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domingo, 18 de octubre de 2015

Otras visiones, otras lecturas: Aristóteles Moreno, "Crónica de un Expolio"


Detalle del Mirhab de la Mezquita de Córdoba

Crónica de un expolio

Aristóteles Moreno


Publicado en www.secretolivo.com

En marzo de 1972, en sesión plenaria presidida por el alcalde Antonio Alarcón Constant, el Ayuntamiento de Córdoba aprobó por unanimidad cursar a la UNESCO la solicitud para que la Mezquita fuera declarada Monumento Internacional, lo que años después acabó por denominarse Patrimonio Mundial. El acta oficial no dejaba lugar a dudas. La Mezquita de Córdoba, indica el documento manuscrito en tinta azul, es “universalmente reconocida por su carácter de joya única del arte árabe”. No la Catedral. Ni siquiera la Mezquita Catedral. El Ayuntamiento en pleno, en las postrimerías de la dictadura franquista, nada sospechoso de veleidades laicistas, ni mucho menos yihadistas, expresaba una encendida defensa del extraordinario monumento omeya a lo largo de cuatro páginas plagadas de argumentos patrimoniales, artísticos e históricos.

“Dadas las características de nuestra Mezquita”, declaraba solemne Antonio Alarcón Constant, “el alcalde que suscribe tiene el honor de proponer que se acuerde elevar petición a la Unesco, a través del Ministerio de Educación y Ciencia, para que la Mezquita de Córdoba sea declarada Monumento Internacional”. Cuatro meses después, en una nueva sesión municipal, el alcalde ponía en marcha una comisión de expertos con el objeto de elaborar un expediente detallado que justificara ante el organismo internacional la pertinencia de la candidatura. Alarcón Constant recordó sin medias tintas la misión histórica del Consistorio como administración garante de la conservación de la Mezquita. Y trajo a la memoria el ya legendario episodio que enfrentó en el siglo XVI al comendador Luis de la Cerda, como representante de la ciudadanía cordobesa, y al obispo Alonso Manrique, empeñado en demoler el tesoro arquitectónico andalusí para construir en su corazón una Catedral renacentista.

En un texto inequívoco, que se conserva en el Archivo Municipal, Alarcón Constant se proclamó heredero de la determinación de Luis de la Cerda por defender la integridad del singular monumento cordobés frente a la Iglesia y elogió sin fisuras el papel secular del Ayuntamiento como custodio de sus valores universales. En los años setenta, la ciudad estaba inmersa en un gran debate sobre la oportunidad de desmontar la Catedral y devolver la Mezquita a su “pureza”. Ese es el término exacto que usó en repetidas ocasiones el alcalde de Córdoba y la mayoría de expertos que, encabezados por Rafael Castejón, director de la Real Academia, y Rafael de la Hoz Arderius, director general de Arquitectura, abogaban por la restitución del espacio islámico perturbado bruscamente por el apéndice injertado en su interior en 1523.