José Antonio Naz
Colectivo Prometeo
FCSM
Hasta el proyecto de tratado de 2004, que sería rechazado
por algunos países como Francia y Holanda, no se había vinculado la
construcción europea a ninguna referencia religiosa, a pesar de que la
mayoría de sus primeros promotores, como Schuman, De Gasperi o Adenauer,
representaban a la Democracia Cristiana. En el preámbulo se parte de la
idea que «los pueblos de Europa, al crear entre sí una unión más
estrecha, han decidido compartir un porvenir pacífico basado en valores
comunes». El conflicto surge en la definición de esos valores comunes,
con dos concepciones opuestas: la anglosajona de la relación entre
religión y estado («una fe, un rey, un reino»), así como la del
multiculturalismo, y la universalista de la Ilustración francesa que
impone el concepto de ciudadano europeo sobre el de judío, negro,
africano, homosexual... Se impuso este segundo concepto y la redacción
del artículo 2 concreta: «Consciente de su patrimonio espiritual y
moral, la Unión está fundada sobre los valores indivisibles y
universales de la dignidad humana, la libertad, la igualdad y la
solidaridad, y se basa en los principios de la democracia y del Estado
de Derecho», pero el artículo 10-1 afirma que «toda persona tiene
derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión»
(separando incomprensiblemente el pensamiento y la conciencia
religiosa).
No obstante, hubo que romper la resistencia
de quienes querían relacionar esos valores con «las raíces cristianas» ,
con el irrefutable argumento histórico de que la Europa de las Luces y
de los Derechos Humanos se consigue justamente luchando contra los
siglos de civilización judeocristiana (con sus cruzadas e inquisiciones y
los golpes y guerras fruto de la unión del poder político y las
Iglesias); se trataba de prevenir los conflictos contra la convivencia
que crean los fundamentalísimos religiosos.