Antonio Pintor
Colectivo Prometeo
Estamos en los primeros días de febrero de 2021 y, tal como había previsto la comunidad científica, y cualquiera que aplicara la razón a los hechos conocidos, la situación de la pandemia en nuestro país ha adquirido tintes dramáticos, con elevadas cifras de contagios, hospitales colapsados, sanitarios extenuados y los fallecidos en cantidades tan elevadas que están saturando las funerarias. Volvemos a rememorar lo ocurrido en la primera embestida del virus.
En este contexto, los acontecimientos son tratados, por unos y otros, con una resignación similar a la de una catástrofe imprevista de la naturaleza, como si de un terremoto se tratara. De manera que las actuaciones de las autoridades políticas y sanitarias suelen ir un paso por detrás del virus, ocupados en paliar las consecuencias del desastre en lugar de planificar y actuar con antelación. Condicionados a concentrar los esfuerzos en el ámbito asistencial, especialmente el hospitalario, para resolver los daños ocasionados, al tiempo que se descuida la atención primaria y los aspectos preventivos. Prevención que, durante las navidades, se ha limitado a decirnos de manera persistente lo que, aunque se nos permitía, no debíamos hacer. Dejando al arbitrio y la responsabilidad de cada persona su cumplimiento.