Fuente:El Economista
Julio Anguita
Colectivo Prometeo
Todo cristalizó en la década de los 90 del siglo pasado. El hundimiento de la URSS en 1991, el neoliberalismo creciente desde los 80, la falta de nervio teórico, político y programático de la socialdemocracia, conjuntada con la orfandad subjetiva de muchas organizaciones comunistas de Europa Occidental, desembocaron en el pensamiento único de carácter neoliberal y sus edulcorados relatos acerca de El Dorado de la nueva época.
El libre mercado y su expresión máxima, la Organización Mundial del Comercio (OMC), se erigieron en La Meca de una humanidad en creciente desideologización y disciplinada por los tres arcángeles del orden triunfante: el mercado capitalista como único marco para la producción, distribución y consumo de bienes y servicios y la competitividad como el élan vital del nuevo orden que se organizaba en función de la mística del crecimiento sostenido. Francis Fukuyama (El fin de la Historia) anunció que comenzaba una nueva era en la que el capitalismo globalizado construiría una nueva era en la que el sueño social de Marx se realizaría en toda su plenitud.
Entre nosotros los europeos, la plasmación de la nueva escatología política se sublimaba en la construcción de una UE que decía conjuntar en su seno los sueños centenarios de una Europa unida -a través de un "espacio europeo integrado" con plena cohesión económica y social - y el Nuevo Orden Internacional (NOI) que venía a clausurar "para siempre" bloques, guerras, carreras armamentísticas y desigualdades sociales. La lectura en hemerotecas de los discursos de la mayoría de las fuerzas sindicales y políticas sumadas a los análisis, comentarios y aleluyas de los creadores de opinión de la época son más que explícitos. La palabra que, cual tótem, armonizaba y tutelaba el conjunto era la de modernidad. Y se oponían a esa modernidad, a saber: cualquier tipo de proteccionismo, el derecho tuitivo, la intervención pública en fijar reglas y garantías para los desfavorecidos, los servicios públicos como tales y los contenidos económicos y sociales de los textos constitucionales inspirados en los Derechos Humanos. Y en general toda aquello que pudiese ser interpretado como límite, coerción o simple obstáculo para la voluntad omnímoda del capitalismo globalizado o neoliberalismo.
¿Cuál es la mayor paradoja en estos últimos años de la segunda década del siglo XXI? Mantener contra viento y marea los mantras "europeístas" de la UE realmente existente, a pesar de las evidencias que nos deparan la situación de los trabajadores y de los que aspiran a serlo. Y además de las lecturas restrictivas de los textos constitucionales en materia económica y social, hechas por tribunales de justicia, ¿qué dicen los encantados europeístas de entonces?: silencio. ¿Qué dicen las entregadas y abducidas fuerzas políticas y sindicales de entonces y de ahora?: silencio. En su ofuscación (tan rentable a veces), piensan que lo silenciado, ocultado o no mencionado no existe. Instalados en su modorra no caen en la cuenta de que algún día deberán responder de sus complicidades, candores y apoltronamientos subvencionados.
Si alguien, en aquella "década prodigiosa" de los 90, viajando hacia el futuro, les hubiese mostrado el horror del mercado laboral de hoy o las vacaciones que a la OMC le han dado EEUU y demás poderosos, le hubiesen motejado de antieuropeo, criptocomunista, derrotista o simplemente anticuado. Pues bien, aquellos esforzados defensores del neoliberalismo rampante han conseguido acelerar la marcha de los siglos, pero hacia atrás. Enhorabuena: ya estamos en el siglo XIX de Charles Dickens.
El libre mercado y su expresión máxima, la Organización Mundial del Comercio (OMC), se erigieron en La Meca de una humanidad en creciente desideologización y disciplinada por los tres arcángeles del orden triunfante: el mercado capitalista como único marco para la producción, distribución y consumo de bienes y servicios y la competitividad como el élan vital del nuevo orden que se organizaba en función de la mística del crecimiento sostenido. Francis Fukuyama (El fin de la Historia) anunció que comenzaba una nueva era en la que el capitalismo globalizado construiría una nueva era en la que el sueño social de Marx se realizaría en toda su plenitud.
Entre nosotros los europeos, la plasmación de la nueva escatología política se sublimaba en la construcción de una UE que decía conjuntar en su seno los sueños centenarios de una Europa unida -a través de un "espacio europeo integrado" con plena cohesión económica y social - y el Nuevo Orden Internacional (NOI) que venía a clausurar "para siempre" bloques, guerras, carreras armamentísticas y desigualdades sociales. La lectura en hemerotecas de los discursos de la mayoría de las fuerzas sindicales y políticas sumadas a los análisis, comentarios y aleluyas de los creadores de opinión de la época son más que explícitos. La palabra que, cual tótem, armonizaba y tutelaba el conjunto era la de modernidad. Y se oponían a esa modernidad, a saber: cualquier tipo de proteccionismo, el derecho tuitivo, la intervención pública en fijar reglas y garantías para los desfavorecidos, los servicios públicos como tales y los contenidos económicos y sociales de los textos constitucionales inspirados en los Derechos Humanos. Y en general toda aquello que pudiese ser interpretado como límite, coerción o simple obstáculo para la voluntad omnímoda del capitalismo globalizado o neoliberalismo.
¿Cuál es la mayor paradoja en estos últimos años de la segunda década del siglo XXI? Mantener contra viento y marea los mantras "europeístas" de la UE realmente existente, a pesar de las evidencias que nos deparan la situación de los trabajadores y de los que aspiran a serlo. Y además de las lecturas restrictivas de los textos constitucionales en materia económica y social, hechas por tribunales de justicia, ¿qué dicen los encantados europeístas de entonces?: silencio. ¿Qué dicen las entregadas y abducidas fuerzas políticas y sindicales de entonces y de ahora?: silencio. En su ofuscación (tan rentable a veces), piensan que lo silenciado, ocultado o no mencionado no existe. Instalados en su modorra no caen en la cuenta de que algún día deberán responder de sus complicidades, candores y apoltronamientos subvencionados.
Si alguien, en aquella "década prodigiosa" de los 90, viajando hacia el futuro, les hubiese mostrado el horror del mercado laboral de hoy o las vacaciones que a la OMC le han dado EEUU y demás poderosos, le hubiesen motejado de antieuropeo, criptocomunista, derrotista o simplemente anticuado. Pues bien, aquellos esforzados defensores del neoliberalismo rampante han conseguido acelerar la marcha de los siglos, pero hacia atrás. Enhorabuena: ya estamos en el siglo XIX de Charles Dickens.
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