Juan Rivera
Colectivo Prometeo
Desde que el 20 de enero de este año en curso, Donald
Trump tomó posesión de la presidencia de EE.UU. para un segundo mandato, tengo
la costumbre de leer todos los días el New York Times. Este pequeño sacrificio permite pulsar la
actualidad de lo que se cuece en el Imperio a cada instante.
Y en estos pocos meses (aunque por la intensidad parezcan
décadas) he visto desfilar por sus páginas noticias, muy variopintas,
pero cortadas con un mismo patrón: el fuerte retroceso en libertades y derechos
que el multimillonario de pelo zanahoria está impulsando desde su agenda.
Así he podido leer la criminalización de la
inmigración, tratando a simples trabajadores como peligroso asesinos, deportados a miles, sin ninguna garantía jurídica, a otros países (paradigmático
el caso de Kilmar Abrego, primero deportado a El Salvador del autócrata Nayib Bukele
y luego, cuando la justicia estadounidense reclama su vuelta, nuevamente
detenido y amenazado con terminar en Uganda, en una exhibición sin pudor de
como el poder político se carga cualquier atisbo de legalidad), el empleo de los aranceles
comerciales como arma punitiva, la
utilización de la Guardia Nacional como policía en Washington con la excusa
de combatir la criminalidad ( eso sí, aplicando la medida en alcaldías
demócratas y no en republicanas con mayor índice de crímenes), el despido de
funcionarios, cuestionamiento de jueces, intervención en la reserva federal, amnistías para los suyos (
asaltantes del Capitolio, empresarios que contribuyeron generosamente con donativos
a su campaña), el cercenamiento de la autonomía de las Universidades ( el enfrentamiento
con la de Harvard es una muestra sintomática), o la reinterpretación de la Historia
en los museos y centros culturales para que coincida con la visión que el varón, blanco y , a ser
posible, anglosajón, soporte del “Make America Great Again” , tiene.
Podíamos hacer una lista interminable, pero creo que los
ejemplos reflejan bien la tesis que deseo transmitir: la ultraderecha mundial,
encabezada por Trump, está aplicando su agenda y, sin tapujos, emplea la
motosierra (como el corrupto y sobornable Milei en Argentina) para cargarse la democracia
liberal formal.
Esa que el Capitalismo nos vendió, cuando le convenía, como “Summum” de las
libertades. Y lo hace con el apoyo y complicidad de las grandes fortunas que
están rediseñando un nuevo modelo social, basado en la sumisión de la mayoría.
Pero lo más llamativo no es esto, sino la escasa
oposición que el magnate de origen alemán- escocés (su madre y sus abuelos
eran tan inmigrantes como las personas a las que ahora persigue sin piedad)
está encontrando en su desquiciada apuesta.
Solo encuentro una excepción, la del senador por Vermont,
Bernie Sanders, que desde sus posiciones socialistas ha puesto en pie el Fighting Oligarchy Tour ( “Lucha contra la Oligarquía") por todo el país, con un gran apoyo popular
tanto en zonas tradicionalmente demócratas como republicanas. Por el momento es
la excepción a la regla de la “Omertá”, la ley del silencio mafioso.