Juan Rivera
Ignoramos como finalizarán los procesos de apertura y petición de democracia que se están dando en el norte de África y que han tenido su epicentro en las movilizaciones populares tunecinas y egipcias. Si sabemos ya que aunque en la primera racha Alí y Mubarak han sido derribados, los gobiernos occidentales han establecido el correspondiente cordón sanitario ( aplicando el dicho “ perro no come carne de perro” o el certero aunque fuese apócrifo “ son unos hijos de puta, pero son nuestros hijos de puta “ atribuido unas veces al presidente Franklin Delano Roosevelt y otras a su secretario de Estado Cordell Hull,) que les permita: vender un lavado de cara, esconder la basura bajo la alfombra, poner cara de contrición al destaparse horrendas violaciones de derechos humanos – conocidas desde siempre por sus cancillerías - , apelar a la mesura, contención y responsabilidad nacional, buscarle un retiro dorado a los sátrapas ... y volver a iniciar una partida nueva que no ponga en riesgo el control de los poderosos, la usurpación de las riquezas por una minoría cuyo único pecado reprobable es el de ser demasiados rudos a la hora de aplicar el proceso de acumulación capitalista insaciable que se está ejecutando al alimón en la mayoría de los países, España incluida.
Aunque sigamos la evolución de todas las protestas que recorren los pueblos de mayoría musulmana del Norte de África y Próximo Oriente y veamos encarnarse en ellas - consciente o inconscientemente- la sempiterna lucha de clases, el grito desesperado de los humillados, relegados, ofendidos y burlados cuando no tienen ya nada más que perder en un modelo social que los excluye, los tira a la basura y no les deja ni siquiera las migajas que consuelan a los explotados de la otra orilla del Mediterráneo, estamos muy pendientes – por cuestión sentimental- de lo que pasa en Túnez.