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Friedrich: Mujer ante la puesta de sol (1818) |
Antonio Pintor
Desde el año 1980 se conoce que la vitamina D3, además de su importante función para regular el calcio y el fósforo, tiene una actividad inmunorreguladora y un papel relevante en la respuesta inmunitaria ante agentes infecciosos mediante la producción de dos proteínas con efectos antimicrobianos, la defensina y la catelicidina, descubiertas en 2004. Dos años después se demostró que la catelicidina tenía capacidad de destruir bacterias diversas, siendo el Mycobacterium tuberculosis una de ellas, lo que explicaba la eficacia de la helioterapia en el tratamiento de esa enfermedad: los pacientes al tomar baños de sol incrementaban su producción de vitamina D y facilitaban en las células inmunitarias la síntesis de antibióticos capaces de destruir las bacterias tuberculosas.

Colectivo Prometeo
El sistema inmunitario tiene dos caras o funciones relevantes. Por un lado, el aspecto positivo, se ocupa de protegernos de visitantes incómodos y peligrosos, como virus y bacterias, y por otro, en ocasiones, se comporta traicioneramente y nos ataca en lugar de defendernos. Esto último es lo que ocurre en las denominadas enfermedades autoinmunes como la esclerosis múltiple, la diabetes tipo I y la artritis reumatoide.
Otra enfermedad que suele incluirse en este grupo es la psoriasis, que forma una extraña pareja con la vitamina D, pues ambas a pesar de tener una larga trayectoria común, ya que de manera empírica las personas afectadas de psoriasis sabían que mejoraban cuando iban a lugares de playa a tomar el sol, aún son mal comprendidas.

Otra de las funciones de la vitamina D puesta de manifiesto en varios estudios, es la propiedad antiinflamatoria, que resulta relevante a raíz de lo que vamos conociendo de la fisiopatología del coronavirus en su acción sobre los pulmones.