lunes, 7 de octubre de 2019

Que no, que no, que no los representen, que no…



Javier Lucena
     No, no es un error. Ya sé que lo que se gritaba en el 15M era “que no nos representan”, refiriéndose a los políticos del bipartidismo, PP y PSOE, siempre aparentando un enfrentamiento alternativo y radical para luego, en la realidad, discrepar sólo en lo anecdótico y coincidir en lo fundamental, a mayor beneficio del IBEX 35. Una oligarquía que a los beneficios “naturales” que les depara la economía capitalista, suma el aprovechamiento de las prebendas del Estado, de la legislación a medida, de las concesiones y privatizaciones amañadas, en lo que se ha dado en llamar capitalismo hispano de amiguetes, traducido en un mercado que distorsiona la libre competencia para convertirla en un albañal donde se disparan los precios y donde prospera la corrupción, que es el combustible imprescindible de ese modelo.
    Con todo el cinismo del mundo, decían entonces desde el bipartidismo que, si tanta indignación y tantas ganas de protestar tenía la gente del 15M, que se presentara a las elecciones y consiguiera sus metas por vía democrática. Pero desde que apareció Podemos y, luego, se configuró Unidas Podemos, y vieron peligrar los amaños que tanto les beneficiaban a ellos y tanto perjudicaban a la mayoría, desde los poderes fácticos no pararon de atacarlos por tierra, mar y aire, incluidos los medios de comunicación a sueldo y las cloacas del Estado. La vieja estrategia de las esferas del poder: aunque en un primer momento de desconcierto declaren que aceptan parte de las demandas populares, ya desde ese entonces comienzan con el manual de liquidación: atacar, denigrar, desmoralizar, dividir, desorganizar y desmovilizar a los movimientos sociales para que de verdad no los representen quienes pueden hacer cambiar el estado de cosas… hasta que la estabilidad, hasta que las Mayorías Cautelosas pongan todo en orden de nuevo.
    Fenómenos que no vienen sino a poner en evidencia el creciente déficit democrático de las llamadas sociedades liberales de Occidente, que en nuestro país también presenta peculiaridades propias. Como la de que jamás de los jamases los “rojos” a la izquierda del PSOE podrán entrar en el Gobierno de España, cueste lo que cueste ello. Y esa es la misión que le han encomendado ahora a Pedro Sánchez y que él intenta llevar a cabo, no sin ciertas torpezas. Es posible que la jugada no le salga bien, pero será su personal sacrificio en aras del orden, sacrificio que le será debidamente recompensado, porque, más allá de tópicos, Roma sí que paga (no otra cosa que pago son las puertas giratorias)
   Y ahí andan todos, Vox, el PP, Ciudadanos y Rivera y, más sutilmente, Errejón, envueltos con sus eslongans de campaña en la bandera, en España. Claro que, como recordaba Jordi Évole en un reciente artículo a propósito de la película de Amenabar sobre Unamuno, “y pensarán que dicen algo...” , que era lo que replicaba el escritor a quienes le gritaban “¡Arriba España!”
    En el fondo, ese elemento común de los “partidos de orden” viene a estar en sintonía con lo que, tras hacerlo por vía de los hechos, declaraba Trump ante la ONU hace unas semanas: “el futuro pertenece a los patriotas, no a los globalistas”. Si hay algo que recuerda en nuestros tiempos al espesamente antidemocrático periodo de entreguerras, el que va entre la I y la II Guerra Mundial, no es tanto lo que sería un síntoma, el resurgimiento de la extrema derecha y el neofascismo, como esa mezcla de déficit democrático y patrioterismo, sobre un trasfondo de crisis económica y precariedad, que se trata de obviar envolviéndose en la bandera de turno, a ver quien la tiene más grande.

Los dinosaurios del bipartidismo resucitan a la política en el club de la comedia


A mayor abundamiento de la naturalización de procedimientos antidemocráticos que se vive tanto a nivel internacional como en nuestro país, hemos asistido a un par de eventos recientes, protagonizados por tres de nuestros dinosaurios políticos.
En primer lugar está la presentación del libro “Cal viva”, donde participaban Pablo Iglesias y Juan Luis Cebrián. Allí, éste último, mientras los medios se centraban en el morbo de su tradicional enfrentamiento con Iglesias, parecieron no reparar – sólo Público las recogió - en unas tremendas palabras de Cebrián: “La política es una rama de la economía. Son los mercados los que regulan los gobiernos, pero no solo en España”. Lo que traducido a román paladino significa que la acción política y los gobiernos no los deciden los ciudadanos a través de las urnas, sino que los deciden en realidad los mercados, los señores del IBEX 35, los grandes poderes económicos bancarios e internacionales. Lo peor, con todo, no sería eso – que podría tomarse por una constatación de un hecho más o menos incontestable -, sino lo que subyace implícitamente detrás de esas declaraciones: que así es y así debe ser y que no puede ser de otra manera.
    El segundo evento fue un coloquio entre Rajoy y Felipe González en el Foro Atlántico La Toja, un “Davos” a la española detrás del que se encuentran varias de las mayores empresas del país. Allí, además de reivindicar ambos políticos la Gran Coalición entre PP y PSOE a fin de salvar el bipartidismo, Rajoy, en un momento “club de la comedia”, en medio de grandes risas, aludía a las promesas que se hacen durante las elecciones, como las que presentaban él y su partido antes de que él tomara el poder, sobre bajar impuestos; y comentaba como cuando les llegó la hora de gobernar, la primera medida que tomó fue justo la de una gran subida de impuestos. Para ilustrar lo cual trajo a colación las palabras de Churchill de que “la mejor dieta para un político es tragarse sus propias palabras”. Nuevas y grandes carcajadas de los representantes financieros y de las grandes empresas que llenaban la sala. Se ve que es un buen chiste ese de que la gente te vote por unas propuestas y, a la primera de cambio, los cargos electos en base a ese programa hagan justo lo contrario. Un chiste de lo más democrático, o como reírse del pueblo.

Que la risa cambie de bando


    Decía que una de las estrategias del manual de derribo de los poderosos contra aquellos adversarios que amenazan sus privilegios es la desmoralización. En tal sentido, quizás una de las peores cosas que ha protagonizado Sánchez con la convocatoria de elecciones cuando tenía en sus manos formar un Gobierno con Unidas Podemos que podía subir el salario mínimo, blindar la subida de las pensiones por ley, derogar la reforma laboral, derogar la ley mordaza, reducir el precio del alquiler y de la luz, eliminar las tasas universitarias, universalizar la educación infantil, incrementar la progresividad fiscal sobre las grandes empresas y fortunas para mejorar los servicios públicos de salud, educación, dependencia, etc.; decía que una de las peores cosas que hizo Sánchez fue precisamente cortar de raíz toda esperanza al respecto, desanimar a quienes confiaron que eso era posible, intentar romper el espinazo de esos movimientos sociales que llevan años y años luchando por mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la gente.
   Basta visualizar una imagen, la de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias firmando ese programa y constituyendo un gobierno progresista que ofrezca garantías de que no habrá más chistes malos, para darse cuenta del tremendo daño que Sánchez ha provocado, de cuánto nos ha privado a la mayoría de este país, a pesar de haber prometido que eso sería lo que haría si ganaba.
Pero esa imagen positiva no es imposible, no es una quimera. Es algo realizable, que depende de todos nosotros y nosotras, si no nos resignamos, si nos movilizamos y, más allá de dudas, discrepancias y recelos, ponemos empeño en que los poderosos no se vuelvan a reír de nosotros, en que se les tuerza el rictus cuando vean que Unidas Podemos obtiene unos buenos resultados y no les queda otra que aceptarlos. En nuestras manos está que la risa cambie de bando.

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