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Julio ( izqda.) y Rosa ( dcha,) durante la presentación de un libro |
Esta es la primera vez que escribo algo sobre Julio Anguita, desde su marcha definitiva hacia la nada. Un año después de ese 16 de mayo en que la vida nos golpeaba duramente, arrebatándonos al amigo que orientaba, en gran medida, la utopía por la que caminar hacia una sociedad justa, igualitaria y comprometida. Se me quebró la voz, se me anudó la garganta, se quedó mi pensamiento en blanco.
Conocí a Julio Anguita en 1988 de la mano de Félix Ortega Osuna, mi compañero del alma, de vida, de sueños, el padre de mi hija, María; uno de los buenos y grandes amigos de Julio. Félix, mientras vivió, fue para Julio el camarada fiel, el amigo personal y el hombre de confianza en Córdoba.
Junto a Julio y su compañera Juana, que compartía con Félix una estrecha y profunda amistad y, más tarde, al lado de su hija Carmen, compartimos muchos momentos de alegrías, sentimientos, nostalgias, luchas sociales, sueños y también derrotas y frustracciones. Fueron los años de Julio como secretario general del Partido Comunista, candidato de IU a las elecciones generales, con sueños de algún día alcanzar la presidencia de la nación. Los poderes fácticos lo impidieron con falsedades y traiciones, pero estoy segura de que hubiera sido un gran presidente igual que fue un buen alcalde de Córdoba antes de conocerlo yo.