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Fuente:Actual Hogar del Pensionista.Antiguo Cuartel de la Guardia Civil |
Manolo Cañada
[ Nuestro querido Manolo vuelve a regalarnos una joya de investigación fundida con exquisita literatura.El mejor antídoto contra la Desmemoria cultivada por el Sistema]
Joaquín vive con su familia en Hospitalet de Llobregat y ha venido a
pasar unos días de vacaciones en el pueblo. Han venido solo él y su
madre, dado que el padre —que trabaja en la SEAT— no ha podido
acompañarles por motivos laborales. Feria, como tantas localidades de
Extremadura, ha sufrido la hemorragia de la emigración. “Francia,
Cataluña, el País Vasco, Madrid, Valencia… hay gente de Feria por todos
sitios. El que conseguía trabajo tiraba de la familia y esta, a su vez,
de otra. El pueblo se quedó vacío”. Quien lo cuenta es Lázaro Portero,
un vecino al que le tocó irse a Alemania. En 1950 la población contaba
con 4.450 habitantes; a día de hoy, el número de residentes se ha
reducido casi a una cuarta parte, no alcanza siquiera los 1.200.
La noche de la tragedia Joaquín está con dos de sus mejores amigos,
Paco Becerra y Francisco Ramírez, también, como él, menores de edad. Los
tres han dejado la escuela al llegar a los 14 años y han empezado a
“despertar al tiempo y al amor”, como cantará por aquellas fechas
Triana, la banda sevillana de rock. Forman parte de la generación de la
transición, los hijos del agobio, los curriquis de barrio o de pueblo,
la juventud temida y odiada por el poder, que se encargará de
mancillarla sistemáticamente, tildándola como pasota, primero, y después
como quincallera y yonki.
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Feria:Sierra y Castillo |
Son las fiestas del pueblo y prácticamente todo el mundo está en la
verbena, en el baile de la plaza. A las once de la noche, los tres
colegas se desplazan a unos barrancos cercanos al cuartel de la Guardia
Civil para hacer sus necesidades, a hacer de vientre -la forma más común
y púdica de decirlo por entonces. “Por allí iban y van muchos chavales y
parejinas. Cosas de críos”. Ahora es José María Cordero, el dueño de un
bar en la calle Atrás, muy cercano a donde ocurren los hechos, quien
habla subrayando con la sonrisa la ausencia de malicia de los jóvenes.
Y entonces es cuando se comete el homicidio, el brutal y absurdo
asesinato. “Por entonces yo tenía la casa donde fue a parar uno de los
disparos, escasamente a 25 metros del cuartel. Había estado allí cinco
minutos antes, sentado en el umbral con mi hija. Pero coincidió que en
ese momento había ido a comprar unos helados con ella. Cuando volvía a
la casa me encontré a dos de los chavales corriendo la calle abajo. Y,
después, mi suegra me dijo 'ahí parece que han tirado unos cohetes',
pero claro, estábamos en fiestas, y nunca sospeché lo que había
ocurrido, ni que habíamos estado a cinco o seis metros de donde murió el
muchacho. Me enteré de la desgracia por la mañana. Y fue cuando vi los
casquillos de las balas, la sangre y las heces”. Quien lo recuerda es
Claudio Martínez, un maestro de Feria, jubilado ya, que por entonces
daba clases en Canarias y pasaba en el pueblo las vacaciones.