Juan Rivera
Colectivo Prometeo
Decía nuestro añorado Julio
Anguita: “Con la Dignidad no se come, pero un pueblo sin dignidad se pone de
rodillas y termina sin comer…”.
Con la frase arrojaba sobre la
mesa del debate un elemento central para poner en pie (o no) una alternativa
política o social que se enfrente al Capitalismo, descarnado y sin máscara, que
hoy campa a sus anchas y sin freno, por tantos rincones del planeta.
La reflexión nos planteaba un
dilema: ¿introducimos en la ecuación de las luchas y reivindicaciones junto a
conceptos tangibles como mejor salario, Sanidad y Enseñanza Pública y de
calidad, derecho a la vivienda… un concepto, a priori, abstracto como el de la
Dignidad?
A primera vista la respuesta
parece obvia: la “Dignitas” latina, evolucionó desde el concepto de estatus
social elevado, hasta convertirse en un valor intrínseco, en un derecho
fundamental que debe ser respetado por todos y no se puede separar del ser
humano, independientemente de su condición o posición.
Por ello debería figurar en el
frontispicio de cualquier acción política o social que intente construir una
sociedad diferente donde las personas sean valoradas como sujetos con Derechos
inalienables y no como mercancías de usar y tirar.
Pero no, en este primer cuarto del siglo XXI no nos está resultando tan simple despejar la ecuación, porque, al contrario de lo que quisiéramos, es mucho más fácil encontrar ejemplos de “sumisión colectiva” que de defensa de la dignidad.
Cada vez nos suenan más lejanos (ha
transcurrido apenas una década y parecen siglos) y envueltos en la bruma de lo
que pudo ser, aquellos días donde éramos capaces de movilizarnos a miles, a
millones, alrededor de los campamentos Dignidad o de las Marchas de la
Dignidad.
Y lo hacíamos sabiendo y
comprendiendo que el nombre, como el magistral título de Saramago, tenía la
capacidad de englobar en una sola palabra todos los nombres de nuestros sueños.
Hoy florecen, como hongos en el
estiércol, gobernantes que presumen en público de todo lo contrario, de una
Indignidad ramplona que no tienen problema en mostrar. Son los Bukele, Trump o
Milei de turno y, como productos nacionales (aunque la estrategia es la de una
multinacional, en concreto, la del Odio, los prejuicios y simplismos, en su
comercialización buscan franquicias de andar por casa) a los Ayusos, Morenos,
Manzones, Quiles, Alvises o Abascales, en el papel de “pelotas” de la clase que
siempre levantan la mano, aunque no tengan ni puta idea de lo que se está
preguntando, para contentar al profe. Y de camino, si se tercia, ofrecerse como
chivatos para controlar a los díscolos. Eso sí, ayudados siempre por el
impagable papel -para los intereses del amo- de los medios de difusión
ideológica, mal llamados de comunicación
Y el problema no está en los que
se ofrecen para matones, sino en quienes les compran el discurso, y se
arrodillan pensando que así se garantizan la comida sin caer, que al final del
cuento, terminarán sin comer. La última, Argentina.

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