domingo, 20 de julio de 2025

Después de Sánchez,¿qué?



Manolo Monereo 
Colectivo Prometeo 


Parece que la mayoría de gobierno y aquellos que lo apoyan se han tranquilizado; Pedro Sánchez, cada vez más demacrado, resiste y no habrá elecciones. Tezanos sabe su oficio: ir a las urnas ahora es dar el gobierno a las derechas unificadas. Todo menos eso, se repite una y otra vez. La pregunta hay que hacerla: ¿hay un plan alternativo para revertir la situación? ¿Resistir por resistir? ¿El tiempo todo lo cura? No sabemos las dimensiones de la corrupción y hasta qué punto el PSOE está implicado; también desconocemos si algunos de los procesados “colaborará” con la fiscalía y delatará a posibles cómplices. Todo está muy abierto. Feijóo actúa con fiereza, mordiendo a una presa que cree, ¡por fin!, abatible. Abascal a lo suyo: apostando al medio plazo y, sobre todo, intentando crear un espacio político propio autónomo de la “derechita cobarde”. Hay una pequeña luz en el túnel: el ínclito Montoro ha sido procesado. Resistencia ante unos telediarios cada vez más adversos.

Pensar al ritmo de los medios, dejarse mover por un día a día cada vez volátil, no tener criterios claros para la fase política que vivimos es ir derechos a la derrota. No hay estrategia y se va por detrás de los acontecimientos, que, a su vez, los gobiernan los juzgados. Esto ya lo conocimos con el PSOE y con el PP. Tiempo, ¿para qué? El escenario europeo e internacional no invita al optimismo. La palabra clave es militarización de la política y de la sociedad, rearme general, incremento de la deuda pública y cuestionamiento a fondo de lo que va quedando del Estado Social. Putin como enemigo está funcionando bien, hasta muy bien; las élites dirigentes siguen pensando que es una buena cobertura para legitimar una mayor centralización del poder en una Unión Europea dirigida políticamente por la OTAN, reconvertir el viejo aparato productivo del núcleo central dominado por Alemania y, sobre todo, alinearse más que nunca con unos EEUU que exigen apremiantemente el pago inmediato del coste de su protección pasada, presente y futura. Nada es gratis.

No hace mucho, Wolfgang Mönchau hablaba, en otro contexto, de la importancia de tener estrategia clara y poner a su servicio una táctica adecuada, de no dejarse gobernar por una agenda impuesta por las varias oposiciones. Desde la izquierda alemana, Michael Brie reclamaba un debate estratégico ante un cambio de época. De eso se trata. Y del fin, digámoslo con franqueza, del ciclo político del gobierno de Pedro Sánchez. Hay que hacerse las preguntas adecuadas: ¿qué quedará del PSOE? ¿Qué quedará de lo poco que hay ya a su izquierda? ¿Cómo afrontar la reconstrucción de un proyecto alternativo de poder y de sociedad en las condiciones de una larga, agotadora y compleja travesía del desierto? Ahora se juega a verlas venir dirigidos y al lado del superviviente Sánchez. Todo menos elecciones. Ganar tiempo, ¿para qué? El debate hay que abrirlo ahora. El problema es claro y distinto: el fin del gobierno de Sánchez puede ser el fin de la izquierda en nuestro país. Se puede vivir sin izquierda; miremos a nuestro alrededor.

Para entender lo que pasa hace falta entender cuatro asuntos que andan sueltos y que conviene volverlos a relacionar. Primero, el agotamiento histórico de lo que fue el 15M y el fracaso de Podemos como alternativa al bipartidismo
Segundo, el secesionismo catalán y el surgimiento de un nacionalismo español de masas entorno a Vox.
Tercero, las derechas mayoritarias en la sociedad y en la política, y el gobierno a la defensiva y sin proyecto. 
Cuarto, unos poderes facticos que han decidido poner fin a este gobierno para entran en una nueva etapa. Son cuatro cuestiones, dos del reciente pasado que determinan, en gran medida, el presente y dos sobrevenidas que lo cambian. Siempre se puede afinar más.
¿Qué las une? La crisis de régimen. Se puede decir que eso ya pasó; no lo creo, sigue ahí, pero en otra clave. Dicho de otra forma, ya no viene por la izquierda, por la defensa y desarrollo de la democracia, ahora viene por la derecha, por el cambio de la Constitución real y por la restricción de las libertades públicas y los derechos sociales. Estamos, aquí y ahora, ante un proceso destituyente y mientras, lo que queda de la izquierda, mirando al cielo y rogando a los dioses que Pedro Sánchez dure. No parece mucho.

El régimen del 78 lleva cambiando desde hace tiempo y dentro de poco, cambiará más. Está pasando en todas partes, en todos los Estados. 
La Unión Europea juega su papel hacia dentro (derogando el constitucionalismo social e imponiendo un liberalismo cada vez más autoritario) y hacia afuera (militarizándose y profundizando en la dependencia de los EEUU). Es curioso, tanto hablar de Europa y blandir el europeísmo como arma, para no relacionar, en lo concreto, la UE y sus políticas, y la crisis de las democracias constitucionales en los Estados individualmente considerados. Con la erosión y la desintegración de la soberanía popular las democracias realmente existentes se convierten en “comunidades autónomas” de una forma de dominio (la Unión Europea) esencialmente autoritaria, firmemente controlada por los grandes poderes corporativos financieros y cada vez más subalterna de un Occidente colectivo dirigido por Donald Trump. Para (re)comenzar hay mirar la realidad tal como es y no confundir deseos con realidades.

Hay que ir al fondo: ¿por qué los poderes facticos han decido poner fin al gobierno de Pedro Sánchez? La respuesta inmediata: porque no están de acuerdo con sus políticas. No hablo del tema de la corrupción; para los que mandan y no se presentan a las elecciones, la corrupción es funcional a sus intereses y la vienen practicando desde siempre. Periódicamente sus medios, siempre sus medios, la hacen emerger y consiguen intervenir decisivamente en la vida pública. El negocio es completo: comprando a los políticos consiguen amplios beneficios, neutralizan a los partidos críticos con el sistema de poder y, maravilla, ponen de manifiesto ante las clases populares que la política es corrupta por definición; que todos son iguales y que lo mejor es el sálvese quien pueda. Idea central: en la política no hay salvación y en la acción colectiva, menos. Rizando el rizo: ¿por qué no votar a los ricos? ¿Por qué no votar a los señoritos? ¿Por qué no votar a los que ya tienen poder? Ellos se corrompen, sí, sin duda, pero al menos hacen algo. El “Estado de Obras” dejó poso cultural y siempre vuelve cuando la política, la de verdad, como ética de lo colectivo, como autodeterminación democrática y programa, entra en crisis.

El asunto, parece claro: los que mandan han decido que Pedro Sánchez ya ha cumplido su papel y que hace falta alinearse con una UE en proceso, el enésimo, de refundación y giro radical, insisto, hacia la militarización; ese es el dato políticamente relevante y que marcará la fase. 
No hay que engañarse ni engañar. No echan al gobierno de coalición porque haya realizado políticas que democraticen sustancialmente las relaciones sociales de poder, que modifiquen en sentido progresivo el modelo productivo dominante, que promoviera los derechos de las mayorías sociales o una redistribución real de la renta y la riqueza del país. Ellos, los que mandan, saben que no es así. Lo echan porque es necesario y urgente un giro radical hacia la derecha, cumplir las directivas que vienen de arriba (OTAN, UE, EEUU), imponer políticas de austeridad para garantizar el rearme y, sobre todo, reducir el gasto social. A mi juicio, este gobierno de VOX y del PP buscará limitar el poder contractual de las clases populares, debilitar aún más el papel de los sindicatos y acelerar la deconstrucción del Estado Social. VOX, desde el gobierno o desde la oposición, le dará un sesgo especial; a saber, profundizar desde el gobierno la batalla cultural desde posiciones nacional-católicas, promover y ejercer un fuerte “liberalismo autoritario” combinado, como siempre, con nacionalismo español de consumo interno y dependencia, clara y nítida, de la UE y, sobre todo, de EEUU y de la OTAN. Georgia Meloni, enseña mucho.

Siempre se olvida un dato esencial. El neoliberalismo fue y es una (contra)revolución de masas contra las conquistas históricas de las clases trabajadoras. Su objetivo conseguir que su modelo económico y de poder fuese irreversible. Lo lograron en todas partes. Lo que viene ahora es otra cosa, una forma de liberalismo fuertemente autoritario que pretende cancelar a las clases trabajadoras como sujeto político y cultural, poner fin al conflicto social y a los derechos laborales en la empresa.
El nuevo régimen que llega se parecerá mucho a una “democracia militante” que prohíba las fuerzas extremistas y que deje a Santiago Abascal la definición de lo que es o debería ser una democracia puesta al día.

El “soberanismo” de las derechas duras es postizo: oponerse a los efectos y defender fanáticamente las causas. Trump, Meloni, Abascal ganan fuerza, obtienen votos por oponerse a las consecuencias de las políticas neoliberales y, paradoja de las paradojas, que ellos defienden mucho más allá que los (neo)liberales. 
Ellos, las derechas extremas, son el recambio necesario de esta UE dirigida por la OTAN. Los llamados federalistas europeos no acaban de entender (el PSOE el primero) que ellos legitiman una “Europa otra” que conduce inevitablemente a gobiernos “pro Trump”. ¿Quién mejor que ellos para representarlo?

Vuelvo al principio. Sigo debatiendo mucho sobre el gobierno de Sánchez en estos días. Escucho el mismo discurso: Sánchez es fundamental y debe continuar sí o sí; todo menos elecciones. ¿Tiene algún plan? No parece. ¿Pasará a la ofensiva? No está claro. Lo de Montoro , creen que le da un poco de oxígeno, se gana tiempo. ¿Tiempo para hacer qué cosa? No podemos ir por separado a las elecciones, sería una tragedia. Los más realistas, apuestan por aprovechar este tiempo para construir algo. Hay coincidencia en el diagnóstico: por abajo hay cada vez menos organización, menos militancia y los vínculos sociales se están perdiendo. La economía de la organización es debilísima y lo único, que nos queda –poco- es los medios de comunicación ligados a la acción de gobierno.

Hay que tomar decisiones. O el gobierno pasa a lo ofensiva en los temas centrales (guerra, rearme, derechos sociales y laborales, democratización del poder judicial) o mejor dejarlo ya y pasar a la oposición. No es fácil, pero hay que dar una señal clara de que se está por otra cosa y que se afrontan los retos de frente, con coraje y con firmeza. No se trata de dejar caer al gobierno sino de defender una propuesta coherente y, lo fundamental, dedicar todas las energías de las que se disponen en la construcción de un programa alternativo. Es el momento, luego será demasiado tarde. ¿Construir sobre la derrota? ¿Se lo imaginan?




El ¿qué hacer? es ahora dramático. El problema más complejo es afrontar un cambio de época que obliga a un nuevo comienzo, a la fundación de un entero proyecto histórico y, a la vez, responder a las necesidades, urgentes y decisivas, de un fin de ciclo político español marcado por la debilidad, la fragmentación y la carencia de ideas. Algunos piensan que no hay mimbres. No lo creo. La primera tarea será poner fin a la resignación, romper con la consciencia de que no hay alternativa y que estamos condenados, una vez más, a perder.

Hace una semana Héctor Illueca hablaba de construir un “tercer espacio” político frente al bibloquismo partidista dominante. Hay mucha verdad en ello. Ahora es el momento de la autonomía, de la unidad y de la diferenciación, de la construcción de un nuevo sujeto político, de un espacio democrático-socialista, republicano y plebeyo. En su centro: un programa para la acción consciente, colectivamente organizado y una propuesta unitaria solvente. Las batallas que no se dan se pierden siempre. Seguimos.

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