martes, 26 de octubre de 2021

De Felipe a Sánchez: volver a ser el partido del régimen

 

Fuente: PSOE

 

 Fuente: Nortes

Manolo Monereo 

 Algunos, pocos, siempre dijimos que Pedro Sánchez tenía un objetivo claro: ser el Felipe González de la nueva etapa de Felipe VI. El abrazo entre los dos ejemplifica muy bien esto. El PSOE ha sido verdaderamente el partido del régimen, no solo por los años que ha gobernado sino por su capacidad de asegurar un amplio consenso popular reforzando, a la vez, el poder de los que mandan y no se presentan a las elecciones. A esto se le llama centralidad. La presencia también de Pérez Rubalcaba dice mucho de la conexión profunda con la casa de los Borbones y con la operación que llevó a la salida del Rey Emérito. Se ha dicho que las derechas nunca ganan las elecciones; las pierde el PSOE, bien porque una parte de sus votantes pasa a la abstención, bien porque otros votan a formaciones políticas a su izquierda.

 Las condiciones de las que partía Pedro Sánchez eran muy singulares: descrédito del bipartidismo, 15M, emergencia y desarrollo de Podemos… Recuperar el Partido Socialista era especialmente complejo y lleno de dificultades. El secretario general de PSOE nunca se podemizó, se mimetizó y se camufló con una orientación más a la izquierda y con una disputa muy dura con el viejo aparato del partido. La imagen de la “troika” de los viejos discípulos de Pepe Blanco —Hernando, López, Sánchez— trabajando juntos de nuevo, expresa muy bien esta parábola de un PSOE que vuelve a su centralidad. La clave ha sido siempre la misma, que el Partido Socialista no tuviese un competidor sólido a su izquierda. Si se observa la trayectoria del Secretario se verá que su línea siempre ha sido la misma, reducir el espacio electoral de Unidas Podemos costase lo que costase. Los intentos de alianza con Ciudadanos y la convocatoria de nuevas elecciones se hicieron con este propósito. Solo cuando no quedaba otra posibilidad, se alió con una UP que ya no tenía la fuerza del pasado.

 El Congreso del PSOE en realidad ha sido una convención. Es típico de la forma-partido que progresivamente se va imponiendo en Europa. Los viejos Congresos de las fuerzas de izquierdas van desapareciendo, no hay debates de gestión, el programa político no es otra cosa que un conjunto de eslóganes electorales y las viejas discusiones sobre los estatutos desaparecen ante un liderazgo único, direcciones homogéneas y laminación de las minorías. Asombra la falta de grandeza, la carencia de ideas y la cruel monotonía en torno a un pensamiento único que sigue siendo dominante; para decirlo más claro: ni imaginación y ni principios. La referencia constante a la socialdemocracia nada dice. El tema da para mucho y, desde luego, un debate en serio sobre qué significa aquí y ahora esa vieja posición habría conseguido situar verdaderamente este Congreso más allá de lugares comunes y de significantes vacíos.

 

Lo que parece haber de fondo, tanto en el PSOE como en UP, es que después del COVID-19 se han acabado las políticas de austeridad y que retorna un nuevo keynesianismo; es decir, que las políticas reformistas en países como España tendrían el apoyo de la Unión Europea. Se pone como ejemplo la Next Generation, los fondos de recuperación. ¿Realmente la UE ha cambiado de política? No lo creo. Lo que sí sabemos —la Comisión lo ha recalcado siempre que ha podido— es que estos fondos son excepcionales y únicos y que las famosas cláusulas de Maastricht están suspendidas temporalmente. Lo lógico sería que la izquierda europea y los gobiernos del Sur de Europa estuviesen luchando en favor de una plataforma común para cambiar estas reglas y realizar políticas realmente keynesianas más allá de las palabras en vez de esperar a ver qué hace el próximo gobierno alemán. La recuperación-milagro llega con dificultades, no solo con la amenaza de inflación sino por el encarecimiento de materias primas, alimentos y energía y, sobre todo, por la ruptura de las cadenas de valor que tienen que ver con las múltiples fracturas de la globalización capitalista.

Pasado el Congreso del PSOE, garantizada su unidad esencial en torno a Sánchez, se han dado una serie de acontecimientos que amenazan con romper el gobierno de coalición y que han llevado a una crisis, una más, en Unidas Podemos. Me refiero a los acuerdos PSOE-PP para desbloquear algunas instituciones del Estado, la sustitución de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, como negociadora principal para la reforma laboral y la amenaza de querella criminal contra la presidenta del Congreso por no defender al diputado Alberto Rodríguez. Soy poco dado a las teorías de la conspiración. De que las hay, no tengo duda; simplemente creo que la política real no se puede explicar por ellas. La reafirmación del PSOE como la fuerza central del sistema político lleva implícito asegurar a los grandes poderes económicos que ciertas líneas rojas no se van a sobrepasar. No es casualidad que reforma de pensiones y del mercado laboral están especialmente vigiladas por la Comisión Europea y que son, además, rechazadas de una u otra forma por la gran patronal española.

 

La ministra Calviño no lo es por casualidad. Sánchez buscó a alguien de confianza para saber siempre los límites de sus políticas. Calviño representa en el gobierno de España a la UE; que gane poder e influencia significa que las demandas de los poderes económicos están siendo atendidas y que la Ministra de Economía va a cumplir con su tarea enérgicamente. La unanimidad de las fuerzas políticas en favor de la Unión Europea está siempre unida a la falta de información y a situar a esta como un simple actor externo. El Reino de España no es un Estado soberano, está obligado a negociar sus políticas con los órganos de la Unión y los Presupuestos Generales del Estado deben ser aprobados previamente por la Comisión. El comisario Gentiloni, que ha acudido en apoyo de la ministra Calviño, lo ha dicho con toda la claridad: nuestro gobierno se ha comprometido a determinadas políticas y si no las cumple, no recibirá los fondos y será sometido a un expediente previo; así de simple.

La decisión de sustituir a la ministra Yolanda Díaz como interlocutora básica en la negociación sobre la reforma laboral es una medida muy pensada de Pedro Sánchez. Tiene que ver con dos asuntos interrelacionados: la derogación —contenido y límites— de las contrarreformas laborales del PP, que como es sabido tienen el rechazo frontal de la patronal y, por otro lado, el excesivo protagonismo de una vicepresidenta que se está convirtiendo en la gran esperanza de una parte significativa de la izquierda y que, según Iván Redondo, puede terminar siendo posible alternativa para presidir el gobierno de España. Se trata, no hace falta subrayarlo, de un conflicto especialmente duro que expresa las nuevas y viejas contradicciones entre el PSOE y UP, y, lo que es más significativo, en la propia coalición. Como es fácil entrever, las dos cuestiones se comunican ampliamente.


Sánchez juega fuerte. Una ruptura del gobierno en este momento y por este motivo es difícil de explicar a la opinión pública en general y a la izquierda en particular. Ir a elecciones sin presupuestos y sin el maná europeo es, se tarde más o se tarde menos, darles la victoria a las derechas. Luego se debe tratar de otra cosa: ¿cuál? Dirigir el conflicto obligando a UP —y a los sindicatos— a una derogación débil de la reforma laboral del PP y, de paso, erosionar a la ministra en alza; si, además, se fractura Unidas Podemos, mucho mejor. Hipótesis del secretario socialista: que la coalición de izquierdas (UP) no tiene el coraje moral ni la fuerza política para poner en crisis al gobierno y, eventualmente, romper con él.

Yolanda Díaz sabe que está ante un pulso político crucial que llega antes de lo esperado. No puede ceder; entre otras muchas razones, porque esta batalla es la preparatoria de la decisiva, las pensiones. Si algo enseña la experiencia del movimiento obrero organizado es que las batallas del Palacio se ganan fuera, es decir, acudiendo a la opinión pública y negociando con luz y taquígrafos. La fuerza de una tribuna de la plebe siempre fue el apoyo de la ciudadanía, de las clases y familias trabajadoras; ser parte de ellas y nunca aislarse en territorios marcados por los amigos de los poderosos. El conflicto solo está en sus comienzos. Nos jugamos mucho.

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