Manolo Monereo
Colectivo Prometeo
Aparentemente, del Presidente norteamericano depende la próxima decisión estratégica y sus consecuencias. Haga lo que haga tendrá costes; algunos pueden ser muy graves y lo fundamental es que delimitará la fase. La partida está ya muy definida. El núcleo duro de la Unión Europea (Alemania, Francia y el Reino Unido desde fuera) está dispuesto a aceptar todas las exigencias de Trump (incluida las más humillantes) siempre que continúe la guerra y, claro está, seguir escalando. El supuesto básico es que los rusos no se atreverán a usar armas nucleares; se les puede, si no ganar, sí al menos, conseguir una paz asumible, vendible. En esto tampoco hay que equivocarse, debe ser un acuerdo que no se puede interpretarse como una derrota de la OTAN y de la UE. Zelenski no tiene autonomía y sus márgenes de maniobra se estrechan dramáticamente. La guerra en sus actuales dimensiones, repito, en sus actuales dimensiones, la tiene perdida. El frente está al borde del derrumbe y la retaguardia, incluidos los sectores más duros de la extrema derecha, están cansados y con una moral muy debilitada. Su fuerza es la alianza (la coalición de los “necesitados” de Trump) con Von der Leyen, Merz, Macron y Stamer.
El papel de Rusia es más complejo. Putin se sabe fuerte. Está ganando en el frente político-militar, las sanciones no han debilitado la estructura económico-productiva de Rusia; más bien al contrario, ha reforzado el papel dirigente y estratégico del Estado, reduciendo el peso de los sectores oligárquicos y propiciando una reindustrialización del país al servicio de su autonomía estratégica. Su liderazgo se ha fortalecido mucho en estos años. Si algo caracteriza al Presidente ruso es su prudencia y no dejarse llevar por las buenas noticias. Tarda en decidir e intenta, previamente, sopesar todas las variables desde una información meticulosa y detallada. ¿Cómo interpreta a Trump? No es fácil saberlo. Mi hipótesis es que lo piensa como el reflejo de bloque de fuerzas contradictorio, en pugna constante y en conflicto con, lo diremos así, el “Estado profundo” norteamericano. Putin cree que hay posibilidades de un acuerdo con él, más allá de Ucrania y, hasta cierto punto, de esta Europa que representa la UE. Dicho esto, hay que matizar inmediatamente: la posibilidad de un pacto en estas condiciones nunca estará garantizado del todo y siempre será reversible. No es personal, no es Trump, es una superpotencia en crisis y sus (contradictorias) dinámicas.
La personalidad política del Presidente de los EEUU es (auto)conscientemente contradictoria. Su obsesión por controlar la agenda pública, su afición a la maniobra, a los golpes bajos y un estilo de negociación propio de una banda marsellesa no le impide, más bien al contrario, tener posición política y fortalecerse en ella. Su problema es otro, a saber, neutralizar a una parte sustancial del poder, de los poderes, que se oponen a su política y que están presentes en su propio equipo. ¿Qué política de Trump entre amenazas, desplantes y aranceles? Los EEUU, como toda potencia en declive, tiene dos grandes alternativas, moduladas -es fundamental- por el factor tiempo. Una, oponerse con todo su poder a los que cuestionan su hegemonía e intentan revisar el orden y las reglas impuestas, no lo olvidemos, por una victoria político-militar, económica y cultural. Dos, aprovechar su ventaja relativa para gobernar la transición hacia un mundo multipolar; es decir, hacia un Nuevo Orden Internacional. Mi opinión es que el Presidente, a trancas y barrancas, está desde siempre por esta última posición. Otra cosa es que la pueda llevar a cabo o que se lo consientan. Esto siempre lo supieron Biden y Hilary Clinton.
El Donald Trump del segundo mandato sabe algo más: oponerse política y militarmente a la emergencia de un nuevo orden ha sido un fracaso, ha debitado aún más a los EEUU, mostrado todas sus carencias industriales, tecnológicas y, lo peor, ha dividido duramente a la sociedad norteamericana. En el centro del debate, la globalización neoliberal y su paradoja, al menos para el Presidente, ha fortalecido el control del capitalismo norteamericano sobre el Occidente colectivo y está destruyendo a los EEUU como Nación y Estado. Esto es tan evidente, que hay voces significativas en su equipo que cuestionan el seguir defendiendo el dólar como moneda de reserva internacional.
La apuesta por gobernar la transición tiene fundamentos racionales; significa, en primer lugar, partir de la ventaja, relativa pero real, de los norteamericanos tanto por su control de las finanzas internacionales como por la amplitud y consistencia de sus alianzas y, sobre todo, por su fortaleza político-militar. Occidente colectivo, hoy por hoy, es el poder establecido y luchara hasta el final por él. Olvidar esto es confundir los sueños con la realidad. En segundo lugar, gobernar la transición no hace al mundo más seguro ni menos peligroso, más bien al contrario: Trump sabe que tiene que contar con las otras potencias y que tendrá que establecer relaciones basadas en el conflicto y en la cooperación, donde los compromisos serán flexibles y muchas veces volátiles, y que los enfrentamientos armados y las guerras estarán siempre presentes, como realidad o como posibilidad; más guerras “calientes” que “frías”.
El tiempo de las grandes declaraciones ideológicas de nuestros políticos y de nuestros sesudos analistas está pasando. Siguen ahí, pero el tono está cambiando, es verdad, entre lágrimas y lamentos. Ahora el enemigo favorito es Trump, él es el culpable de todo. ¡Con lo bien que nos iba antes!, ¡cuánta unidad había con Biden! Este es el problema. Ir en alianza con una gran potencia, subordinarse a su estrategia político-militar siempre es problemático, sobre todo cuando se está, como ahora, en un cambio de época. Los EEUU tienen la costumbre de defender sus intereses, girar cuando le es conveniente y de cobrarse, además, unos tributos cada vez más vastos en pago a su protección pasada, presente y futura. Los aliados europeos (la coalición de los necesitados, sobre todo) exigen que esa protección sea efectiva, clara, rotunda, continuando la guerra iniciada por la anterior Administración para derrotar al enemigo existencial ruso.
Seria bueno escuchar los consejos del siempre lucido Marco d’Eramo. Comienza: ”Ninguna clase dirigente que detenta el poder está dispuesta a cederlo o a ver como disminuye y, mucho menos, a presenciar como desaparece”; continua: “El debate entre las diferentes facciones de las clases dirigentes siempre girará en torno al modo de gestionar el imperio, a la estrategia para fortalecerlo y a las tácticas para expandirlo” Concluye “Y, por regla general, cada una de las facciones enfrentadas acusará a la otra de aplicar políticas que debilitan al imperio y conducen a su desaparición”. El razonamiento, se entenderá, va dirigido contra aquellos sectores de la opinión pública europea que se esfuerzan en distinguir entre malos y menos malos imperialistas o, diríamos nosotros, entre liberales y autoritarios de un país-continente en crisis. El artículo del conocido analista italiano (Diario Red 24/8/25. ”No existe algo así como la sociedad estadounidense”) daría para más comentarios, para acuerdos y para algún desacuerdo, pero enseña más que un manual de relaciones internacionales al uso y da perspectiva para situarse en este mundo en transición. No es poco.
Volvamos al principio. Parece que Trump marcará la orientación y el sentido de la partida (estratégica) en juego. Insisto, no hay que dejarse confundir por las palabras. Los necesitados (Merz y compañía) no quieren sentarse a negociar y aspiraban, antes que nada, a un alto el fuego incondicional e inmediato. Tiene su lógica: están perdiendo en el campo de batalla, el frente emite señales inquietantes y, lo decisivo, Trump, una vez más, cambió de opinión; todo ello, después de las denigrantes concesiones hechas. Sentarse a negociar significa partir de una agenda rusa, ellos lo saben, ganada política y militarmente. Públicamente, no pueden negarse; tampoco enfrentarse a un Trump siempre colérico y mandón. Su táctica es más fina: centrarse en las condiciones de seguridad de Ucrania, hacerlas tan sobresalientes que las hagan inaceptables para Rusia e impidan la negociación de una salida pacífica al conflicto entre la OTAN y Rusia, que es de lo que se trata. Es decir, escalar y ampliar los “limites” de una guerra cada vez menos limitada.
La diplomacia rusa está al tanto de la jugada y maniobra. Quiere cumplir lo acordado en Alaska con Trump y, a la vez, no dejarse enredar por las fintas que sabiamente les prepara el MI6. Zelenski entiende perfectamente que no habrá, ni a dos ni a tres, una reunión con Putin, por eso la pide; de haberla, sería solo para concretar los últimos detalles de un acuerdo ya muy perfilado. Es más, para los rusos la legalidad de un pacto firmado con el actual Presidente ucraniano es algo más que dudosa si se atiende el sistema jurídico-constitucional ya que no prevé la suspensión de las elecciones presidenciales en situaciones de emergencia. Los rusos, después de los (incumplidos) acuerdos Minsk 1 y 2, se han vuelto muy, digámoslo así, meticulosos con las formalidades. Lavrov seguirá exigiendo negociaciones con Ucrania, la fijación de una agenda clara y un calendario adecuado. La otra parte, intentará agradar al Presidente estadounidense, proseguirá con sus acusaciones de que Putin no quiere negociar y, lo fundamental, ganar tiempo para hacer fracasar lo pactado de Alaska. Mientras, la ofensiva rusa continuará. La situación no durará mucho.
La amenaza del Presidente de los EEUU es clara: replegarse y que la UE y Rusia resuelvan sus problemas. Si nos atenemos a las declaraciones de los dirigentes europeos sería el mayor de los males ¿Consecuencias? La guerra se generalizaría y el gobierno ucraniano usaría las armas disponibles para atacar a Rusia en profundidad, incluidas instalaciones nucleares estratégicas (militares y energéticas) infraestructuras claves y centros de decisión fundamentales ¿La respuesta de Rusia? Mejor no elucubrar demasiado. Sabemos que será algo más que proporcional. Con un detalle añadido: la revolución tecnológico-militar que está desarrollando Rusia, supera, en muchos sentidos, la rígida separación entre armas nucleares y armas convencionales cuando se trata misiles de nivel intermedio; dicho de otra forma, los resultados de un ataque, por ejemplo, con un Oreshnik equipado con ojivas convencionales pueden tener militarmente las mismas consecuencias que si portara dispositivos nucleares. Este se probó ya en Ucrania.
Si Trump se repliega, habrá escalada militar; si no se llega a un acuerdo con Rusia, también. ¿Será esta la jugada de los dirigentes de la Unión Europea? Pronto se verá.
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