Francisco Manuel Montes Morillo.
Artículo publicado en Paradigma Media
Las
migraciones son una realidad que nos ha acompañado en todos los
tiempos. Esto no es óbice para señalar que en la actualidad se está
utilizando este tema con una fuerte carga política que está favoreciendo
el discurso del miedo y de la exclusión. Con un lenguaje simplista,
obsceno, con datos falsos, favorecidos por el mal uso de las denominadas
redes sociales, se está haciendo una llamada al odio hacia el
inmigrante.
La
derecha más recalcitrante fomenta este discurso excluyente para
enfrentar pobres con pobres. Señalar al inmigrante para que nos
olvidemos de la desigualdad y para que no seamos conscientes de la
riqueza desorbitada de unos pocos.
Vivimos en un mundo globalizado donde las “mercancías” campan a sus anchas, sin embargo, condenamos a quienes deciden emigrar.
Estamos
en una Europa “Fortaleza” que se desentiende de sus obligaciones
legales y humanitarias, externalizando, bajo criterios de “ganancias”,
el control de fronteras que de facto se han convertido en espacios para
la impunidad, para la vergüenza, para los “no derechos”. Hoy esto es
una evidencia. También lo es que el 80% de los flujos migratorios se
producen entre países del Sur y que una ínfima parte de la inmigración
se produce por vías consideradas ilegales.
Sobredimensionar
las entradas “ilegales” estableciendo además barreras físicas que
provocan muertes, así como “barreras psicológicas” que conllevan al
rechazo de la población inmigrante, es un relato negativo que está
provocando un dolor incalculable en la población inmigrante. Una
población vulnerable que necesita de protección y de derechos plenos.
Actualmente
la situación es muy preocupante y en lugar de actuar de forma positiva,
se criminaliza a la inmigración, se la desprecia y se hace de muchas
maneras: burdas y sutiles. El derecho al asilo queda en papel mojado en
aras de una presunta “seguridad”. La ayuda en origen al desarrollo se
cambia por muros y alambradas. A su vez se discrimina con un lenguaje
perverso. Hablamos de “invasión” e “inmigrantes violentos” cuando la
violencia está en que hemos hecho del Mediterráneo un cementerio.
No
podemos dividir el mundo entre ellos y nosotros. No podemos caer en la
indiferencia. Barreras transversales como la actual Ley de Extranjería,
la militarización de las fronteras, los CIEs, las devoluciones en
caliente que niegan el pan y la palabra además de contravenir las normas
internacionales; no ayudan, todo lo contrario: acrecientan la magnitud
del desastre. Las prácticas irregulares que terminan convirtiéndose en
leyes ilegítimas complican aún más las salidas positivas a esta
situación compleja.
Legitimar
el discurso bélico y etnocentrista no sirve. En realidad no estamos
ante una mal llamada crisis de los refugiados, en realidad estamos ante
una crisis de los derechos humanos.