lunes, 9 de septiembre de 2019

Julio Anguita: "Resituarse"

Vladimir Tatlin: Monumento a la IIIª Internacional
[ A lo largo de seis semanas nuestro compañero del Colectivo Julio Anguita ha desarrollado en "El Economista" sus pensamientos sobre la situación político -social de nuestro país.Lo ha hecho bajo el título "Resituarse".A continuación te ofrecemos la reflexión completa]


Julio Anguita
Colectivo Prometeo
I
 La evidencia se ha abierto paso de manera descarnada y hasta cruel. El status, y hasta cierta progresía intelectual, no pueden asumir la presencia de Unidas Podemos en el Gobierno de España. Esta línea roja que el PSOE no puede traspasar, se ha hecho evidente para todo el mundo; menos para una parte de la Izquierda que todavía sigue cautiva de siglas, eslóganes y desmemoria.
    La suerte está echada. Los dados han rodado y ahora toca ser consecuentes con lo que Unidas Podemos sigue representando todavía para el imaginario colectivo de varios millones de ciudadanos y ciudadanas: la apuesta por un cambio económico, social, político y cultural en profundidad. Y ser consecuente comienza por asumir de una vez por todas que con el PSOE, que nació en el Congreso Extraordinario de 1979, no caben otros acuerdos que los referentes a cuestiones coyunturales y muy específicas. Por eso, seguir insistiendo en una alianza estratégica en aras de la construcción de una alternativa económica, social, medioambiental y moral a la crisis presente es la peor de las quimeras. Repasemos la historia desde 1974 acá.
    Desde 1982 la izquierda no ha sido capaz de construir un proyecto estratégico que le permitiese huir de tener que optar entre la amañada antinomia de una izquierda "moderna" (el neoliberalismo europeísta del PSOE) y una derecha heredera del franquismo. Y las pocas veces que ha intentado ponerlo en marcha, ella misma se ha encargado de neutralizarlo. Salirse de lo pautado da vértigo, pero quedarse en ello conduce a la anomia. Pedir ahora que se pacte con Sánchez un programa que justifique el apoyo a su investidura es, por enésima vez, seguir instalados en la irrealidad. ¿Cuándo ha cumplido el PSOE los acuerdos programáticos firmados? ¿Se ha olvidado ya la experiencia andaluza con Susana Díaz?

   Lo que subyace en el fondo de la propuesta no es otra cosa que el pánico a una nueva consulta electoral y sus hipotéticas consecuencias negativas. Y así seguimos instalados en el círculo vicioso de la creciente inanidad. A falta de propuesta sustentada en una organización eficaz y asentada en todo el territorio español, nos sentimos obligados a escoger el "mal menor". Y así hasta la dilución. ¿Se ha pensado alguna vez en cortar el nudo gordiano de la dependencia y de la subalternidad?¿Es tan difícil llevar a las instituciones el impulso del 15-M? ¿Se ha olvidado que las ideas y los proyectos solamente viven y son posibles con organización, organización, organización?
Obcecada con la inmediatez, la Izquierda no parece reparar en que más allá de la Investidura hay vida, un país cogido con hilvanes y unas gentes que viven en la práctica sin derechos económicos y sociales. Paradójicamente, la situación devenida tras el fracaso de la Investidura puede constituir un punto de inflexión para la Izquierda que quiera ejercer como tal. Solamente debe aclararse y ser consecuente política y organizativamente con ello. No creo que deba ser difícil. ¿O tal vez sí? ¿Lo comprobamos?
II
   El mayor error que la Izquierda española sigue cometiendo, es su pertinaz insistencia en ubicar al actual PSOE en un ámbito ideológico y político común con ella. Pareciera como si su pensamiento estratégico – caso de tenerlo más allá de formulaciones pasajeras- estuviese atrapado en el mundo de los atavismos heredados de una historia lejana o en el poder mágico de las siglas. Instalada en esa querencia, cree o quiere creer, que en los enfrentamientos electorales entre PSOE y PP hay una causa en la que se debe escoger partido cono si de una causa propia se tratara.
   Los defensores de un Gobierno de coalición ya han tenido la respuesta a sus pretensiones: era imposible. Por otra parte, los partidarios de la fórmula portuguesa ya han recibido desde el país vecino la ducha fría de la contumaz realidad: la socialdemocracia, con matices y diferencias muy secundarias, forma parte del neoliberalismo. Ambas posiciones se encuentran hoy ante un panorama muy poco halagüeño. A las evidencias desmontadoras de sus aspiraciones y proyectos quiméricos, se le añade la posibilidad de unas elecciones a las que temen como a la muerte. En verdad es que el dilema es trágico: un papel muy secundario en una obra que hacen otros o seguir retrocediendo a los orígenes de IU o el PCE de 1977.
  A la gravedad de la situación de la Izquierda hay que añadir el cáncer (¿congénito?) de su permanente división y subdivisión. Creo que ese mal no es otra cosa que la carencia de proyecto político e ideológico asentado y fundamentado en el estudio, el análisis, el compromiso y el ejercicio consecuente de la convicción democrática. La Democracia –además de la participación en las decisiones–, es método, procedimiento, acceso a la información y compromiso militante con la voluntad colectiva libremente adoptada. Ese permanente trasiego de siglas, fracciones y grupúsculos después de un revés electoral no es otra cosa que la explicitación del narcisismo en estado puro. El culto a la imagen propia (personal o grupal) sustituye al proyecto "Todo menos contribuir al diálogo", el debate sereno y la posterior toma de decisiones con las consecuencias inherentes para personas o colectivos. El resultado trágico de las últimas décadas es que el debate clarificador y audaz que la Izquierda necesita ha sido sustituido por el sucedáneo mediático. El proyecto se diluye y aparece la mercancía electoral. Así, proyectos como "La Construcción de la Alternativa", "El Cambio Profundo", "El Proceso Constituyente" o el impulso del 15-M, fueron abandonados apenas nacidos en aras de la estéril e imposible "Unidad de la Izquierda" con el PSOE.
     La Izquierda se resiste a asumir que ha sido derrotada en toda la línea y que sus adversarios ostentan la hegemonía ideológica, política y cultural. Dominan el relato, como se dice ahora. Primero fueron los sindicatos autodenominados "de clase" y después las organizaciones clásicas. El aggornamento "europeísta", la posmodernidad y el mito de la globalización ineludible terminaron de acabar la faena.
    Pero es hoy, paradójicamente, cuando la Izquierda tiene la posibilidad de refundarse desde los presupuestos clásicos (y por eso inmarcesibles) y los nuevos conflictos que siguen afectando, como siempre, a los más desfavorecidos objetivamente. Pero esa refundación demanda una serie de valores, presupuestos éticos, proyectos, programas y actitudes y eficacia organizativa capaces de remodelar una Izquierda, plural, cohesionada en la acción y omnipresente en la confrontación ideológica. Y además, capaz de renacer en una nueva cultura de la gobernabilidad, la movilización y la pasión por el conocer.

III 

      Para describir y definir la actitud de Sánchez desde el 29 de Abril, no cabe otra alternativa que utilizar la expresión “marear la perdiz”. Si de verdad Sánchez hubiese querido trasladar a la acción de Gobierno los resultados del 28 de Abril y el clamor de la militancia en esa noche, hubiera convocado inmediatamente a Unidas Podemos para empezar a redactar un programa de Gobierno conjunto. Sin embargo, el candidato se dedicó a perder tiempo intentado vanamente forzar la voluntad del PP y Ciudadanos para conseguir de ambos la abstención. Caso de no conseguir dicha aspiración, y como segunda e inevitable opción no deseada, se buscaría el apoyo externo de UP a cambio de acuerdos tan incumplidos y volátiles como los que se firmaron para los PGE o tan gratuitos cono los de la Moción de Censura.
    Cuando se redacta este escrito, el candidato ha pospuesto hasta Septiembre la ronda de contactos para recabar apoyos a su investidura y ha dejado claro que de gobierno de coalición nada de nada. Lo sorprendente es que sindicatos, editorialistas, tertulianos, colectivos y personas que militan en la Izquierda sigan erre que erre insistiendo en que el pacto entre el PSOE y UP llegue a buen puerto. Y simultáneamente piden que ese acuerdo  se realice en torno a políticas económicas y sociales avanzadas. La cuadratura del círculo, en resumen.
     No menos chocante son aquellas declaraciones que buscando situarse au dessus de la mêlée reparten “equitativamente” la responsabilidad de la falta de acuerdo. Suelen provenir de ámbitos de izquierda que seguramente montarían en cólera si UP aceptase – por mor del acuerdo- unas medidas claramente insertas en el neoliberalismo dominante.
   En el fondo de esta actitud subyace la reacción de autoengaño ante una realidad que se muestra adversa, difícil, conflictiva, inédita en muchos aspectos y sobre todo de crisis sistémica global y de crisis del régimen forjado en la Transición. Una actitud de pánico ante la evidencia de los hechos. Se agarran a la irreal fórmula Gobierno de Progreso (con el PSOE como actor fundamental) o a la del apoyo externo, de la misma manera que Doña Concha Pique cantara “Prefiero vivir soñando que conocer la verdad”. ¿Qué verdad?
    Guste o no guste, la Izquierda, es decir la posición que se opone al desarrollo del neoliberalismo económico, político e ideológico y confronta con él, está sola, dividida, en minoría social y además es consciente de todo ello. El que una parte de la responsabilidad de esta situación le ataña en parte a ella, no debe empecer para asumir esta realidad. No caben juegos malabares de carácter semántico ni tampoco evasivas. Es un hecho que se asume consciente y consecuentemente o se hace el Don Tancredo en sus dos principales expresiones: el “buenismo” posibilista o el “hiperrevolucionarismo” purista instalado en una torre de marfil.
     En las próximas entregas desarrollaré lo que, a mi juicio, debe asumir en esta hora la izquierda.


 IV
Visto lo visto, y no solamente en los últimos meses sino en décadas, la Izquierda o se resitúa o quedará como testimonial, también durante décadas futuras. Resituarse es replantearse, cuestionarse y, sobre todo, enlazar con el hilo rojo de su ADN: el socialismo como proyecto global y alternativo para la vida humana en sociedad. Es decir, otra economía, otros valores, otra cultura, otro desarrollo de la democracia, otra política, otras instituciones, otra educación, otros imaginarios colectivos. Desde luego, y en la situación presente, es una tarea prometeica pero que debe ser afrontada. Eso o la muerte por consunción. ¿Qué conlleva la aceptación del reto?
En primer lugar, asumir una larga travesía por el desierto. El capitalismo y su última reencarnación, el neoliberalismo, se benefician de una gran paradoja: el fracaso como proyecto de sociedad justa, igualitaria y libre y la hegemonía social y cultural de sus valores en el seno de la sociedad. Mercado, competitividad y crecimiento sostenido siguen siendo los parámetros de consenso generalizado y, desde luego, los valores inherentes a los mismos. Ello significa para la Izquierda prepararse para una tarea de pedagogía cultural e ideológica paciente, inteligente, sufrida y de escaso éxito inmediato. El consumismo, los sucedáneos de hedonismo cutre y la aculturización de la banalidad han hecho estragos.
Sin embargo, esa larga marcha puede tener momentos en los que el tejido social, a fuer de sufrimientos, injusticias e impúdicas exhibiciones de los detentadores del poder efectivo, esté dispuesto a buscar otros horizontes. La crisis económica que parece avecinarse, los escándalos financieros que la acompañan, la desestructuración de la política y los problemas de fondo sin resolver, y lo que es peor, sin voluntad y sin ganas de hacerlo, crearán una situación en la que la Izquierda puede ser escuchada en sus propuestas, en caso de tenerlas. Es decir, la travesía del desierto debe significar también un giro hacia la cultura de gobierno. Una cultura que no consiste en administrar lo existente sino en desarrollar legal y jurídicamente otros parámetros económicos, sociales, políticos y culturales. Si la cultura de la resistencia y lucha no tiene como objetivo gobernar, está condenada al fracaso.
La travesía por el desierto de la Izquierda es ineluctable y, de hecho, ya ha comenzado. Las escisiones con los ojos puestos en los eventos electorales, el esencialismo de siglas, la crítica entendida como censura o depuración, o la carencia total de sentido estratégico, ya están apareciendo. La locura, el miedo, la preminencia de la política palatina sobre la de proyectos a largo plazo, el posibilismo gregario, el abandono de la referencia ideológica y sus valores, o el cainismo son ya evidentes; han empezado el éxodo interno y el externo. La cuestión clave reside en si esa situación es asumida como proyecto para superarla, reorganizarse e incardinarse en la política a ras de tierra, elaborando colectivamente y dándole al concepto de movilización una nueva dimensión y una nueva aplicación, o si se acepta como proveniente de un fatum incontestable. Este es el dilema, no hay otro.
 V
Si la Izquierda acepta resituarse en el escenario de la travesía del desierto, no puede hacerlo sin asumir que debe refundarse sobre dos pilares. El primero es la actualización y vigencia de los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad evaluando las experiencias históricas que intentaron aplicarlos; en unos casos para ajustar las cuentas con ellas definitivamente, y, en otros, para reformularlas a la luz de la realidad del siglo XXI. El segundo pilar es la búsqueda del encuentro teórico, político y programático con las tres grandes propuestas sistematizadas en el siglo XX: feminismo, multiculturalismo y ecología política.
Consecuentemente con lo anterior, la Izquierda, con toda su pluralidad, debería ir hacia la convocatoria de unos Estados Generales capaces de crear un cuerpo de consenso activo y progresivo en torno a valores, proyectos, programas, estrategias, discursos y nuevas visiones del concepto "movilización". Los Estados Generales de la Izquierda deben ser la consecuencia de una labor previa en sus bases sociales, culturales y organizativas. El acuerdo de urgencia entre direcciones y con prisas electorales no cabe aquí. Esta fase previa es imprescindible para ir desarrollando, consolidando y potenciando algo sin lo cual no hay cambio posible: la organización como pilar sólido y la organicidad como principio democrático inexcusable.
Los tiempos exigen claridad, rotundidad y proyecto estratégico para construir una alternativa al régimen de la Transición. El republicanismo es inherente a la Izquierda sin ambages y sin peajes a pagar; ya se han pagado bastantes. Por eso, resituarse consiste también en recuperar sin estridencias y sin matices, tanto el discurso del Proceso Constituyente como el de la consecución de la III República. Y cuando digo discurso quiero decir horizonte de ruptura. Y, a su vez, ruptura significa construcción, elaboración, planificación, programación y acopio de fuerzas para hacerla posible.
La izquierda, si acepta esta travesía por el desierto, tiene ante sí un reto que solamente puede abordar desde esa situación de liberación de anclajes, ataduras y consensos traicionados desde el momento en que se aceptaron. Y ese reto consiste en cohonestar el proyecto social inherente a ella y la nueva realidad conminatoria que expresa el cambio climático. El desarrollismo, el crecimiento sostenido, el consumismo y la economía como un sistema aislado de la biosfera, no pueden mantenerse so capa de la creación de riqueza o puestos de trabajo. De todo ello se infiere que la voluntaria resituación de la Izquierda supone como correlato la resituación de los sindicatos que en un tiempo fueron consustanciales con la Izquierda.
La crisis estructural del sistema, añadida a las que se avecinan y a la de la civilización depredadora de recurso y del hábitat humano, necesitan de una respuesta alternativa que solamente puede venir desde  los presupuestos y valores que en su día forjaron a la Izquierda. Pero eso no es posible si la Izquierda actual no asume el proceso de volver a ser la única referencia de lucha, organización y vida de las víctimas del neoliberalismo y el pensamiento único.
VI
   Estos días pasados de agosto evidenciaron la situación de autismo cansino en la que se ha enfangado la política española. La inanidad del G-7, la crisis económica que se avecina, la guerra comercial entre EEUU y China que evidencia el fin del mito de la globalización vía Organización Mundial del Comercio (OMC), los náufragos en el Mediterráneo sin que la UE muestre que sus principios fundacionales son algo más que papel mojado, el Brexit y el binomio Trump-Johnson, etc. son inequívocas señales de que algo está cambiando y nos va a afectar sobremanera. Y mientras eso ocurre, aquí vivimos una especie de aislamiento, nada espléndido y sí de pérdida total de pulso, rayano en la postración generalizada.
La izquierda debe salir de esta trampa que la ab-duce, la desgasta inútilmente y la incapacita para afrontar el temporal que viene. Si el objetivo primordial, por no decir único, se concreta en compartir el Gobierno con el PSOE, solamente caben dos estrategias posteriores: o estar permanentemente echándole en cara su desprecio o seguir como segundones y copartícipes de unas políticas no queridas. Es decir, dos maneras de seguir siendo satelizados por una socialdemocracia devenida en neoliberal tras un largo proceso de metamorfosis.

Si la izquierda no reacciona y acepta como escenario habitual para su sedicente función de impulsar la alternativa este escenario de disgregación, pérdida de referentes éticos, democracia bajo mínimos, injusticias sociales crecientes y privatización acelerada de la educación y la sanidad, terminará ella misma formando parte del paisaje, aunque sea como un objeto raro que le da cierto colorido. En resumen, la integración total cuando no la fagocitación.
Y la gravedad de esta hipótesis no estriba solamente en la impotencia de sueños, anhelos, luchas, y esperanzas mantenidos, organizados y defendidos con dolor y esfuerzo, sino en el vacío social que será ocupado por las más diversas marcas del fascismo carpetovétonico y sus acompañantes más habituales: el populismo de extrema derecha y el rancio nacionalcatolicismo. Ya aparecen sus heraldos.
A lo largo de esta serie de seis entregas que hoy acaba, he mantenido la necesidad de lo que he venido en denominar la travesía del desierto. Y ello no es otra cosa que la asunción por la izquierda, con todos sus matices, de la necesidad de redefinirse y resituarse para reeditar y organizar el invariante hilo rojo de su continuidad histórica en este siglo XXI aquí en España y también en Europa.

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