertó de que la falta de combustible ha dejado fuera de servicio la totalidad de pozos de agua de la franja, lo cual aboca a los palestinos a sed extrema.
Eso se suma a la hambruna creada
por Israel, que impide incluso la entrada de leche materna. También de la
anestesia infantil, cuando cada día UNICEF calcula que 10 niños pierden una o
ambas piernas. Ya van 1000 niños mutilados a los que no se puede tratar ni se
permite evacuar de Gaza. Y cuidado: hay ayuda más que suficiente para paliar
esta inenarrable tragedia provocada por Israel en la frontera con Egipto, donde
esperan cientos y cientos de camiones cargados de ayuda humanitaria, pero
Israel ha optado, aparentemente con el apoyo internacional, por matar a los
palestinos ya sea de hambre, de sed o de enfermedad: las agencias de UN estiman
que más del 90% de los palestinos están en una situación de inseguridad
alimentaria crítica.
Más de un centenar de bebés y
niños vulnerables, así como ancianos, han perecido ya de inanición. Y sí, usar
el hambre como arma es un crimen de guerra según las convenciones
internacionales. Como también lo es no garantizar a una población civil el acceso
a la sanidad, objetivo militar de Israel en esta campaña. Hay que recordar algo
más: desde el momento en que Israel creó su Estado ocupando otro Estado y esa
ocupación, la actual sobre Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este, no fue
legalizada en el seno de las Naciones
Unidas, Israel tiene obligaciones como potencia ocupante que nunca, jamás, ha
acometido como garantizar la seguridad y el bienestar del pueblo ocupado. Más
bien hace lo contrario, arriesgar su supervivencia hasta el punto de abocarles
al genocidio no sólo mediante bombas, la demolición de viviendas y hospitales,
la sed extrema o la inanición: también mediante enfermedades curables,
tratables, que ni siquiera existían en Gaza antes del 7-O.
Algunos datos de UNICEF:
Sólo el 17% de los pozos de agua
subterránea están operativos. No funciona ningún sistema de tratamiento de
aguas residuales. Y eso deriva en enfermedades: hay brotes de enfermedades
diarreicas y de hepatitis A según la Organización Mundial de la Salud, que ha
notificado más de 300.000 casos de infecciones respiratorias agudas y 225.000
casos de diarrea aguda (la mitad en niños menores de 5 años), que se suman a
brotes de sarna y piojos, unos 50.000 casos de erupciones cutáneas, 6.625 casos
de varicela y 8.829 casos de ictericia aguda, superando con creces la
incidencia de años anteriores. Decía el informe de la OMS: “Los casos
notificados hasta ahora ofrecen sólo una visión limitada del alcance de la
catástrofe de salud pública, donde la incapacidad para detectar, diagnosticar e
informar sobre brotes de enfermedades infecciosas está enmascarando la
verdadera escala. Las enfermedades se propagan libremente; por ejemplo, las que
presentan hepatitis A probablemente ya hayan contagiado a otras personas desde
que se registraron sus casos. Incluso cuando las enfermedades pueden detectarse
y diagnosticarse basándose en los síntomas, existe una enorme falta de
disponibilidad de agua potable, saneamiento seguro, refugio, infraestructura
sanitaria y suministros humanitarios para responder y prevenir brotes, incluido
el aislamiento para evitar la propagación y la contaminación”.
En palabras de la Relatora de la
ONU para Derechos Humanos de Palestina, Francesca Albanese, “el recrudecimiento
del bloqueo israelí contra Gaza, que data de 2005 pero se ha intensificado
hasta niveles insostenibles desde el 7 de octubre, está causando muertes por
inanición, incluidos una decena de niños al día, impidiendo la entrada de
recursos básicos. La ausencia de higiene en los refugios sobrepoblados
-recordemos que se se obligó a 1.7 millones de personas a abandonar sus hogares
y ahora malviven hacinados en la ciudad sureña de Rafah, habitualmente de
175.000 habitantes- está causando más muertes que los propios bombardeos,
creando una tormenta perfecta para los brotes infecciosos. Un cuarto de la
población de Gaza podría morir por condiciones prevenibles en el plazo de un
año”. Eso es una limpieza étnica de manual.
En Gaza, como os digo, se muere
de dolor porque no hay anestesia para amputaciones o heridas. Hace unos días
leí el testimonio de un médico atormentado por niños que le preguntaban si su
brazo o su pierna volvería a crecer. Dos tercios de los heridos por las bombas
israelíes y norteamericanas son mujeres y niños.
Casi el 80% de la infraestructura sanitaria palestina ha quedado reducida a cenizas. Todos los hospitales han sido atacados por tierra, mar y aire, muchos de los pacientes y los refugiados que vivían en ellos han sido asesinados: sólo tras el asedio al Hospital Shifa, epicentro sanitario de Gaza, se han recuperado 400 cadáveres enterrados o abandonados por las fuerzas israelíes tras su asalto. Otros varios centenares se siguen recuperando de las inmediaciones del hospital de Jan Yunis. Y un hospital no es jamás un objetivo militar, según el Derecho Internacional Humanitario, salvo que no ejerza de centro médico sino de base militar, lo cual como se ha demostrado no es el caso.
Con una población sometida desde
hace seis meses a bombarderos en alfombra -equivalentes a más de dos bombas
nucleares, según los expertos- y en constante huida, sin nada que comer, los
primeros en morir de inanición han sido los niños más pequeños, precisamente,
los críos en las incubadoras porque no hay qué darles de comer. Es posible ver
vídeos captados por periodistas y ciudadanos palestinos de bebés mamando, más
bien chupando, dátiles porque el estrés y la malnutrición de sus madres les
impide producir leche, de niños pequeños comiendo pienso para animales, de
críos arrancando con las manos desnudas carne de un burro muerto para
alimentarse. También he visto vídeos de niños huérfanos (se estima que hay
19.000 huérfanos sólo por esta ofensiva) convertidos en mendigos con menos de
cinco años: algo que jamás ocurre en comunidades en guerra salvo que el tejido
social salte por los aires. Pero eso es lo que buscaba precisamente Israel:
romper el tejido social que articula a todo pueblo para hacer inviable la vida
en Palestina.
Lo hace con múltiples y
meticulosas estrategias: arrasa los campos de cultivo, ciega fuentes y
manantiales de agua, dispara contra los pescadores que se aventuran por sus
propias aguas territoriales -controladas, como las fronteras terrestres, por
Israel- para paliar el hambre y también a los palestinos que acuden a los
puntos de distribución de ayuda humanitaria, ha destruido toda la red sanitaria
como ha derruido el 80% de las escuelas y colegios de Gaza, donde 625.000
alumnos que no tienen clases a las que acudir. Impide de forma sistemática la
entrada de ayuda alimentaria a la franja, que depende al 60% de las
exportaciones. Ha colonizado el norte de Gaza, donde hoy ondean banderas
israelíes, tras acometer una limpieza étnica que recuerda, con medios modernos,
las dos anteriores Nakba, o catástrofes, que es como se conocen en árabe las
limpiezas étnicas de Palestina. Ha anunciado la creación de resorts turísticos
en el escenario de su genocidio. Porque Israel no sólo busca venganza tras el 7
de octubre. Busca, sobre todo, ampliar su territorio y busca vaciar Palestina
de palestinos. Ya ha puesto a la venta, en Canadá y Estados Unidos, propiedades
expropiadas a los palestinos en Cisjordania. Israel busca borrar Palestina del
mapa.
Gaza ha sido completamente
saqueada. El ataque de Israel contra todos los medios de abastecimiento básicos
para la supervivencia pone en entredicho la habitabilidad de Gaza.
El colapso de la infraestructura
que sustenta la vida corresponde a las intenciones declaradas por oficiales
israelíes de hacer que sea un lugar “permanentemente imposible para vivir”
donde “ningún ser humano puede existir”.
Y nada de todo esto viene del 7
de octubre. Dejadme que os cuente una historia.
Hace casi 20 años, en 2005, tuve
la ocasión de cubrir las elecciones celebradas en la Palestina ocupada. Allí se
encontraba el ex presidente de EEUU Jimmy Carter, que había acudido con su
fundación a supervisar la transparencia de aquel proceso electoral en el que,
por primera vez, el Movimiento Islámico Hamas se disputaba el Gobierno
palestino con Fatah, la organización política creada por Yasir Arafat- Arafat
había muerto meses atrás envenenado por Israel, lo recordaréis muchos- y su
grupo político no podía competir con el tirón de los islamistas, que habían
moderado su postura hacia Israel hasta el punto de aceptar un acuerdo de paz
que implicase un regreso a las fronteras de 1967. Jimmy Carter fue categórico:
el proceso electoral fue modélico, dijo entonces. Hamás ganó con más del 60% de
los votos. Pero Occidente decidió cortar su cooperación con la Autoridad
Palestina si Hamas tomaba el poder. Los palestinos no tenían derecho, como
tenemos nosotros, a elegir a sus gobernantes salvo que elijan a aquellos que
nos interesan.
Ante el revés electoral, Israel
trató de provocar un conflicto civil que desembocó en una guerra en Gaza entre
Hamas y Al Fatah. Decenas de muertos y algunas semanas más tarde, Hamas se
impuso e Israel hizo una promesa. “Haremos retroceder a Gaza a la edad de
Piedra”. Y desde el 7 de octubre, cada vez que veo imágenes de la franja,
aquella frase resuena en mi mente. Lo que no han logrado con un bloqueo
inhumano en todos estos años lo están logrando hoy en día con la gran excusa
del antiterrorismo. Como si la barbaridad que se está llevando a cabo, con más
de 35.000 muertos, entre ellos 10,000 mujeres y más de 15.000 niños, no fuera
una fábrica de resistencia armada. Y es una estrategia concienzuda: el ministro
de Defensa, Yoav Gallant, anunció el 9 de octubre un “asedio completo (…) sin
electricidad, sin alimentos, sin agua ni combustible” sobre Gaza. El ministro
israelí de Exteriores, Israel Katz (entonces Ministro de Energía) fue más allá:
“¿Ayuda humanitaria a Gaza? No se encenderá ningún interruptor eléctrico ni se
abrirá una boca de riego”. Eso implica negar deliberadamente suministros
esenciales a una población que ya está asediada.
Son muchos los académicos y
expertos legales que hablan de genocidio y crímenes conta la Humanidad. Yo
misma uso esa calificación, en base a los estudios legales. Y sobre esto
también me querría detener. ¿Exageramos cuando hablamos de genocidio? Bueno, un
genocidio no es un acto individual sino una consecución de actos en el tiempo
destinados a exterminar a un colectivo o a parte de un colectivo concreto. Para
que exista un genocidio, tienen que darse dos circunstancias vinculadas: la
comisión de uno de los siguientes actos y la intención de cometerlos. Los actos
definidos son los siguientes:
La matanza de miembros de un
determinado grupo para destruirlo total o parcialmente.
Lesión grave a la integridad
física o mental de los miembros del grupo. Esta conducta incluye tortura, actos
considerados inhumanos o degradantes, violaciones, violencia sexual y demás.
Sometimiento intencional del
grupo a condiciones de existencia que conlleven su destrucción física, total o
parcial. En estos casos, el autor de forma intencional priva a los miembros del
grupo de recursos indispensables para su supervivencia, como pueden ser
alimentos o medicamentos, o expulsándoles de sus hogares.
Medidas destinadas a impedir
nacimientos en el seno del grupo.
Traslado por la fuerza de
niños/as del grupo a otro grupo. En este caso, la conducta se aplica a menores
de 18 años, los cuales se ven obligados a huir mediante amenazas, intimidación,
detención y demás actos de coerción.
Al menos los tres primeros se cometen diariamente, y sobre el cuarto habría que estudiar si los hechos están destinados a impedir nacimientos, dado que como os he contado no entra leche infantil porque Israel no lo permite, y el shock traumático suele derivar en abortos espontáneos en el segundo y tercer trimestre de embarazo, como yo misma pude documentar en la guerra de 2006 en Gaza. La jurista internacional Francesca Albanese escribió en un reciente informe que las condiciones de vida impuestas por Israel ponen en riesgo a 50.000 embarazadas y a 20.000 recién nacidos, y los abortos espontáneos han aumentado en un 300%. Se está dando a luz sin anestesia, se están practicando cesáreas sin anestesia ni las mínimas condiciones higiénicas, y muchas mujeres no tienen más opción que dar a luz solas dado que es más peligroso intentar llegar a una clínica en medio de los bombardeos. Muchas mujeres embarazadas padecen anemia grave. Se estima que unas 180 mujeres dan a luz cada día, muchas en baños públicos o en tiendas de campaña sin calefacción. Las infecciones y enfermedades transmitidas por el agua entre los recién nacidos son comunes debido a las condiciones insalubres y la falta de agua.
Un dato más que habla de la
intencionalidad de perjudicar nacimientos: un proyectil israelí impactó contra
la clínica de fertilidad más grande de Gaza en diciembre, destruyendo más de
4.000 embriones y más de 1.000 muestras de esperma y óvulos no fertilizados. La
ginecóloga que abrió la clínica en 1997 no daba crédito: “Todas esas vidas han
sido asesinadas: 5.000 en una sola explosión”. Ella misma explicó que la mitad
de los padres afectados, que llevaban años esperando un hijo, no tendrán
ninguna oportunidad más de concebir.
La Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de 1948 tipifica el genocidio como un crimen internacional cuya prohibición es una norma imperativa inderogable. La obligación de prevenir y castigar el genocidio vincula a todos los Estados, en virtud de la Convención y del derecho internacional consuetudinario, y exige a todos los que prevengan y persigan actos genocidas. En el caso de Israel, en lugar de prevenirlo y obstaculizarlo hemos hecho nuestra su excusa, “la autodefensa”, que no justifica el genocidio. Es una excusa que no se sostiene: Israel está dotado de armas nucleares, dispone de uno de los ejércitos más avanzado tecnológicamente del mundo y tiene a la maquinaria militar estadounidense cubriéndole las espaldas. No hay simetría, no hay proporcionalidad con Hamás, un grupo que puede causar graves daños a los israelíes, pero que no tiene capacidad alguna para derrotar al ejército de Israel.
Uno de los propósitos de esta
guerra, según el gobierno israelí , es liberar a los 133 rehenes aún en manos
de Hamas, un movimiento por cierto creado con colaboración israelí en los años
80 para hacer frente al partido de Yasir Arafat, en una reedición sionista del
ya clásico divide y vencerás. Las pruebas indican que, en comparación con la
limpieza étnica, la liberación de rehenes no es una prioridad, y de hecho es
una de las razones aducidas por el responsable de la Inteligencia militar
cuando ayer presentó su dimisión.
Hasta la fecha, Israel ha
liberado exactamente a tres rehenes a través de operaciones militares,
mientras que ha matado a otros muchos cautivos directa o indirectamente. En
muchas ocasiones Israel ha retrasado las negociaciones de intercambio de
rehenes o ha intentado obstaculizarlas. Hasta la fecha, 109 rehenes han sido
liberados con negociaciones, no con la ofensiva, y se han recuperado los restos
de otros 12, tres de ellos asesinados por Israel por error. Tanto Tel Aviv como
Washington han comunicado su temor de que los 133 restantes estén ya muertos,
la mayoría como consecuencia de los bombardeos masivos, israelíes y otros por
problemas de salud, incluidas las heridas durante su captura. Hoy en día,
Israel sigue obstaculizando un acuerdo político que podría llevar a los rehenes
a casa.
Por eso los expertos denuncian
que el verdadero objetivo de esta campaña de Israel es limpiar étnicamente la
Franja de Gaza, ya sea en parte o en su totalidad, y eliminar a tantos
palestinos como sea posible. Miembros clave del gobierno de Israel han hecho
declaraciones que confirman esa intencionalidad y varios ministerios trabajan
para facilitar ese fin. Israel ya ha despejado partes significativas de la
Franja de Gaza mediante la demolición con explosivos y el uso de excavadoras,
así como destruyendo el tejido de la sociedad palestina al atacar
deliberadamente instituciones civiles como universidades, bibliotecas,
archivos, edificios religiosos, sitios históricos, granjas, escuelas,
cementerios, museos y mercados. Hasta ahora, el 55% de los edificios han sido
destruidos o dañados estructuralmente.
Lo más impactante es que todo
esto no sólo pasa en Gaza sino también en Cisjordania ante el mutismo
internacional. Allí , las operaciones militares han resultado en la matanza de
más de 400 palestinos, la limpieza étnica de al menos 15 localidades y un
aumento significativo en los niveles de violencia, abuso y humillación de los
palestinos tanto por parte del Estado israelí como de los colonos judíos. La
pasada semana, una campaña de pogromos arrasó varias localidades resultando en
decenas de muertos. Pocos días después, el Gobierno israelí anunciaba la
legalización de 68 nuevas colonias ilegales construidas en Cisjordania. Y allí, recordemos, no hay Hamas: el control
israelí es tan férreo que apenas existe violencia, más que la que ejercen los
colonos israelíes armados y apoyados por el Ejército.
Es puro odio, venganza, y
colonialismo. A lo largo de los años, políticos y partidos israelíes (incluido
el Likud de Benjamin Netanyahu) han expresado su esperanza de crear un “Gran
Israel” del río Jordán hasta el Mediterráneo, en el que los palestinos se
verían desposeídos y expulsados. Incluso en el momento álgido del proceso de
paz de Oslo en la década de 1990, Israel temía la perspectiva de un Estado
palestino viable. Al contrario, amplió los asentamientos en Cisjordania.
Lo que sí existe en Cisjordania,
como ocurre en Gaza, es un control exhaustivo, mediante inteligencia
artificial, reconocimiento facial y otras herramientas tecnológicas sobre
todos, y me refiero el 100%, de los palestinos. Como explicaba Antony Loewenstein
en su libro "El laboratorio palestino" (Capitán Swing, 2024), “Israel lleva
décadas deslegitimando el proceso de paz con los palestinos porque nunca ha
estado interesado en alcanzar la paz. Necesita que el mundo legitime su
ocupación y usa la tecnología para mantener esa ocupación como tarjeta de
visita”.
Un genocidio no se comete sin el
apoyo de aliados como Alemania o Estados Unidos. Seamos realistas: cualquier
otro estado que hubiera reducido a cenizas a todo un pueblo ya habría sido
intervenido, sancionado y bombardeado por una coalición internacional.
Cualquiera salvo Israel, que explota el trauma que arrastra tras el Holocausto.
Cuando el Tribunal Internacional de Justicia, el 26 enero, dictaminó que Israel
estaba plausiblemente violando la Convención sobre el Genocidio en Gaza y
exigió a su Gobierno permitir la entrada de asistencia humanitaria, pudo
parecer que la presión internacional obligaría a Netanyahu a acatar el
veredicto. No hubo ni presión ni acatamiento. Horas antes del veredicto, Israel
acusó a 12 miembros de UNRWA, la agencia de Naciones Unidas para los refugiados
palestinos, de haber participado en los crímenes cometidos por Hamás el 7 de
octubre. Que Israel no presentara prueba alguna, que UNRWA tenga 13.000
empleados en Gaza o que sea la única organización con la infraestructura y el
personal capaz de distribuir asistencia en medio de la hambruna de los
palestinos no impidió que 18 países donantes, entre ellos Estados Unidos, Gran
Bretaña, Alemania e Italia, suspendieran su financiación. Ayer mismo, otro
informe independiente de la ex ministra francesa Catherine Colonna desmentía
las acusaciones israelíes.
Un genocidio tampoco se comete
sin el beneplácito de una sociedad que, hasta el trauma creado por el ataque
del 7 de octubre, que allí se considera su 11-S, vivía ajena a la tragedia de
los palestinos. Y hoy en día. vive ajena a lo que se vive apenas unos
kilómetros (cuando no pocos metros) de su casa, porque sus medios no emiten
imágenes y sólo se alimentan de declaraciones oficiales.
Con una narrativa oficial y
mediática victimista hacia los israelíes y deshumanizante hacia los palestinos
se ha conformado una postura social enmarcada en el odio y la impunidad y
caracterizada por asumir, incluso presumir, de la intencionalidad de perpetrar
un genocidio.
Os leo una declaración del pasado
domingo de Channel 12, el canal de TV más visto en Israel. Un comentarista dijo
al ver imágenes de cientos de palestinos bañándose en la playa (ante la
carestía de agua). "Estas personas (en Gaza) merecen la muerte. Una muerte
dura, una muerte agonizante. Y en cambio los vemos disfrutando en la playa,
divirtiéndose... No hay gente inocente en Gaza... Disfrutan de la playa en
lugar de morir de hambre, de ser bombardeados, de ser severamente atormentados
y de vivir escondidos de los bombardeos... Deberíamos haber visto mucha más
venganza, muchos más ríos de sangre de los habitantes de Gaza".
Decía Hannah Arendt, la gran
filósofa e historiadora alemana de origen judío, que “la muerte de la empatía
humana es uno de los primeros y más reveladores signos de una cultura a punto
de caer en la barbarie". Y eso está ocurriendo en la sociedad israelí, que
se mofa públicamente, en sus redes sociales, del sufrimiento y la hambruna y
que se regodea en las muertes de civiles. Hannah Arendt también habló (y tituló
así uno de sus libros) de la banalidad del mal a la hora de referirse al
Holocausto, y curiosamente es lo que está ocurriendo también en Israel, donde
se ha banalizado el bombardeo de toda una población civil y la imposición de
una hambruna que está arrojando escenas propias de los campos de concentración
nazis. Sólo eso explica declaraciones de tintes genocidas como las siguientes:
El presidente Isaac Herzog afirmó que “la
nación entera… era responsable” del ataque del 7 de octubre, y que Israel
“rompería la columna vertebral” de Gaza.
Herzog también es el autor de la
siguiente frase: “hay dos millones de nazis en Gaza, incluido los niños”.
Benjamín Netanyahu se refirió a
los palestinos como “Amalek”y “monstruos”. La referencia de Amalec es a un
pasaje bíblico en el que Dios ordena a Saúl “Ahora ve y golpea a Amalec, y
destruye por completo todo lo que tienen, y no los perdones; matad tanto al
hombre como a la mujer, al niño y al lactante, al buey y a la oveja, al camello
y al asno”.
El Ministro de Defensa, Yoav
Gallant, se refirió a los palestinos como “animales humanos”, y anunció que
“Gaza nunca volverá a ser como fue”.
El portavoz de las Fuerzas
Israelíes, Daniel Hagari, afirmó que la atención debería centrarse en causar el
“daño máximo”, lo que demuestra una estrategia de daño desproporcionado y
violencia indiscriminada. Otro portavoz advirtió en octubre que “al final, Gaza
se convertiría en una ciudad de tiendas de campaña”.
El Ministro de Agricultura, Avi
Dichter, se refirió a la agresión como “la Nakba de Gaza”. El de Patrimonio,
Amihai Eliyahu, pidió atacar Gaza con “armas nucleares”. La diputada del Likud
Revital Gottlieb escribió en sus redes sociales: “¡¡Derriben edificios!!
¡¡Bombardear sin distinción!! Aplanen Gaza. ¡Sin piedad! Esta vez no hay lugar
para misericordia”.
Pero seguramente lo que más me
chocó fue el impacto de ese discurso a la hora de conformar a la opinión
pública
Claro que existen la
intencionalidad. Desde el 7 de octubre, la proliferación de declaraciones que
incitan al genocidio han implicado a otros sectores de la sociedad israelí,
desde líderes religiosos, periodistas y artistas hasta médicos, y existen pruebas
han sido internalizadas y esgrimidas como excusa por las tropas sobre el
terreno. Los soldados israelíes, incluso en canales de redes sociales
administrados por el Ejército israelí, se refieren a la totalidad de palestinos
como “terroristas”, “cucarachas” y “ratas”. Términos, por cierto, similares a
los que emplean los altos mandos rusos cuando se refieren a los ucranianos.
En nombre de la autodefensa, de
la guerra contra el terrorismo y , en el fondo, de la supervivencia política de
Netanyahu, Israel sigue adelante con una desproporcionada agresión que ha
destruido sistemáticamente leyes y
normas existentes que tenían como objetivo regular la guerra “civilizada” en
las últimas décadas. El Consejo de Seguridad de la ONU ha exigido un alto el
fuego inmediato: Israel se ha negado. La CIJ obligó a Israel a permitir la
entrega de ayuda humanitaria: Israel se ha negado. El Derecho Internacional
Humanitario establece que es ilegal utilizar el hambre de la población civil
como forma de guerra: Israel lo lleva haciendo durante meses. Los bombardeos
indiscriminados son igualmente ilegales, pero Israel los practica desde el
comienzo de la guerra. Bombardear hospitales es ilegítimo y , sin embargo,
Israel bombardeó todos los hospitales de Gaza (así como también ha asesinado
pacientes en un hospital de Cisjordania). Se supone que las embajadas nunca
pueden ser objetivo de ataques y, sin embargo, Israel bombardeó una embajada
extranjera (Irán) en Siria. La destrucción generalizada de infraestructura
civil es ilegal: Israel continúa haciéndolo hoy en día. El uso generalizado de
la IA aún no ha sido regulado: Israel lo usa con impunidad, confiando casi por
completo en los resultados de un sistema automático para identificar objetivos
aunque resulte en centenares de ‘daños colaterales’ civiles. Y ¿qué hacemos en
la Unión Europea para frenar semejantes crímenes de guerra? Umm. Decretar
sanciones contra Irán por responder a Israel tras la voladura de su embajada.
Nunca en mi carrera he asistido a
algo así. En Gaza, han sido asesinados más niños de los que fueron asesinados
en todos los conflictos armados del mundo juntos, en los últimos cuatro años. Y
no podemos contarlo desde allí porque Israel no deja entrar a la prensa, no
quiere testigos y por eso mata de forma selectiva a los testigos palestinos que
siguen mostrándonos a todos nosotros el
exterminio de un pueblo.
Gaza es un territorio tan pequeño
que, para que os hagáis una idea, ni siquiera se puede correr una maratón: sólo
tiene 40 km de largo. Tiene unos 365 kilómetros cuadrados, menos de una cuarta
parte del tamaño de Londres. Su población es de aproximadamente 2,3 millones,
lo que la convierte en una de las zonas más densamente pobladas del planeta.
En Gaza, la mitad de la población
tiene menos de 18 años. Son niños. Y el 75% son refugiados de otros puntos de
la antigua Palestina, forzosamente desplazados en los años 40, cuando tras el
holocausto la comunidad judía-europea emigró en masa a una tierra con pueblo,
el palestino, para usurparle sus casas y sus terrenos y construir su país sobre
las ruinas aún humeantes de la Palestina traicionada por el mandato colonial
británico.
El académico judío-israelí Ilian
Pappé, autor del libro "La limpieza étnica de Palestina" y uno de los
historiadores más rigurosos de Israel, dijo una frase que resume bien lo
ocurrido. “Europa trató de corregir una terrible injusticia con otra
injusticia”. La ocupación que comenzó entonces, la limpieza étnica que se fue
consolidando en las sucesivas guerras, derivó en un régimen de Apartheid donde
la población árabe no tiene derechos. No hablo de que no tenga los mismos
derechos que la judío, sino de carecer en absoluto de derechos.
No pueden salir de Gaza ni de sus
localidades en Cisjordania, donde necesitan autorización especial y mucha
suerte para desplazarse de un punto a otro. Israel, la potencia ocupante de
Palestina, no cumple sus obligaciones -como alimentar o garantizar la seguridad
de los ocupados- sino que les ataca, les secuestra, les roba su ganado,
destroza sus olivos y cualquier cultivo que les permita alimentarse, inutiliza
sus reservas de agua, incluso ha ilegalizado la posibilidad de abastecerse con
agua de lluvia. También ciegan las casas, inundándolas de cemento para que sean
inhabitables. Los colonos israelíes actúan a sus anchas expropiando viviendas y
tierras, expulsando a su población legítima para aumentar sus propiedades.
Pensé que la respuesta actual
cambiaría ese silencio que nos ha caracterizado en los últimos 75 años y 170
días. Resulta desolador que sigamos en silencio, cuando 140 periodistas ya han
sido asesinados -no han muerto en el ejercicio de su profesión, han sido
abatidos expresamente por Israel- cuando cientos humanitarios, sanitarios,
intelectuales han sido asesinados, cuando todos los hospitales han sido
atacados de la manera más cruel que cabe imaginar y cuando se usa sin disimulo
el hambre como arma de guerra, siendo como es el más vil de los castigos
colectivos y un delito tipificado en la legislación internacional.
Hemos creado una hambruna -por
acción o por omisión- y en lugar de obligar a la potencia ocupante de Israel a
que permita la entrada de ayuda humanitaria bombardeamos a los palestinos con
bombas y con migajas de ayuda. En lugar de exigir un alto el fuego, o de
imponer una zona de exclusión aérea que impida el bombardeo de civiles, estamos
normalizando el horror.
La impunidad que estamos
permitiendo pasará factura. Amparando este horror, las democracias occidentales
ya no tienen ninguna legitimidad. No son mejores que los modelos ruso o chino,
que cualquier dictadura inmoral. Lo que nos jugamos en Gaza, y lo que ya hemos
perdido, es el sistema de valores internacionales que conforman nuestro mundo.
Lo que está en juego no es sólo la supervivencia del pueblo palestino, sino
nuestra Humanidad. Gaza es el sumidero de nuestros principios y valores, que
nunca fueron universales: sólo los aplicamos y reivindicamos según el color de
piel y lo abultado de la billetera.
Pero nos puede el doble rasero:
En términos de derecho
internacional, no hay ambigüedad: la ocupación rusa de Ucrania es tan ilegal
como la ocupación israelí de Palestina. Ambas deberían provocar la misma
reacción por parte de Occidente, que defiende un “orden basado en reglas”. En
un caso, Estados Unidos y la Unión Europea apoyan al país atacado; en el otro,
al atacante. Europa abrió sus puertas a millones de exiliados ucranianos,
demostrando una hospitalidad ausente cuando los refugiados de Irak o Afganistán
-usados y después abandonados por Occidente- intentaron solicitar asilo. No ha
habido tal bienvenida para los cientos de miles de personas que quieren huir de
Gaza. Washington y Bruselas respondieron a la invasión rusa con sanciones a
Moscú (embargo de petróleo, restricciones comerciales y bancarias,
congelamiento de activos de oligarcas, la prohibición de medios rusos) y los
llamamientos al boicot llegaron de deportistas, músicos, cineastas y
escritores. Se cancelaron exposiciones y conciertos de artistas rusos. No ha
habido tal respuesta con Israel: en todo caso, países como Alemania han
retirado premios a autores palestinos y han deportado a médicos y activistas
que denuncian lo que acontece. Son muchos los expertos legales que consideran
que los abusos actuales suponen una amenaza existencial para el sistema legal
internacional.
Nuestro doble rasero no termina
ahí: Occidente envía armas a la Ucrania ocupada pero vende armas al Israel
ocupante, amenazando con represalias contra cualquiera que apoye militarmente a
los palestinos. El bombardeo del hospital de Mariupol fue tachado por Joe Biden
de “ultraje al mundo”, pero Biden calla ante la destrucción asegurada y
meticulosa de cada hospital de Gaza. Biden tachó la masacre de Bucha como
“genocidio”, pero se niega a pedir un alto el fuego en Gaza. Los 10 500 civiles
ucranianos que han muerto en los dos años transcurridos desde la invasión rusa
importan mucho más que los al menos 34.000 civiles (la mayoría menores de edad)
que han perdido la vida en Gaza en seis meses.
Y eso que lo que ocurre en la franja palestina ha traspasado los límites de lo concebible. En Gaza se han creado expresiones para situaciones que no existían en ningún lugar del mundo, como Niños Heridos Sin Familia Superviviente. Los humanitarios internacionales que han podido entrar aseguran no haber visto jamás en sus carreras semejante nivel de horror. Los servicios de rescate desescombran con las manos, se opera a niños sin anestesia, los médicos no saben cómo practicar amputaciones a los bebés dado que sus cuerpos deberían seguir creciendo. Miles de personas siguen bajo los escombros e Israel sigue impidiendo la entrada de ayuda, de manos, de voluntarios, de periodistas que podamos evaluar las necesidades. Es de una crueldad, de una inmoralidad, incalificable.
A finales de febrero, el jefe de
MSF declaró tras visitar Gaza ante el Consejo de Seguridad de la ONU: dijo que
niños de solo cinco años dicen preferir morir antes que seguir viviendo el
desplazamiento y el miedo a presenciar la muerte de sus familiares. Un
periodista de Gaza escribió una carta abierta a la sociedad israelí en la que
narró el caso de un niño de 6 años que dormía debajo de un camión y se puso
azul por el frío. Cuando una persona lo despertó y le preguntó qué hacía, el
niño respondió que quería que el camión lo pasara por encima porque toda su
familia había muerto. El niño murió el mismo día por hipotermia. Un médico
británico recién regresado de Gaza dijo que entre el 70% y el 75% de las
personas a las que operó tenían edad de asistir a la escuela primaria, o menos.
Pero lo peor que he visto, creo
que en toda mi carrera, fue un vídeo hace ya bastantes semanas. En él, un
pequeño, que no tendría más de seis años, hablaba con su gato en el sur de
Gaza, la supuesta zona de seguridad decretada por Israel. Le decía a su mascota
“si Israel bombardea nuestra casa y por casualidad sobrevives, por favor,
gatito, no te comas nuestros cadáveres. Cómete los de otras personas”. Y esa
frase me persigue desde entonces.
Veréis: en los conflictos más
duros, cuando están muy avanzados en el tiempo y existen asedios, es
relativamente habitual que los animales abandonados se alimenten de cadáveres
pero eso es algo que siempre se oculta a los niños: nunca en mi vida había visto
a niños de corta edad conscientes de que ese es su destino. En Gaza, los padres
escriben los nombres de sus hijos en sus brazo, con tinta indeleble, para que
al menos sus tumbas lleven sus nombre. En Gaza hay niños que entierran a sus
hermanos porque todos los adultos de la familia ya han muerto. Hay críos de
menos de 10 años que se hacen cargo de los bebés de pocos meses, tras la muerte
de sus familiares. Se mata por activa y por pasiva, con hambre y con metralla,
con la limpieza étnica y con la deshumanización de un pueblo entero que lo
único que hizo fue poblar lo que Israel considera su “tierra bíblica”.
Lo que ocurre en Gaza no es
complicado. Es genocidio. Y decirlo, gritarlo, no es antisionismo, es defender
los Derechos Humanos. Son muchos los judíos que lo denuncian porque representa
un fracaso para toda la Humanidad: si ellos lo hacen, todos nosotros tenemos la
obligación moral y legal de hacer lo posible para pararlo.
Gracias por vuestra atención.
No hay comentarios:
Publicar un comentario