lunes, 21 de octubre de 2019

Julio Anguita: Última llamada a la razón política

El Bosco: La extracción de la piedra de la locura




Julio Anguita
Colectivo Prometeo
         La filtración de la sentencia sobre el procés constituye el último  y más cualificado escándalo de los que  siguen laminando, socavando  y degradando  la seriedad, la dignidad y la ejemplaridad que debieran ostentar las instituciones de un Estado democrático. Es un acto que denota la carencia de ética pública pero también de ética personal, e incluso corporativa. Creo que el texto filtrado es el que deberán firmar finalmente todos los miembros del alto tribunal; y lo digo porque escribo antes de que la sentencia sea publicada. A expensas de que esto sea así, al menos en lo verdaderamente importante, me atrevo a comentar lo que valoro como más adecuado porque puede, si hay voluntad  política, ser un marco de reflexión, debate y búsqueda conjunta de  soluciones. Me explico.

         De la sentencia ha desaparecido una auténtica monstruosidad jurídica que no es otra que la imputación de Rebelión a los hechos de carácter institucional y callejero desarrollados en torno al 1 de Octubre del 2017 en Cataluña. De haberse mantenido, se habría cerrado totalmente la oportunidad para el diálogo y el choque de trenes se acentuaría. El que la oportunidad exista no significa en absoluto que los incendiarios de una y otra parte dejen de aferrarse a sus particulares ilapsos de carácter nacionalista: tanto el del nacionalismo mayoritario en la Generalitat como el de la España esencialista, imperial y abstracta que, por cierto, no aparece en la Constitución de 1978. Empecinarse en que la única sentencia que cabe es la absolución, es tan irracional como adelantarse a unos hipotéticos hechos de la acción gubernamental en torno a la concesión del indulto. Unos y otros siguen  pensando que cuanto peor, mejor.


         Despejado el mayor y más peligroso escollo, el del delito de Rebelión,  quedan algunos extremos que todavía resultan dificultades de importancia para crear otra atmósfera más proclive al diálogo, pero una dificultad no es en absoluto un obstáculo insalvable. Me refiero a lo controvertible que puede ser la calificación de Sedición para los hechos ocurridos. Por otra parte, ¿qué ocurre con los juzgados exclusivamente por Rebelión y que llevan en la cárcel dos años por ello?

         Es de destacar el rechazo por parte del Supremo a la petición de la Fiscalía de que los presos no pudieran disfrutar del tercer grado hasta que no cumplieran la  mitad de la pena si así lo decidieran las Juntas de Tratamiento y las autoridades penitenciarias. Tras la decisión del Supremo podrán hacerlo cuando cumplan la cuarta parte de la misma.

         Desde la lógica independentista podrá aducirse - y con razón – que una opción política democrática no puede ser sentada en el banquillo por ello. Pero lo que no podrán obviar tampoco es que los pasos institucionales y de movilización ciudadana  puestos en marcha chocarían irremediablemente con el Estado y sus aparatos jurídicos y policiales. Un Estado cuyos últimos Gobiernos conservadores prefirieron siempre judicializar la Política.

         Corresponde a ambas partes crear las condiciones emocionales,  políticas y jurídicas para que  sea posible reconducir el problema (que existe y es real) por los caminos del diálogo y la negociación política, Ni el independentismo es capaz, por ahora, de concitar en torno a él una mayoría social suficiente para conseguir sus fines, ni tampoco los Gobiernos y las fuerzas políticas que se autodenominan constitucionales pueden obviar que somos un precipitado histórico plurinacional.

         Con muchísima modestia recomendaría a tirios y a troyanos la lectura de los acontecimientos que entre 1640 y 1652 tuvieron lugar en Cataluña: la visión centralizadora de la Monarquía Hispánica del Conde Duque de Olivares, la sublevación de Cataluña en el Corpus de Sangre, la declaración e independencia por parte de Pau Clarís, la revuelta social de los desfavorecidos, la enajenación de la soberanía catalana en favor de Luis XIII de Francia, el rechazo popular a los franceses y el fin de la guerra con la vuelta a la monarquía de Felipe IV. Conviene, de vez en cuando, consultar la Historia.

           



        

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