lunes, 23 de junio de 2025

El Estado de Israel y la defensa del orden internacional basado en normas




Manolo Monereo
Colectivo Prometeo

Para Augusto Zamora R.

Se veía venir. Donald Trump ha decidido intervenir militarmente contra Irán para destruir su programa nuclear. No parece haberlo conseguido del todo, pero la escalada del conflicto se ha agravado y amenaza con generalizarlo más allá ―mucho más allá― de la zona. El “pacificador” cuando se mire a su espejo verá reflejado en él a Bush padre, Bush hijo, a Clinton y Hillary, a Obama y a él, sí, a él, al fracasado presidente que no logró cambiar nada y fue derrotado. Es la venganza de Biden: el “Estado profundo” no puede ser cambiado e Israel es una prioridad estratégica. La guerra civil larvada que vive EEUU se agravará y el planeta se acerca aún más a una tercera guerra mundial que se anuncia en cada conflicto, en cada movimiento de una partida estratégica que tiende a acotar los márgenes para maniobrar. Sigue asombrado en estas condiciones dramáticas, la doble vara de medir, el descaro de los operadores mediáticos en su defensa de Netanyahu y, sobre todo, la huida de la realidad de las clases dirigentes que (des) gobiernan la Unión Europea y a todos y cada uno de los gobiernos que la componen.

Recordemos. Desde el día 23 de febrero de 2022, fecha de la intervención rusa en Ucrania, todos los grandes medios y sus replicantes insistieron una y otra vez en una idea central: siempre hay que distinguir entre agresor y agredido. Es una de las claves del orden internacional basado en normas. Rusia era la agresora y Ucrania era la agredida. No había razones que justificaran el ataque. Se insistió también en que la intervención rusa no fue provocada. Nunca importó el golpe de Estado contra un gobierno legítimo, tampoco era relevante la creciente opresión contra la población culturalmente rusa y, mucho menos, aducir la creciente fascistización de las fuerzas armadas y de la política ucraniana. Por último, se indicó que no había justificación político-militar para un ataque preventivo. Este argumentario se ha repetido hasta la saciedad para demonizar a Rusia y criminalizar a su presidente. La conclusión: el orden internacional basado en normas, entendido como una conquista de la civilización occidental, estaba en peligro y había que rearmarse, incrementar sustancialmente los gastos militares y prepararse para la guerra contra Rusia.

El Estado de Israel antes, durante y después del 7 de octubre de 2023, fecha del ataque de la resistencia armada palestina, ha venido actuando como si dicho orden internacional y sus normas no le fuesen aplicables o que gozara un poder punitivo singular más allá de las reglas previstas en la Carta de las Naciones Unidas. El Estado hebreo parece tener autorización para realizar asesinatos extrajudiciales en cualquier lugar del mundo, agredir militarmente a Estados soberanos o incumplir sistemáticamente las resoluciones de las Naciones Unidas sobre los derechos legítimos del pueblo palestino. Los dirigentes sionistas, para justificar las violaciones de la legalidad internacional, aducen permanentemente el derecho a defender y garantizar la seguridad de su pueblo y de su nación. La respuesta a los que cuestionan estas actuaciones es siempre la misma: antisemitismo, odio al pueblo judío y amparo al terrorismo. Hay pocas dudas, a pesar de la propaganda en favor de Netanyahu, de que el pueblo palestino está sufriendo un verdadero genocidio televisado en directo para gobiernos y poblaciones que parecen aceptarlo, normalizarlo, o que no tienen coraje moral de oponerse a él. No entraré en detalles, son conocidos. Lo más grave es que los dirigentes norteamericanos, de la Unión Europea, de eso que se ha venido en llamar el Occidente colectivo, siguen defendiendo el derecho de Israel intervenir militarmente, bombardear, ocupar Siria, Líbano, Irak, Irán…

Ahora, Netanyahu ha decidido declarar la guerra total a un Estado soberano como Irán que nos sitúa ante un conflicto de grandes dimensiones que puede cambiar la geopolítica mundial. La línea entre agresor y agredido es ahora más tenue, menos clara, menos definitoria, casi inexistente. El canciller alemán lo ha dicho con toda claridad: Israel está haciendo nuestro trabajo sucio contra Irán. Si Irán no renuncia a su programa nuclear, debe ser destruido. ¿Quién decide que un país está incumpliendo el Tratado de No Proliferación Nuclear o incumple gravemente la carta de las Naciones Unidas? ¿Quién decide que un país tiene que ser castigado, bombardeado y ocupado? Israel y su Estado cómplice norteamericano. Dicho de otro modo, el derecho internacional ha sido suspendido y se impone un Estado de excepción global. La intervención militar decidida por Donald Trump contra las instalaciones básicas del programa nuclear iraní es una demostración más de la verdadera naturaleza de eso que se ha dado en llamar “Orden Internacional basado en normas”. En las relaciones internacionales la fuerza es también una fuente del derecho.

Lo más significativo es que tanto la directora de Inteligencia Nacional norteamericana, Tulsi Gabbard, como Rafael Grossi, director general de la Agencia de la Energía Atómica, afirman categóricamente que no hay datos reales de que Irán esté preparando la bomba nuclear. ¿Estamos ante una nueva versión de aquella mentira superlativa de las “armas de destrucción masiva” que supuestamente tenía Irak como afirmaron el famoso “trio de las Azores” y que los medios hicieron suya con una férrea unanimidad? Claramente. ¿Cuál es el objetivo político del ataque de Israel contra Irán? Imponer un cambio de régimen, poner fin al Estado persa. La famosa bomba nuclear de iraní (Netanyahu lleva treinta años; sí, 30 años anunciándola) es un pretexto para justificar las enormes dimensiones del objetivo político a conseguir. Lo paradójico que esconden los grandes medios y sus replicantes, es que el único Estado que tiene armas nucleares en la zona (alrededor de 90 ojivas, según el SIPRI) es Israel, país que no ha ratificado el Tratado de No proliferación Nuclear y que no admite la presencia de observadores de la Agencia Internacional en los lugares en los que produce y se desarrolla dicho armamento. Este es el verdadero “trabajo sucio” que Israel realiza para el Occidente colectivo del que hablaba el canciller alemán Merz y la razón última de su autorización para violar las leyes internacionales, solo comparable a la de su mentor y aliado EEUU.


Netanyahu anda pidiendo una tregua. Esta vez las cosas no han salido como se esperaba y ha tenido que salir Trump al rescate. ¿Qué ha sucedido?: que, a pesar del ataque por sorpresa, del asesinato de la plana mayor de las fuerzas armadas y de los científicos más destacados del programa nuclear iraní, la capacidad estratégico-ofensiva persa sigue en pie y, lo más importante, que parecen tener reservas para continuar la resistencia. Irán responderá y será proporcional a la agresión recibida. La escalada seguirá. Hay una lección que Irán sacará de este ataque conjunto de Israel y EEUU, que la condición de su soberanía y del equilibrio de poder en la zona es tener de verdad armamento nuclear. Hace ya algunos años, el conocido especialista norteamericano en relaciones internacionales John J. Mearsheimer, defendió una posición parecida para escándalo de la academia.

El orden internacional basado en normas, es la PAX norteamericana, el dominio del Occidente colectivo. El ordenamiento jurídico internacional como todo ordenamiento presupone normas, mecanismos de resolución de conflictos y órganos legitimados para imponer sanciones. El orden internacional y sus normas son otra cosa: suplanta y suspende el Derecho Internacional y a la Carta de las Naciones Unidas. ¿Quién define las normas? Los EEUU; ¿Quién las interpreta? Los EEUU; ¿Quién tiene el poder exclusivo para agredir, invadir y ocupar a cualquier Estado al margen de la legalidad internacional? Los EEUU. Hay que añadir siempre, por delegación, el Estado de Israel, en su dura tarea de seguir haciendo el trabajo sucio para otros, este es cada vez más su papel en este mundo en transición geopolítica. Mientras las guerras y los conflictos se agravan y se extienden. La vieja comadrona de la historia sigue ahí.

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