Alfonso Bejarano
Sociólogo y docente
Colectivo Prometeo
En cada ciudad, cada pueblo o cada barrio había un equipo de fútbol que representaba a esa ciudad, a ese territorio, a una profesión, en definitiva: a una identidad y una comunidad.
Los Septiembres ya no son como antes, y no me refiero al cambio climático. Volver a la rutina tras los largos veranos y sus vacaciones, retornar a esa ciudad vacía que recobra vida tras dejar el pueblo lleno de gente que va hacia el otoño quedándose sólo. Uno volvía a retomar contacto con la rutina, con los compañeros, con los amigos del barrio, con la vida comunitaria en general con la ilusión y expectativa del nuevo año laboral.
Hoy hay una especie de desprecio a esa vida comunitaria por quienes se han entregado al individualismo más absurdo y egoísta, que tiene en el teléfono móvil y sus aplicaciones el centro relacional. La sensación de volver a ver un amigo tras dos meses sin saber de él antes de la “era wassap”, era tan bonita como pasada.
Ayer estuve en un bar justo cuando iba a comenzar un partido de la Champions League de fútbol , el bar estaba vacío. No hace mucho habría que ir un rato antes si querías verlo sentado en una mesa con los tuyos. Era la excusa para pasar un rato viendo un deporte popular entre conocidos y desconocidos con los que entablabas conversaciones y anécdotas . Un partido de fútbol era como los toros en los años 70, un punto de encuentro donde las clases populares y trabajadoras se encontraban y socializaban. Como aquellos “teleclubs” de los 50 . En cada ciudad, cada pueblo o cada barrio estaba ese club de fútbol que representaba esa ciudad, a ese territorio , o aquella profesión, le daba una identidad material objetiva . El fútbol pertenecía a sus gentes, sus socios y los jugadores eran de allí.