jueves, 9 de abril de 2020

Pactos: ¿para qué y para quiénes?

Jorge Alcázar 
 Colectivo Prometeo


      En estos días, las noticias y la información, falsas o no, pertinentes o impertinentes, corren a la velocidad de las ondas electromagnéticas que las portan. Y una de estas noticias que parece va calando a fuerza de repetirla, sin ni siquiera saber su procedencia por parte de aquellos que la propagan ni la intencionalidad con la que se filtra, es la de la necesidad de unos pactos políticos y económicos (aquí cabe subrayar por encima de todo esta última palabra) que emulen a los ya consabidos Pactos de la Moncloa.
    La R.A.E recoge en su primera acepción para pacto que este es un concierto o tratado entre dos o más partes que se comprometen a cumplir lo establecido. En este sentido, puede parecer necesario y deseable que todas las fuerzas políticas y agentes sociales, junto con la ciudadanía en su conjunto, fundaran unos pactos políticos, sociales y económicos, que permitieran, desde la unidad y el interés general, poner unos cimientos firmes que nos garantizaran afrontar los desafíos de mañana. Se habla hoy con bastante generosidad al respecto de los pactos de la Moncloa, pero es conveniente señalar que en los mismos, que incluían acuerdos políticos y económicos, no todos los suscribieron1.
Sin embargo, en mi opinión es necesario que antes de que nos dejemos embriagar por el aroma que destilan las crónicas periodísticas acerca de la necesidad y bondad de los pactos en su conjunto, y de los que ya han sido constituidos en nuestro pasado reciente en particular, sopesemos y reflexionemos acerca de unas cuantas cuestiones que deben medirse fielmente, al objeto de valorar en toda su extensión la pertinencia y benevolencia de unos nuevos acuerdos que engloben a todos los agentes sociales y políticos, como hoy ya empieza a demandarse. Estas cuestiones sobre las que me voy a permitir reflexionar son, en primer lugar, a quién se refiere ese plural mayestático; en segundo lugar, y como consecuencia de la anterior, para quiénes esos pactos; y en último lugar y en base a los dos primeros interrogantes, qué tipo de pactos.

     Hablar de unos pactos que estén fundados desde la unidad y repercutan en el interés general de la ciudadanía conlleva poner en claro, antes que nada, qué entendemos por unidad y por interés general. Por mucho que nos empeñemos en creer que frente a la pandemia todos estamos afectados, el caso es que la misma no afecta por igual medida a las distintas clases sociales que se dan en nuestra sociedad: no es lo mismo tener empleo que no tenerlo o haberlo perdido a consecuencia de la crisis; no es lo mismo disponer de una finca con miles de metros cuadrados para pasar el confinamiento, que vivir en un piso de sesenta metros con tres o cuatro personas más; no es lo mismo disponer de recursos digitales de sobra en un hogar para poder seguir las clases telemáticamente, que disponer solo de un ordenador en casa, o de un móvil, mientras la amenaza de los recibos y las letras de la hipoteca asoman; no es lo mismo hacer frente a esta situación con apenas cuatrocientos, seiscientos o mil euros al mes de renta, que disponer de millones en la cuenta corriente. Y así, podríamos continuar por largo rato. Por tanto, la unidad ante la crisis de la pandemia solo es un mero formalismo para justificar las desigualdades que en nuestra sociedad aparecen con solo rascar un poco la superficie. Desgraciadamente, la situación actual no representa precisamente un simple rasguño, pues está dejando de manifiesto algo que es todo lo contrario a la unidad, entendida esta como cohesión social ante un acontecimiento, y que se constituye como un acúmulo de crisis previas a esta pandemia. Puede existir una unidad en términos formales a la hora de entender el acatamiento de los decretos dictados por el gobierno de la nación, mas no en las consecuencias que los mismos están teniendo en las distintas capas de la sociedad. A la hora de la verdad, la unidad se rompe cuando de soportar las consecuencias de la pandemia se trata.
    Por otro lado, cuando hablamos de interés general, ¿a qué nos referimos? En la anterior crisis, de la cual la clase trabajadora todavía no ha empezado ni siquiera a salir2, se nos dijo que por el interés general era necesario rescatar con dinero público a la banca (dinero que aún no ha devuelto3 y que constituye una losa nada desdeñable en forma de deuda que hipoteca nuestro futuro), perder derechos laborales4, mermar nuestra sanidad5 y educación pública6, adelgazar nuestros servicios sociales7, y recortar nuestros ingresos a fin de mes8 de tal forma que en muchos casos se pueda asimilar empleo con pobreza9. La experiencia nos dice, teniendo en cuenta lo anterior, que dentro de ese interés general no estaba el grueso de la población de España, la que solo dispone de su trabajo para ganarse la vida, pues mientras renta y riqueza acumulada aumentaron durante la última década para el 10 por ciento más rico, disminuyó para el 50 por ciento más pobre10. Por lo tanto, a la hora de plantearnos unos posibles pactos de futuro, queda claro que tanto la unidad como el interés general son conceptos vacíos que podrán formar parte de una retórica dulce con la que se pretenda caramelizar nuestros oídos, pero que no puede obviar la segunda de las cuestiones que planteamos al principio: ¿para quiénes son estos pactos?
     Para responder a esta cuestión, veamos algunos datos al respecto en relación a los pactos en este sentido que se han constituido a lo largo de las últimas décadas. Datos que nos van a permitir contextualizar la pregunta y adoptar una visión de conjunto. Pero antes que nada, señalemos que estos pactos a los que me referiré han emanado fundamentalmente de una determinada visión ideológica de la sociedad, la política y la economía: el neoliberalismo, que se ha manifestado en sus diversas formas a través de acuerdos internacionales como los tratados de libre comercio, la actual construcción europea, o los desarrollos legislativos implementados por los adalides políticos de esta ideología a nivel nacional e internacional, con mecanismos como el FMI, el Banco Mundial, el Banco Central Europeo o la Troika.
Thomas Piketty expone en su libro, “Capital e Ideología”11, que durante el período comprendido entre 1980 y 2018, el 1 por ciento de las rentas más altas del planeta captaron el 27 por ciento del crecimiento económico generado en ese intervalo, mientras que el 50 por ciento de las rentas más bajas captaron el 12 por ciento12. Durante el mismo período, la desigualdad en Europa aumentó en ocho puntos porcentuales (del 27 al 35 por ciento), y en Estados Unidos, lo hizo en 13 puntos porcentuales (del 35 al 48 por ciento)13. De la misma forma, el tipo máximo del impuesto sobre la renta descendió en Europa más de un 40 por ciento (Reino Unido, por ejemplo, bajó el tipo máximo desde el 96 por ciento en 1980, hasta el 45 por ciento, y que Francia, Alemania o España lo hicieron en más de 20 puntos porcentuales), mientras que en Estados Unidos disminuyó más de un 30 por ciento (desde el 70 por ciento a comienzos de la década de los 80, hasta el 37 por ciento actual). En el mismo período, la propiedad privada controlada por el decil más rico14 en países como Francia o Reino Unido se incrementó un 5 por ciento, pasando este 10 por ciento de la población más rica a controlar el 55 por ciento de la propiedad privada de sus respectivos países, mientras que en Estados Unidos lo hizo en más de 10 puntos (desde el 64 al 75 por ciento). Y estos aumentos fueron aún más significativos si solo se contempla el percentil más alto (esto es, el 1 por ciento más rico), en el que estas élites aumentaron su patrimonio privado desde el 15 por ciento en 1980 (Reino Unido y Francia), hasta el 25 por ciento en 2018, o el 22 por ciento en Estados Unidos, hasta casi el 40 por ciento sobre el total de la propiedad privada en ese mismo año 2018. Por último, para apuntalar esta serie de datos, indiquemos que el 1 por ciento más rico en Europa tiene una renta media 25 veces superior al 50 por ciento más pobre, mientras que en Estados Unidos este ratio alcanza 80 veces más, y en Oriente Próximo, 160 veces más15. Y España no es una excepción a este respecto, pues el 10 por ciento más rico de la población acumula más riqueza que el 90 por ciento restante16 , acaparando el 1 por ciento más rico más que el 25 por ciento más pobre17, situándonos como el décimo país del mundo con mayor número de millonarios, habiéndose aumentado este número en casi un 600 por ciento desde 201018.
Todo esto se hizo bajo el paraguas de la ideología neoliberal diseñada en escuelas como la de Chicago19 e implementadas desde los diferentes gobiernos conservadores y neoliberales, con Reagan y Tatcher a la cabeza del neoliberalismo político internacional, y sus discípulos nacionales encarnados en el Partido Popular, Ciudadanos y VOX (abiertamente neoliberales), con la cómplice mirada y acción de la socialdemocracia europea y norteamericana20 de las últimas décadas.
    Por tanto, los datos anteriores ponen bien a las claras que los pactos políticos y económicos que hasta aquí se han desarrollado han dado como beneficiarios a una élite económica que ha acrecentado su poder y su riqueza, en forma de aumento de rentas y propiedades privadas, a la par que los mismos acuerdos han agrandado las brechas de desigualdad existentes en nuestras sociedades, estableciendo una polarización de recursos, derechos y obligaciones, y han magnificado de forma irreal y absurda una deuda pública y privada inasumible, que se eleva como dogal de servidumbre en contra de derechos básicos fundamentales como la soberanía política y económica de los pueblos21.
      Como consecuencia de lo anterior, cabe preguntarse por qué tipo de pactos son los que se han desarrollado en España, Europa y el mundo en su conjunto, durante las últimas décadas, con tales efectos. Y aquí cabe subrayar la necesidad de establecer una mirada transnacional al asunto, pues la globalización capitalista, como fenómeno político, económico y social es una realidad que no se puede ni debe obviar, siendo el fenómeno que nos ocupa (el establecimiento de acuerdos entre los distintos agentes sociales, políticos y económicos, y la ciudadanía en su conjunto) de naturaleza global.
     Desde la década de los 70, el mundo occidental comenzó a abrazar las tesis neoliberales en materia política y económica, que bajo esta ideología viene a ser lo mismo22. La caída del bloque comunista soviético no hizo sino acrecentar la hegemonía de estas tesis, de tal forma que los acuerdos políticos y económicos que se han suscrito desde aquel momento hasta hoy han tenido por objeto la desregulación comercial y arancelaria, la imposición del libre mercado, la desregulación financiera, fiscal y laboral, la no intervención del estado en materia de regulación económica y financiera, así como la privatización de sectores básicos de las economías nacionales. Por otro lado, el papel de los bancos centrales se ha convertido en el de un mero actor pasivo, pasando de prestar directamente dinero a los estados y a los ciudadanos, a contemplar de manera risueña cómo ese tránsito de flujo económico y sus intereses23 era capitalizado por la banca privada en su conjunto, lo que ha contribuido a que por ejemplo, en España, la deuda pública haya pasado del 7.3 por ciento en 1975 a más del 95 por ciento del PIB del país24, mientras que la deuda de las empresas ascendió desde 200.000 millones de euros, en el año 94, hasta los casi 900.000 millones de euros en la actualidad, y la de los hogares desde los 130.000 millones de euros hasta los más de 700.000 millones de euros en el mismo período25, lo que supone el mayor endeudamiento histórico que se ha dado en nuestra historia, y lo que es peor, un dogal terrible no solo para nosotros, sino para nuestros hijos y nietos, los cuales ya van a ser esclavos26, como nuestras generaciones coetáneas lo son, de aquellos a los que adeudamos, que no son otros que esas élites económicas de las que vengo hablando más arriba. Y lo anterior se ha impuesto como un dogma de fe cuyos pronósticos favorables para el interés general y el bien común de la población, lejos de cumplirse, se ha convertido, como he señalado anteriormente, en un fatalismo ineludible, bíblico, para la gran mayoría social.
    Sin embargo, este fatalismo (que sí lo es) no es ni ineludible ni bíblico. Para verlo y una vez aclarado el plural y el quiénes, pasemos ahora a abordar la tercera de las cuestiones: ¿qué tipo de pactos?
    La senda de acuerdos políticos y económicos que hasta aquí nos ha traído, en aras de un beneficio para la mayoría de las personas que viven en España, en Europa y en el planeta en su conjunto, debe cesar radicalmente. Como los datos demuestran, y por mucho que los cerriles discursos del poder político y mediático al servicio de los intereses de las élites27 se empeñen en defender, este tipo de acuerdos solo han beneficiado a una minoría de la cual se nutre la carroña que en su estela los ensalza y vanagloria, mientras que sin embargo no han sido saludables ni beneficiosos precisamente para la inmensa mayoría de personas (trabajadoras, desempleadas, jubiladas, autónomos y pequeños empresarios, funcionarios, juventud, infancia, etc.), como las cifras arriba expuestas lo demuestran. Por tanto, se hacen necesarios nuevos acuerdos que den la vuelta a la situación, detraigan de donde sobra acaparado y distribuyan donde hace falta, con la cuestión medioambiental siempre presente. Estos pactos han de tener lugar, independientemente de que haya una acogida bondadosa o no por parte de los poderes fácticos que hasta aquí han trazado las reglas del juego, y dentro de la esfera de los intereses contrapuestos a los de la élite dominante. La reforma fiscal, los impuestos sobre las herencias para las grandes riquezas, el aumento en el gravamen de las rentas de la propiedad para los grandes tenedores, el aumento de la gestión pública y la participación de los trabajadores en la toma de decisiones de las grandes empresas, la intervención del Estado en la planificación y regulación económica, la creación de una banca pública que directamente inyecte dinero en la economía, el desarrollo y la cobertura de las empresas nacionales en los diferentes sectores estratégicos esenciales para la vida de un país, por poner solo unos ejemplos, son cuestiones elementales que los nuevos pactos sociales, políticos y económicos deben traer aparejados. Y esto no es comunismo. Estas mismas medidas son las que los países occidentales, con Estados Unidos, Reino Unido y Alemania a la cabeza, acometieron en sus sociedades después de la segunda guerra mundial28 29. Estos pactos tienen que suponer efectivamente un cambio de régimen, por responder a lo que planteaba la semana pasada el líder de la oposición, Pablo Casado30. Un cambio de paradigma que sitúe en primer plano las necesidades de la mayoría social trabajadora, no los intereses de la minoría usurpadora, como hasta ahora ha venido ocurriendo; que revierta la máxima neoliberal “nacionalización de las pérdidas, capitalización de las ganancias”. Se trata de configurar unas alianzas que permitan establecer una hoja de ruta para rescatar a familias, empleos, salarios, servicios sociales públicos, derechos constitucionales y humanos, como el derecho a la vivienda, al trabajo, y a la educación, al desempleo, y en suma, unos acuerdos que sirvan para salvaguardar la democracia y los derechos y libertades de las constituciones que la vertebran. Se trata de proteger el interés general de la mayoría que se mide en realidades bien conocidas, no en mantras o dogmas de fe que se manifiestan en engaños repetidos hasta la saciedad.
    Evidentemente, el poder establecido se revelará, como así empieza ya a ocurrir dentro y fuera de nuestras fronteras con los movimientos que desde el centro y el norte de Europa se están dando en el seno de la Unión Europea, con Holanda, Finlandia y Alemania a la cabeza, y con el despliegue táctico y mediático que la derecha española está desarrollando en las últimas semanas, sin el menor escrúpulo ante la situación de pandemia y confinamiento en la que se encuentra la sociedad, volviéndose a situar del lado de las élites económicas para salvaguardar y aumentar sus cuotas de poder y riqueza. Ahora pues, se trata de que, dado que tenemos experiencia, no nos olvide de quiénes desarrollaron, promovieron y promocionaron las políticas que hasta aquí nos condujeron, de qué lado estamos y de qué lado están al objeto de concertar pactos. Acuerdos, sí, pero para nuestros intereses y bajo nuestras condiciones como mayoría social trabajadora.




11 Capital e Ideología, Editorial Deusto, 2019.
12 Capital e Ideología, página 41.
13 Capital e Ideología, página 36.
14 10 por ciento más rico.
15 Capital e Ideología, página 787.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Fantástico análisis, en la línea de los mejores comentaristas políticos y económicos que debería llegar a los líderes políticos, pero fundamentalmente a las insensatas cabezas malpensantes que aceptan toda la demagogia de los medios de comunicación del poder sin responder en la calle.

Rafael rosa dijo...

Gran analisis Sr alcazar. Vamos a ver ahora quien acepta estar presente en las negociaciones de dichos "pactos" y cual es el grado de compromiso que estan dispuestos a aceptar.

Anónimo dijo...

Gran analisis Sr alcazar. Veremos a ver quien esta presente en dichos "pactos" y hasta donde llega el grado de compromiso q estan dispuestos a aceptar.

tenti dijo...

El estudio de Jorge Alcázar ante el anuncio de pactos es más que un artículo un manual de situación actualizado. Gracias. Procuremos responder a tu esfuerzo con una lectura atenta que nos mueva.
Actuando en esta dirección de acuerdos para poner en el centro de los mismos la vida, los cuidados, la solidaridad, lo público...se celebró ayer un encuentro virtual: ECONOMÍA FEMINISTA, PARA NO VOLVER A LA “NORMALIDAD” ¡TODAS, TENEMOS DERECHO A VIVIR DIGNAMENTE!
En este enlace se puede ver el contenido del encuentro. https://www.youtube.com/channel/UC9HjJaFL016TWAA8zClLbtg
Recomendable el libro “Economía feminista. Desafíos, propuestas, alianzas”,
Salud y saludos