Joan Avinyó i Parés
Solo,
sin el apoyo de su propio Gobierno, sin rumbo y sin capacidad de
reacción mientras las calles de Barcelona, y otras ciudades de
Cataluña, son escenario de duros enfrentamientos entre manifestantes
radicales y las fuerzas de seguridad, sobre todo los Mossos. Esta es
la situación en la que se encuentra el presidente de la Generalitat,
Quim Torra, que ayer culminó en el Parlamento cuatro días nefastos,
compendio de una legislatura para el olvido. Es hora de que el
presidente haga uso de la prerrogativa que le otorga el cargo a él
en exclusiva, la de convocar elecciones, y llame a los catalanes a
las urnas ante la situación de excepción abierta tras la dura
sentencia del Tribunal Supremo a los líderes del “procés” y su
incapacidad para gestionarla. Cuanto antes convoque Torra las
elecciones mejor.
Aunque
quizá la decisión de convocar a los catalanes a las urnas -sobre el
papel, única e intransferible del presidente- no la acabe tomando
Torra, sino su predecesor, Carles Puigdemont. Torra fue sincero desde
su toma de posesión, cuando admitió que era un presidente vicario
de Puigdemont. Esta anomalía de inicio convirtió un activista en
jefe del Gobierno y, a lo largo del tiempo, Torra ha ido dilapidando
el escaso capital político con el que llegó a la Generalitat.