lunes, 10 de febrero de 2020

Julio Anguita: Mitos y dogmas



Füssli: La pesadilla (detalle)


Julio Anguita
Colectivo Prometeo
Fuente: El Economista

    Decía Levy Strauss que el mito se constituye por sí mismo como contexto y como referencia; es decir, no admite la prueba del cuestionamiento o la de su constatación con la realidad. Desde los tiempos más remotos, el mito ha cumplido tres funciones: la explicativa (origen del mundo, cosmogonías, dioses, etc.), asidero existencial (sentido de la vida, consuelo, etc.) y función pragmática (cohesión social, impulso y desarrollo de un proyecto, etc.) El dogma es un punto capital de un sistema, doctrina o religión presentado como innegable o irrefutable. A veces, el mito y el dogma se confunden, se solapan y suelen ser el soporte de instituciones, grupos varios y también de planteamientos con pátina de cientificidad.
    El discurso económico oficial sigue manteniendo como verdad inobjetable que el crecimiento sostenido o indefinido es la única vía para conseguir empleo y bienestar al conjunto de la sociedad. Esta aseveración apodíctica significa el aumento incesante (salvo en momentos de crisis y recesiones), de las actividades económicas que desembocan en transacciones mercantiles, y por tanto del PIB y del tamaño de la economía. Y ello se traduce, consecuentemente, en una presión permanente para obtener de la naturaleza y del medio rural cantidades crecientes de recursos, renovables o no, y devolverle cantidades, también crecientes, de desechos. Lo cual se traduce en un impacto ecológico igualmente creciente. Dada la finitud de los recursos y de los sumideros posibles, el proceso tendrá necesariamente que detenerse.

La importancia del problema se incrementa si tenemos en cuenta la magnitud del crecimiento demográfico resultante de una mejor alimentación y de los progresos en medicina y farmacia. Entre los años 1800 y 2000, la población humana se ha multiplicado por ocho. En esta tesitura, la economía capitalista produce una gran paradoja, a saber. Por una parte la presión demográfica obliga a intensificar técnicas agrícolas lesivas para el medio ambiente y también para la calidad de los terrenos dedicados a la agricultura. Y todo ello con la paradoja de que, actualmente, se producen alimentos para nutrir a una población de 12.000 millones de habitantes; un desperdicio, en resumen.

Por otra parte, el dogma del crecimiento sostenido o indefinible se proyecta de manera sintética o resumida en el indicador denominado PIB, el cual cuantifica -traducida en dinero- la producción material o cultural de la actividad humana. De esta manera, se suele acoger con entusiasmo la subida del PIB como señal indubitable de que la sociedad progresa. Lo que ocurre es que este indicador no señala cuáles son los integrantes del crecimiento. Se puede crecer, vía PIB, produciendo bienes industriales, productos agrícolas, servicios médicos y culturales o armamento, droga o prostitución; todos son exponentes del incremento económico. Pero es que, además, el PIB se limita a cuantificar el incremento de la economía y de las ganancias, pero nunca el reparto de las mismas. Y en ese sentido se convierte en un dogma, en un mito que se asume en razón de la fuerza misma de su enunciado.

Y, finalmente, el crecimiento económico no se traduce necesariamente por sí solo en una mayor cantidad y mejor calidad del empleo, especialmente para los sectores más pobres, vulnerables y en riesgo de quedar marginados. Convendría ya un gran debate público sobre el decrecimiento y los sectores afectados por el mismo.

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