Fuente: Ecologistas en Acción |
Remedios Copa
Colectivo Prometeo
Entre los muchos trabajos que actualmente se están publicando a propósito de la necesidad de un Decrecimiento planificado y justo que evite el colapso y permita frenar el calentamiento global, la crisis climática que ya estamos padeciendo, el consumo abusivo de recursos en un planeta finito que ya no está siendo capaz de recuperar su capacidad de regeneración al ritmo del actual consumo, y algo muy importante, aquellos recursos que son escasos en el planeta y que cada día están más agotados.
Uno de los trabajos que aborda la problemática en el ámbito señalado es el de Pablo Font Oporto, “Ecofascismos y crisis ecosocial”: sustratos, contextos, causas y detonantes, en el que trata de abordar en profundidad algunos de los aspectos esenciales en el origen de las posturas ecofascistas actuales; posturas que pretenden preservar los recursos naturales para una minoría privilegiada mediante la exclusión de las mayorías populares.
Las ideas ecofascistas están experimentando un tremendo auge en el contexto de la crisis ecosocial y de una importante crisis civilizatoria. Para el autor, el ecofascismo parte de una cosmovisión cuyo origen, dentro del paradigma moderno occidental, de la idea de un ser humano ilimitado que para él conlleva “una configuración cultural y de carácter eco-social negadora de otros pueblos, que son de este modo subalternizados”.
Sostiene que la tentación de superar la crisis socio-ambiental mediante soluciones tecno-optimistas no hará más que profundizar en este modelo. Y afirma que las tecnocracias son una amenaza para la democracia en la medida en que pueden ser cauce para la normalización de autoritarismos propios de los proyectos ecofascistas.
Además de abordar la actual encrucijada de crisis como contexto propicio para la emergencia de ecofascismos también se interesa el trasfondo cultural de los mismos, la autodefensa de las élites y la necesidad de cambiar de paradigma.
El poder crea y recrea el lenguaje, igual que hace con el relato, por eso es oportuno recordar que, tradicionalmente, ecofascismo se asoció con la vertiente ecológica de los regímenes fascistas de entreguerras, con el nazismo y su ecologismo excluyente y legitimador de la idea de Lebensraum; efectivamente, el nazismo desarrolló una pionera legislación ambiental dentro de una visión racista-vitalista. Esta visión se ha alterado y el significado del término ecofascismo ahora se aplica para descalificar a los movimientos ecologistas más transformadores: ecosocialistas, ecofeministas, decrecentistas, y otros, tildándoles de extremistas radicales. Ataque que proviene de estancias conservadoras, reacionarias y poderes fácticos y se dirigen incluso contra pensadores que plantean cambios estructurales más allá del reformismo.
Un tercer sentido de ecofascismo es el que entronca con el primer sentido, el originario, y que alude a todas aquellas posiciones que proponen una salida de la crisis ecosocial que pase por la exclusión de la mayoría de la población humana, en particular de los sectores más vulnerables.
Para Carlos Taibo “el ecofascismo es una apuesta en virtud de la cual algunos estamentos dirigentes del globo –conscientes de los efectos del cambio climático, del agotamiento de las materias primas energéticas y del asentamiento de un sinfín de crisis paralelas- habrían puesto manos a la tarea de preservar para una minoría selecta recursos visiblemente escasos” y, tal como señala Lynn Wang, en el núcleo del ecofascismo, “igual que en el fascismo histórico, hay una misantropía vehemente y una fijación por la pureza”.
Ecofascismo es en definitiva un planteamiento que, ante situaciones de quiebra de los ecosistemas y el consiguiente conflicto social que eso genera tratan de asegurar los intereses de las minorías privilegiadas, esas élites con poder efectivo, negando el bienestar al resto de la humanidad y de las especies.
En las últimas décadas, ante situaciones de crisis socio-ambientales se vienen interponiendo medidas autoritarias, socialmente excluyentes y en muchos casos racistas y, aunque se planteen como meramente tecnocráticas, también se contemplas las eugenésicas.
Si analizamos las actuales guerras vemos que no se trata de guerras convencionales y ello se debe a que el motivo de fondo tiene mucho que ver con lo que aquí se apunta.
Los EEUU son un ejemplo de prácticas de este tipo, encaminadas a proveer a los suyos del acceso a los bienes y materias primas que otros países poseen; con los beneficios económicos derivados de las guerras trata de mantener a flote la economía de su país y frenar el malestar que cunde en sus ciudadanos, ayudándose además de las expulsiones de los más vulnerables. Esa es la realidad, aunque a la larga tampoco sea la solución.
Tanto Groenlandia como Ucrania o la propia Palestina, tienen recursos que otros más poderosos quieren acaparar, lo mismo le ocurre a Venezuela; y así podríamos señalar otros ejemplos. El patrón común es similar y responde a ese perfil.
Y si hablamos de democracia, los EEUU no son precisamente el modelo a seguir. Pero si analizamos la democracia en Europa, cada vez es menos merecedora de tal calificativo y, a medida que la ultraderecha aumenta de forma alarmante, los derechos retroceden, el bienestar decrece y la pobreza y desigualdad social aumentan. Los tentáculos del hegemón se hacen sentir cada vez con más fuerza, una fuerza peligrosa que defiende sus privilegios por encima y a costa de lo que sea.
Y el halo de todo esto apunta al ecofascismo.
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