lunes, 7 de octubre de 2019

La Pandemia del hambre


Remedios Copa
[Nuestra amiga Remedios publica esta opinión en el Diario de Pontevedra en el que hace referencia al conocimiento y trabajos de nuestro querido compañero del Colectivo Pepe Esquinas]
    Para hablar de hambre y de sostenibilidad yo diría que es imprescindible tener en consideración a José Esquinas por su profundo conocimiento del tema y no solo por su formación científica, también por su experiencia personal de 30 años trabajando en la FAO, organización de Naciones Unidas para la erradicación del hambre en el mundo, en la que presidió el Comité sobre Ética en la Alimentación y la Agricultura.
   A este experto recurriré para ilustrar mis reflexiones en el artículo de hoy ya que trabajó en los temas de biodiversidad agrícola, contaminación medioambiental, justicia distributiva y volatilidad de los precios de los alimentos, razón por la que considero imprescindible consultar su criterio para tener una visión realista de la situación que nos ocupa y a la que Esquinas define como la mayor pandemia de la actualidad: el hambre.
   Si se produce el 60% más de los alimentos que la humanidad necesita para disfrutar de una alimentación saludable, ¿cómo es posible que 40.000 personas mueran de hambre a diario?. Esta cifra supera a cualquier otra causa de muerte. Claro que si tenemos en cuenta que los alimentos se han convertido en materia de especulación financiera y que están cada vez más sujetos al control de un reducido número de grandes corporaciones, entre las que encontraríamos a Monsanto y al señor Soros, por mencionar algunos nombres de los que a todos nos resultarán familiares, dejaría de sorprendernos.

En un momento en que está efervescente el tema de la conservación del planeta, el cambio climático y el desarrollo sostenible, producir más alimentos de los necesarios no parece razonable ni sostenible, de ahí que nos preguntemos ¿qué pasa con ese exceso de alimentos?. ¿Se tiran?, ¿acaso tienen otro destino?.

Recuerdo cuando los ganaderos se manifestaron en contra de la instalación para producir biocombustible y argumentaban la dificultad que les generaba a la hora de alimentar al ganado, tanto por la escasez de cereales cómo por la subida de precio que la demanda para tal producción generaba. Por otra parte, estamos viendo reportajes sobre los productos agrícolas que se desechan sin llegar siquiera a comercializarse, bien porque no reúnen las condiciones de aspecto o tamaño que el mercado impone, o porque al agricultor le sale más cara la recolección que lo que le van a apagar por ellos. Otras veces es eliminada una parte de la producción con la simple finalidad de mantener elevado el precio y en este caso, casi siempre por intereses ajenos al agricultor, la eliminación se produce en el circuito de distribución y venta al público.

En torno a lo expuesto dice José Esquinas que si hay alimentos para todos, aprovechar una parte para el biocombustible puede ser útil, y señala que un tercio de la producción mundial de alimentos se desperdicia por el camino dentro del sistema agroalimentario y otra parte va actividades que no tienen que ver con la producción de alimentos. Destaca que en los países en vías de desarrollo también se tira pero que gran parte se pierde en transporte y conservación, mientras que en el mundo occidental, “lo que se pierde es gran parte de lo que se tira”.

En cifras de comida perdida señala que a nivel mundial alcanza los 1.300 millones de toneladas métricas, cifra que en Europa alcanza 89 millones y en España se desperdician 7,7 millones de toneladas métricas, desperdicio que equivale a una media de 179 kl por habitante y año. El destino de esa comida es la basura, a la que llega envasada y sin abrir del 25 al 30% por haber caducado.

Y nos recuerda esta voz autorizada en la materia la responsabilidad individual por las decisiones de qué y cuánto compramos y la huella ecológica de nuestra compra. Debemos tener presente que en el mundo se están utilizando 1.400 millones de hectáreas a producir lo que no se va a comer, cuya producción supone utilizar la cuarta parte del agua dulce del planeta al año, con un peso del 12% en el cambio climático. Por otra parte, aboga por el consumo de proximidad frente al recorrido de 2.500 a 4.000 Km de recorrido medio entre la producción y el consumo del alimento en España. Los datos son escalofriantes y exigen soluciones sin más demora.

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