lunes, 23 de septiembre de 2019

Violencia y Muerte




Remedios Copa
     Con tres nuevos asesinatos a mujeres en la localidad de Valga comenzó en Galicia la siniestra semana. Hay que añadir una cuarta mujer en Madrid, también asesinada por su pareja.
En ambos casos hay implicados hijos pequeños; en el primero el padre asesinó a la madre en presencia de las dos menores y en el segundo, una niña de ocho años se encontró a su madre herida de muerte y pidió auxilio. En ambos casos los asesinos han causado un daño psicológico a las hijas que difícilmente podrán superar y en el mejor de los casos no lo lograrán sin una profunda y prolongada ayuda psicológica para sanar semejante herida. En el caso de Valga se da la fatal circunstancia de que el lugar de familia materna directa ha quedado destrozado porque su padre asesinó a la abuela y a su tía, dejando la casa que las podía acoger desierta, con un abuelo destrozado al que el asesino dejó viudo y sin sus dos hijas.
   Lo que estas situaciones requieren va más allá de una simple condena tal como se contempla actualmente. Cada vez son más las voces feministas y ciudadanas que claman por condenas ejemplarizantes y  cambios legislativos al respecto porque consideran que no están suficientemente penalizadas en el actual Código Penal
   Este triple asesinato es el segundo crimen machista que se comete en Valga en 2019  y con él suman ya 5 las mujeres asesinadas en Galicia en lo que va de año, dejando además en los últimos 6 años a 20 niños huérfanos por esta causa y otros dos asesinados por su propio padre. El número de mujeres asesinadas por sus parejas en Galicia  desde que comenzó el registro de estos casos asciende a 63, a las que hay que añadir estas últimas. En España la cifra supera las 1000 contabilizadas desde 2003.
   Es curioso que de las tres asesinadas en Valga esta semana, tan solo se computará una como víctima mortal de crimen machista cometido en España. La razón por la que solo se computará como tal a la ex esposa del asesino es que actualmente, ni la ex suegra ni la ex cuñada entran en esa terrible lista porque no se incluye a familiares, entorno de la víctima o víctimas indirectas; tampoco se incluyen en la lista a mujeres asesinadas por un hombre cuando ellas no tuvieran relación directa con el agresor. Esa es la razón por la que los datos oficiales muestran tan solo una parte de esta lacra y por ello organizaciones feministas, cada vez más colectivos sociales y algunas representantes políticas, piden incluir en las estadísticas a todas las víctimas de la violencia machista, tal como exige el Convenio de Estambul y el propio Pacto de Estado aprobado al respecto.

Pero la violencia de género supone muchas más situaciones que los asesinatos computados. Según datos del Observatorio de Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial de 42.000 mujeres entrevistadas tomando los diferentes estamentos y profesiones, 1 de cada 3 ha sufrido agresión por violencia doméstica; 1 de cada 5 sufrió acoso sexual y, el 99% de las mujeres han evitado pasar por alguna calle por temor a la agresión sexual.
A nadie se le escapa la terrible escalada de las agresiones sexuales a las mujeres y la plaga de las manadas violadoras que tanto daño están haciendo. Los últimos datos divulgados sobre Galicia señalan un aumento de las agresiones sexuales de más del 30% en el último año y el número de denuncias por  violación en España está en una cada 6 horas a pesar de que la mayoría no se denuncian. Por eso estamos exigiendo leyes que acaben con la cultura de la violación y, como gritaban en las concentraciones ciudadanas estos días pasados, “las mujeres no están para ser los objetos de vuestras fantasías sexuales fruto de la pornografía machista”.  Y en cuanto a pornografía se refiere, es una vergüenza que España continúe a la cabeza en consumo de pornografía infantil.
En resumen todo apunta a que el modelo de masculinidad hegemónica es el problema puesto que no se trata de hijos enfermos si no de la esencia sutil de la cultura del patriarcado.
Dice el Tribunal Supremo  que “la violencia de género es una violencia aprendida” y que se aprende en el seno de la familia. Este y otros matices  contenidos en sus apreciaciones y en los hechos probados de sus sentencias nos dan pistas muy certeras tanto de las fisuras del sistema como de las causas esenciales de lo que está ocurriendo. También afirma el citado Tribunal que en los casos de asesinato no hubo la protección suficiente a la víctima y por ello ésta no denuncia; señala entre las causas de que no denuncien que la amenaza con matar a los hijos si ella lo hace está muy presente y advierte de que la actuación de la familia política, en lugar de apoyarla, también suele ser contraria a la mujer porque no desean que el agresor vuelva para la casa familiar. Esto se viene detectando en las pruebas de diversos procedimientos seguidos por el  Tribunal Supremo.
Desde la Presidencia del Observatorio de Violencia de género instan a todas las personas a tener en cuenta que la violencia de género dentro o fuera del hogar, (acoso, agresiones sexuales, agresiones físicas o de cualquiera de sus formas), deben ser denunciadas por cualquier persona que tenga conocimiento de lo que está ocurriendo, ya que se trata de un delito público contra los Derechos Humanos y el Código Penal castiga al que no impida la comisión de un delito.
Por lo que se constata urge la correcta aplicación del Convenio de Estambul y el Pacto de Estado necesita de una revisión urgente para erradicar asesinatos, violaciones, trata, pederastia y acoso, porque el verano de 2019 está siendo el peor de la última década.
Las mujeres se están movilizando con concentraciones y manifestaciones que traspasan los límites de nuestras fronteras; reclaman que cese la vulneración de sus derechos y el retroceso en los que hasta ahora habían alcanzado y exigen el cumplimiento de la legislación y la implantación real de códigos éticos, sin olvidar en su discurso que la desigualdad forma parte de las agresiones que sufren y las coloca en una posición de inferioridad económica y social frente al varón, y que la precariedad económica generada por esa desigualdad las vuelve más vulnerables frente al agresor.
Otra demanda que brota en el movimiento de mujeres y hombres que se manifiestan y luchan contra las agresiones y los asesinatos machistas es la colaboración de los medios de comunicación, colaboración que exige llamar a las cosas por su nombre y dejar de decir, por ejemplo, “apareció muerta” cuando la realidad es que la mató una mano asesina.
Ahora bien, si el machismo es un problema estructural, la única manera de luchar contra él es educar de otra manera a los niños y a las niñas y por ello se insiste tanto en la exigencia ¡ya! de la coeducación en el sistema educativo.


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