Hace unos días y a través de YouTube me llegó una escena
que, analizada fríamente, contenía pocas dosis de patriotismo y muchas de
patetismo.
En lo que podía ser el equivalente
a un patio de armas, un oficial arengaba (metafóricamente, también martirizaba)
a unas decenas de soldados formados bajo un sol de justicia.
El alto mando, a tenor del
medallero que lucía en la pechera, lanzaba un discurso plúmbeo y previsible,
similar al cúmulo de lugares comunes que se suelen proclamar en estos casos. Pero
al final, puede porque se viniera arriba, o porque también a él le hacía
estragos el sol, remató con tres frases que, aunque sonaran en su cerebro a un
discurso de la película “Raza”,
guionizada por Jaime Andrade ( pseudónimo que ocultaba al “talentoso escritor”
y mejor carnicero Francisco Franco), a quienes las oímos sin el tamiz del
“ patrioterismo” nos sonaron, al sopesarlas en conjunto, a chiste de Gila.
La primera, por si sola, podía
pasar sin problemas el filtro. Se trataba de la consabida “¡Viva España!”. Y ahí,
en la idea de que a nuestro país le vaya bien, podemos coincidir todos. Aunque
la discrepancia se daría a la hora de definir el concepto “España” pues amar a
la patria se puede hacer venerando exclusivamente una bandera o intentando construir una sociedad más justa e igualitaria.
La segunda, (en ámbitos castrenses
suele acompañar a la primera) fue: ”¡Viva el Rey!”. Aunque me da la impresión de que,
por la edad del arengador, la frase también la ha debido gritar antes decenas de veces, pero
aplicándosela no al monarca actual, sino al anterior, el corruptísimo Juan Carlos
I.
Pero me temo que, viendo el paño, si ese día le hubieran puesto delante al rey emérito, tampoco habría tenido ningún problema en gritar lo mismo. Ya se sabe, donde se ponga un buen Borbón, aunque haya hecho una inmensa fortuna a través de negocios más que turbios, que se quiten los aficionados.
Como cantaba en 1992 la chirigota “El que
la lleva la entiende” (popularmente “Los Borrachos”): “Tampoco es "pa" ponerse
así”. Aprovechar la jefatura de Estado para tener privilegios, ligar a calzón quitado ( nunca mejor dicho) o amasar millones
es un pecadillo venial si se hace desde la campechanía.
Y en la tercera fue donde,
creyendo revivir al Moscardó en el Alcázar, al militar parlante
le salió la vena humorística (en este caso no gaditana e irónica, sino rebosando la “mala
follá” que algunos gastan cuando intentan hacer un chiste) y lanzó, de
cara al sol y contra el viento, un: “¡Vivan los españoles de bien!”.
Y ahí estaba toda la sustancia de
su discursito. El buen hombre quería que vivieran los “españoles de bien”
porque considera que no deben hacerlo los “españoles de mal”. Por supuesto no desarrolló el
concepto, así que dejó abierto el terreno para la especulación.
Conviene aclarar que la idea de
que existe un España fetén y una Anti-España no es nada novedoso, al revés, es tan arcaica que huele a bolas de alcanfor. El concepto fue un pilar fundamental en el armazón ideológico del Franquismo: los "patriotas
de bien" se alzaron contra las hordas demoniacas “judeo-masónicas- bolcheviques”
para rescatar al país de la Hidra marxista envuelta en la bandera republicana.
Pero, además, es un recurso
estilístico muy utilizado. En los último años y sin ánimo de ser exhaustivo,(basta con poner “españoles de bien “en un
buscador y mirar las entradas), lo han empleado Casado, Ayuso, Feijoo,
Abascal…Es decir, estamos ante un patrimonio inmaterial de la Derecha Extrema y
de la Extrema Derecha. De propina encontramos a patadas imágenes de convocatorias
ultras donde se ha utilizado el mismo soniquete.
Esos “españoles de bien” suelen
identificarse a través de una pulserita – algunos llevan el bazar encima y no se les distingue ni la muñeca ni el antebrazo- que
perdona todos los pecados. Si la llevas y gritas con fuerza “¡Viva España!” (aunque
como cada vez tienen menos vergüenza para mostrar lo suyo, también les vuelve a
valer el “¡Arriba España!” que mantuvieron oculto unos años) te absuelve de todo.
Da igual que seas un empresario sin escrúpulos que esclaviza en sus invernaderos a los mismos inmigrantes que desea echar (antológica la frase en el 2000 del entonces alcalde de El Ejido por el PP, Juan Enciso:” A las 8 de la mañana todos los inmigrantes son pocos, a las 8 de la tarde sobran todos”), o un defraudador de impuestos, o un político que haga negocio con las privatizaciones a través de las puertas giratorias, o un racista, homófobo, misógino, machista… La pulserita, una vez puesta, tiene las virtudes de la capa de Supermán y , como el lema de la Real Academia Española, “ Limpia, fija y da esplendor”.
Una vez despejada la incógnita de
quienes son los portadores de las esencias del bien, cae por su propio peso quienes cargamos (me incluyo) con el signo de Caín, marcado a fuego en la frente: rojos de
todos los pelajes ( llevamos en los genes el pecado original y este no se borra),
inmigrantes, feministas, homosexuales, demócratas…
El problema no es lo que un
fanático o un iletrado ( en la mayoría de las ocasiones suelen ir de la mano los dos conceptos) piense. El problema son los cargos que ocupan.
Y así, ahora que con los sucesos
de Torre Pacheco se agita nuevamente el avispero ( no sé que toman los fachas
en julio pero en este mes históricamente se les remueve la neurona que no veas) de las
posturas extremistas deberíamos tener claro lo que resulta imprescindible para vivir en una
democracia avanzada: un Poder Judicial democrático ( sin doble vara de medir, la que por un lado encarcela a sindicalistas cuando reivindican derechos colectivos y por otro despacha con un “ ejerce su libertad de expresión” cualquier burrada nazi) y unos Cuerpos
de Seguridad que crean en la Constitución. Si fuera así, algunos de sus componentes dejarían de mostrar en público sus simpatías con los alborotadores ultras ( asedio a la casa de Pablo
Iglesias, concentraciones frente a sedes, manifestaciones racistas...). Mientras no les caiga encima algún expediente disciplinario tienen una absoluta sensación de impunidad.
Esos sectores olvidan que son “funcionarios
públicos “y que sus sueldos salen de los bolsillos de todos. También de los que
no somos “españoles de bien “pero que, oh ironía, a la hora de pagar impuestos somos
mayoría. Será por no llevar la pulsera
que nos los convalidaría.
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