Remedios Copa
Colectivo Prometeo
Lo que ocurre en el día a día tiene poco que ver con el relato que nos están contando. Las verdaderas tragedias, aquello que sufren en nuestros días millones de personas, no constituyen el tema del día en los medios, en los “seudodebates” de tertulianos “todólogos” ni en el seno de los partidos políticos o en el listado de prioridades de los gobiernos.
Si el relato sobre las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial señalara las grandes contradicciones y los riesgos que subyacen al uso y abuso de ambos avances, (cuando su desarrollo no tiene en cuenta la ética, las limitaciones que impone la realidad de los recursos finitos del planeta, los riesgos derivados de la contaminación y deterioro del medioambiente y el calentamiento global que su extracción, procesamiento, impacto de su utilización y la posterior gestión de los residuos), es muy probable que las bondades que efectivamente tiene su desarrollo frenaran el enfoque actual y lo recondujeran a un objetivo más racional y equilibrado.
Cuando falla la ética y lo único que importa es el beneficio, nos podemos encontrar con situaciones que revelan la explotación extractivista, el fraude social, la desigualdad y el aumento de la pobreza en el mundo, conviviendo con un número preocupante de situaciones de esclavitud laboral.
Y las nuevas tecnologías no están exentas de estas dolencias, entre otras.
Un ejemplo de dichas consecuencias y contradicciones lo podemos observar en una situación real de la que apenas se habla y no gozó de difusión en los medios de comunicación, tal vez porque esta, (igual que otras situaciones oportunamente “olvidadas”), toca el núcleo sensible de las tecnologías avanzadas y de los estamentos sociales que las implementan y rentabilizan, e incluso de quienes pueden permitirse el lujo de acceder a ellas; es decir las clases privilegiadas.
Pero en el caso que nos ocupa trata de la explotación fraudulenta de una mina de oro en Sudáfrica, concretamente Stilfontein, a 150 km al sud-oeste de Johannesburg, La justicia sudafricana ha tenido que obligar al Gobierno a salvar a cientos de mineros atrapados en una mina de oro clandestina. El Gobierno se negaba a rescatarlos por considerar a estos mineros ilegales como “criminales”.
Ha sacado de la mina a unos cien supervivientes y 60 cadáveres, pero dentro de la mina aún quedan muchos más. Como dice Esther Oliver, “la parte irónica es que han grabado vídeos con sus móviles, la misma tecnología culpable de su tragedia”.
Con el desarrollo de las nuevas tecnologías pasa algo parecido a como se nos vendió lo maravilloso de la deslocalización de las empresas hacia países con mano de obra más barata y en los que no faltaba la explotación laboral desalmada e incluso se detectaron situaciones de esclavitud y secuestro de personas para su explotación laboral. Recordemos por ejemplo los trabajadores murieron quemados dentro de la fábrica en la que trabajaban en la India, porque cuando quisieron escapar del fuego no pudieron hacerlo debido a que las puertas estaban cerradas desde fuera por los dueños del negocio.
En su día, no fueron pocas las empresas que recibieron subvenciones de dinero público para su traslado a otros países con peores condiciones laborales y sin penalización por la contaminación que pudieran ocasionar. El paro que siguió a su deslocalización lo pagó nuestra sociedad, así como la falta de capacidad propia para abastecer la demanda de productos en nuestra sociedad, tal como se demostró durante la pandemia de Covid-19. Pero estos pequeños ejemplos no son más que la punta del iceberg. Producir en esas condiciones contribuye al empeoramiento del calentamiento global entre otros efectos nocivos para todos en el planeta.
Algo parecido está ocurriendo ahora con la energía nuclear, en la que se piensa como alternativa a la gran demanda energética que requieren las nuevas tecnologías y la robótica. Ahora tratan de presentarla como la panacea para frenar el cambio climático pero esa no es más que la máscara que esconde otro objetivo. Para nada mencionan la escasez de uranio o los aspectos negativos tales como los derivados de accidentes como los ocurridos en Fukusima, Chernobyl, Kyshtym, Three Mile Island, o Windscale; tampoco hablan del problema de los residuos nucleares ni de su coste, o de los riesgos de explosiones en cadena ante un bombardeo nuclear producto de las guerras.
Siguiendo con la cuestión de la energía, como señala Antonio Turiel, 2024 ha sido un año de calma relativa, pero bastante agitado en cuanto a problemas ambientales y sociales.
También en España hemos experimentado los efectos extremos derivados del cambio climático y sus repercusiones sociales, humanas y económicas, a las que no faltaron las trifulcas oportunistas por parte de políticos que intentan echar balones fuera y eludir sus responsabilidades pero siguen desoyendo el clamor popular sobre sus actos y su responsabilidad en la actuación y también por la falta de voluntad para un proyecto de prevención de cara al futuro.
Turiel apunta que la escasez de la energía se está manifestando cada vez con más fuerza en países de Latinoamérica y África, pero poco a poco se dejan sentir en la confiada Europa en los problemas de la cadena de suministros y el encarecimiento de todo tipo de materias primas. El aumento de temperatura hace temer el paso a un punto de no retorno debido al aumento de la temperatura en la atmósfera y en los océanos. Señala entre los post destacados en el último año “Si no es ahora será después” y resalta la inquietud por una posible detención de la AMOC, por lo que señala el post anterior y “Si nuestra supervivencia fuera importante”.
Si la supervivencia de Galicia fuera importante para quienes nos gobiernan, proyectos como ALTRI nunca se deberían haber considerado siquiera; y que el Gobierno de la Xunta, con mayoría del PP, se posicione con ALTRI en contra de los intereses de Galicia y el clamor de la ciudadanía también invita a investigar detrás de la máscara.
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